
¿Es feliz tu hijo?
Pero, ¿de quién necesitan recibir este permiso? Principalmente de sus padres. Para sentirse cómodos con sus
emociones, es decir, con sus enfados, tristezas, alegrías, miedos… los
niños
necesitan sentirse arropados. Esto podemos conseguirlo a través de
juegos, de mostrarles y hacerles partícipes de nuestros propios
sentimientos y de acompañar con gestos, abrazos y buena comunicación los suyos.
Si un niño crece durante su infancia con el apoyo de sus padres para
sentir, se convertirá en un adolescente que sabrá gestionar sus
emociones, pues dispondrá de las herramientas para identificar y
expresar lo que le pasa, crecer día tras día y favorecer su buena
autoestima.
Compartir nuestras propias emociones
Es importante que los padres expresen sus emociones delante de los hijos. De este modo; si están enfadados, que no solo lo digan; sino que también lo demuestren con una actitud y gestos de enfado (evitando siempre culpabilizar o reñir al niño por su disgusto).
Por ejemplo, podemos decirle con un tono contundente “ahora estoy
enfadado y no tengo ganas de jugar”. Esto no es lo mismo que decirle
“estoy
enfadado por tu culpa, o me has hecho enfadar, déjame”.
Si un padre se ha
asustado
porque ha visto a su hijo cerca de un peligro, es bueno que se lo
explique y comparta con él su emoción: “Creía que ibas a cruzar la calle
sin mirar y me he asustado”. También es importante que comparta y
demuestre sus momentos de
alegría y, que si está triste, no se esconda “para que no lo note el niño”. Es completamente normal que muestre su
tristeza e incluso que se la explique brevemente “Cariño, estoy triste porque he perdido algo que quería mucho”.
De esta forma, los niños desde bien pequeños aprenden que es normal
estar en algunos momentos tristes o enfadados y que, por supuesto, tienen permiso para sentir también esas mismas emociones. Así,
además, le ofrecemos la oportunidad de aprender a poner nombre a los
sentimientos e integrar que sentir es bueno, natural y sano.
Juegos concretos para las emociones
Hay
juegos específicos que permiten expresar y canalizar determinadas emociones. Por ejemplo, en la época de los
miedos a la oscuridad ayuda jugar con linternas en una habitación poco iluminada, o jugar a esconderse debajo de una sábana.
Jugar a imitar ser un animal agresivo que gruñe y persigue o jugar a guerras de almohadas, entre otros, ayuda a canalizar la agresividad o la
rabia.
Dibujar o garabatear los colores del enfado, de las cosas que te hacen sentir mal, de los miedos que sientes y luego romper los dibujos o meterlos dentro de una caja,
ayudan al niño a liberar las emociones que le suelen bloquear, a la vez
que siente el permiso amoroso de sus padres para hablar de ello y
hacerlo.
Nuestra actitud y reacción ante las emociones de los niños
Cuando
un niño llora y su padre o madre le abraza mientras le da mensajes que
apoyan su emoción, “cariño estoy contigo, ya veo te pasa algo, qué te ha
pasado”, el niño siente que tiene permiso para sentir esa emoción sea
cual sea: tristeza, miedo, susto, disgusto…
Así le demostramos que acogemos su emoción (más tarde podremos averiguar qué le hizo sentir de ese modo) De esta manera, con nuestra actitud de protección y amor,
el niño aprende que puede sentir y expresar de forma natural lo que le
pasa y que esto es positivo para él y para su comunicación con los
padres.
En cambio; si cortamos su llanto diciéndole “no llores cariño, no
pasa nada” o lo cortamos distrayendo su atención con otro cosa “Mira,
¿has visto que pasa ahí?”; el niño puede sentir que su emoción es nociva
y que no es bien recibida por sus padres. Su sentimiento es
contrariado, pues no recibe la acogida y la comprensión que esperaba del
adulto. Así, la emoción es negada o reprimida.
Por: Cristina García. Pedagoga, terapeuta infantil, orientadora familiar y fundadora de
Edúkame.
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