JESÚS MARTÍNEZ ÁLVAREZ
El médico de mi hij@
Todavía me admira ver cómo los peques de dos años trabajan con la pizarra digital en la escuela infantil de Marisa Moya.
Cogen el puntero con firmeza y se acercan al encerado (qué antiguo
soy), a la pantalla electrónica y señalando e identificando el dibujo de
su cara lo arrastran y lo colocan sobre un cuerpo, después si llueve le
añadirán un chubasquero y si hace sol lo pondrán bien alto para que
ilumine su dibujo comunitario. Dos años y manejan una tableta con
soltura; de momento no son capaces de arreglar el ordenador de su padre
cuando se le cuelga o de hackear la web del FBI, pero todo se andará,
solo tienen dos años.
Son capaces de hacerlo, doy fe y vosotros también habréis visto a
algún canijo pasando el dedo por encima de las fotos de la revista y
frustrarse porque no avanzan como en el smartphone. Muchos de vosotros,
cuando lloran, para entretenerlos y que se callen les dejáis el móvil,
hasta que un día se aprenden lo de la compra online y os dejan tiesos.
Las tecnologías están con nosotros igual que el bote de caramelos en
la cocina. Si lo escondemos conseguiremos crear una curiosidad por lo
prohibido que probablemente sea peor que las probables y temidas caries,
solucionables con un buen cepillado dental. La curiosidad de un niño es
su gran baza y hay que explorarla y explotarla. No vale limitar lo que
su generación va a vivir porque conseguiremos un desplazado. En la era
de los nativos digitales educar en la línea del miedo y la prevención a
los cacharros generará un analfabeto digital, un anormal en su entorno,
el que sea pero el suyo, en definitiva: un collejas. (Dícese del raro de
clase que se lleva todos los cogotazos)
A principios del siglo XX cuando empezaron a desarrollarse los coches
de gasolina, grandes expertos -como entonces no había tertulianos
debían ser expertos a secas-, dictaminaron que el hombre no soportaría
ir en un vehículo a más de 60 km por hora, el cerebro comenzaría a
entrar en sopor y se producirían múltiples hemorragias internas. Es
evidente que se equivocaron más que los economistas en predecir la
crisis y vieron posteriormente cómo se alcanzaba límite tras límite. Hoy
día podemos asistir a que los agoreros y ciberprecavidos pronostiquen
una debacle en una generación que vivirá enganchada a las maquinitas.
Hablando el otro día de este tema en un evento como el Social Good Summit Madrid
y hablando de tecnología y redes sociales punteras, Apps y salud,
comentábamos durante el networking (¡cómo me gusta esta palabra! Antes
nos íbamos a tomar unas cañas, ahora vamos de networking), decía que
comentaba con varios ponentes más jóvenes que yo, alrededor de los 30,
lo interesante del nuevo juego de la PS3 o el tiempo que dedicaban a
matar empecinados zombies interesados en morderte la cabeza, o también
en jugar horas a campeonatos de fútbol para descansar mientras
preparaban el start up de su empresa, o antes de dar el salto del pilotaje a la realidad.
No son nuevas tecnologías: ya llevan unos años con nosotros aunque no
nos queramos enterar. De todo se les culpa a los adolescentes, que
parecen ser los responsables de cómo va el mundo. Tened en cuenta que
los padres de los nativos digitales que hablábamos han matado
más monstruos en múltiples batallas estelares que uvas se recogen en una
mañana de vendimia. (Permítaseme el ejemplo agrario.) Ya están aquí: el
uso de los gatgets tecnológicos nos acompañan desde hace varios años y
todavía no sabemos muy bien cómo enfrentarnos al uso que de ellos hacen
nuestros hijos.
Bien, pues no nos enfrentemos.
Bien, pues no nos enfrentemos.
Sepamos sacar todo lo bueno que tiene la tecnología de la información
y formemos a nuestros peques en el mundo que les ha tocado vivir. Al
igual que si a nuestro hijo le apuntásemos a karate y se pasara 7 horas
seguidas dando patadas a todo lo que pilla nos parecería raro, igual
habrá que limitar las obsesiones y deberes de nuestros herederos, con
naturalidad.
Un joven estudiante de cualquier edad debe dormir un número de horas,
a lo mejor no tantas como nos gustaría a los padres, pero sí un mínimo.
Si ese mínimo no se cumple llegará dormido a clase con muy bajo
rendimiento y luego no me digáis que tiene falta de atención: el caso es
que tiene toda su atención ya consumida, igual que las vidas del juego.
Si queremos que estudie y pueda rendir, debe guardar un número de horas
de sueño dependiendo de la edad y además debe recargar sus vidas de
energía a tope en el desayuno potente para poder ir por los siguientes
niveles de su vida y afrontar la partida diaria con garantías de éxito.
Como si Niko Bellic
saliera a las calles de Liberty City sin armas, que duraría menos que
un escupitajo en una plancha, igual el cerebro de un adolescente se
secará en la primera hora de la mañana cuando se acabe la energía.
Pizarras digitales, mochila digital, portátiles, tabletas y
smartphones más las consolas al viejo estilo de videojuegos son ya un
estándar en la vida de nuestros hijos. La pregunta no es a qué edad
comprarle un móvil, o a qué edad permitirle que cree un perfil de redes
sociales o a qué edad puede empezar a toquetear el PC de papá. No tiene
respuesta, cualquier solución puede ser demasiado pronto o demasiado
tarde, todo depende de cómo acompañemos a nuestros hijos en el
aprendizaje. Puedes crearle una cuenta en Tuenti a los 11 años pero la
cuestión es ¿para qué lo utilizará? ¿para tontear con los amigos? Bien,
pero si contacta con la KGB podría crearnos algún problema; deberemos
tutorizar y acompañar en sus investigaciones cibernéticas, no abandonar a
su suerte a un menor en sus exploraciones. Os recomiendo la web de mi
amigo Rafa Pardo, un informático padre de dos preadolescentes femeninas preocupado por el tema y maestro en estas lides a partir de un taller de protección infantil que dió el año pasado y que va surtiendo de contenidos continuamente.
Es todo un equilibrio: tutorizar, estar con ellos en el aprendizaje,
educar e informar de lo que se puede encontrar y por otro lado vigilar y
estar atento a desviaciones sin irrumpir en su intimidad de adolescente
tan necesaria y preciada por ellos. Confianza en los adolescentes: no
son delincuentes, tan solo tienen una curiosidad desmesurada y gracias a
ella serán grandes en el futuro inmediato.
Por cierto, mientras estabas entretenido leyendo este artículo tu
hijo se ha metido en tu página guarra favorita y se te había olvidado
quitar la clave de la visa, que no pase na.
Enseñad con el ejemplo.
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www.twitter.com/jmartinezal
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