Cuando casi habíamos olvidado la obsesión por los percentiles,
época en la que el bienestar de nuestro bebé parece que se mide por lo
que pesa, de pronto nos damos cuenta de que las presiones no han hecho
más que empezar: tiene que andar, tiene que hablar, que dejar el
pañal...
Respira. No es una carrera. Cada uno lleva su ritmo. Al final, si no
hay un problema médico que requiera tratamiento específico, todos van a hablar, a andar, a ir al baño
y, por supuesto, a sonarse los mocos, así que... ¿por qué apresurar las
cosas y agobiarlos con nuestras expectativas? La infancia pasa tan
rápido que es mejor darles y darnos tiempo para saborear cada paso sin
ansiedad y sin prisa. ¿Es muy hábil para sonarse la naricita, pero no
dice ni “mu”? Es el momento de respetar al
niño como es. Cada uno tiene su mérito, su gracia, su ritmo, sus preferencias. En especial, la etapa entre los 12 y los 24 meses
es una fase crucial en que los pequeños van a aprender muchas cosas y
van a experimentar grandes cambios, queramos o no. Necesitan, además, dominar una etapa antes de empezar con la siguiente.
Cada pequeño logro tiene un gran significado para el niño, sobre todo,
si lo ha conseguido solo. “Nunca olvidaré la cara de satisfacción de
Guzmán un día en un jardín, cuando empezó a ponerse de pie sin ayuda.
Solo duraba unos segundos y se volvía a caer y lo volvía a intentar”,
nos cuenta Laura. Del mismo modo, el niño gana confianza y su
autoestima se fortalece cuando comprueba que sabe nombrar cada vez más
objetos o cuando le dejamos la cuchara para que coma solo, aunque se
manche.
Nuestro apoyo es fundamental
Y
es que es una etapa clave en el desarrollo de su autonomía y su
identidad. Por eso es un momento muy delicado, en el que la actuación
del adulto marcará la diferencia entre que el niño se sienta orgulloso de sí mismo o frustrado e inútil.
Volvamos al caso de la comida: ¿qué mensaje prefieres darle? ¿Que lo ha
manchado todo y es un desastre? ¿O que estás muy contenta porque está
aprendiendo a hacerlo como los mayores? Ten en cuenta que, como explica
la pedagoga María Indiano, “el niño entiende las consecuencias de sus
acciones mediante la experimentación y el método de ensayo-error”. La
diferencia es esencial, si queremos que se sienta seguro de sus logros.
Sin prisa para quitarle el pañal
Conviene
tener en cuenta que es fácil que lo que el pequeño quiere conseguir no
esté todavía en consonancia con sus habilidades y que se sienta
frustrado. Bastante se exigen ellos a sí mismos como para que los
sobrecarguemos con nuestra propia ansiedad. Por ejemplo, hacia los dos
años empiezan a sentirse incómodos con los
pañales sucios y muestran interés por usar el orinal o el váter. Sin embargo, presionarle para que lo haga cuando no está preparado no haría más que empeorarlo. Por no hablar de regañarle si se hace pis encima... Quitarle el pañal
antes de tiempo solo acarrea frustración, para el niño, para la madre y
para la vecina que os invita a merendar y acaba con la alfombra mojada.
Por suerte para la hija de Paula, fue como un juego. “Empecé a probar a llevarla sin pañal
cuando vi que me pedía hacer pis y llevaba varias noches sin mojarlo.
Pusimos el orinal en su alfombra, con sus juguetes, y le encantaba. Lo
llamaba “la mariquita”, porque tenía lunares y carita. Enseguida empezó a
sentarse sola, sin avisar, y venía orgullosa a llamarme cuando había
hecho caca o pis”.
Sin embargo, la experiencia de Lourdes fue bastante diferente:
“Alrededor de los 2 años, a Aarón siempre lo sacaba a la calle con pañal
para evitar sorpresas. Al principio, él empezó a pedirme con
insistencia hacer pis o caca, era muy escrupuloso y no le gustaba
hacerlo en el pañal. Sin embargo, por comodidad mía o porque era más
fácil así, yo le “obligaba” a hacerlo en el pañal, para acabar
antes y no tener que buscar un sitio adecuado. Creo que ahí metí la pata
porque luego, cuando me lo pidieron en la escuela infantil, me
resultó muy difícil conseguir que fuera al baño y tardó bastante más que
la mayoría de sus compañeros en independizarse del pañal. Me parece que
no supe aprovechar su momento”, confiesa Lourdes. Y es que de eso se
trata, de saber escuchar al pequeño y facilitarle su aprendizaje, respetando su proceso.
Sus primeras palabras
Esta etapa se caracteriza por el desarrollo de su psicomotricidad y sus habilidades sociales, incluido el lenguaje. Alrededor del año empiezan a dar sus
primeros pasos
y gatear, apunta el médico puericultor José Luis León Aguado, haciendo
hincapié en que “empiezan”. “Tiene que andar cuando esté preparado”,
insiste el experto. De la misma forma, cerca de los 2 años «empieza» a hablar,
con bisílabos, frases fáciles. Y, entre medias, va comiendo solo, se
mueve con coordinación, sube escalones, puede apilar cubos y bloques.
También va perfeccionando sus habilidades sociales. Se relaciona con
otros niños y usa el “no” con frecuencia, balbucea, pronuncia monosílabos, nombra e imita a las personas con las que convive.
Por tanto, el doctor León Aguado no ve necesaria la estimulación temprana;
solo la recomienda “si se encuentra un motivo neurológico para el
retraso”. ¿Cuándo deberíamos preocuparnos? “Si no sigue con la mirada o
no interacciona, si no se mueve, ni nada con 12 meses, si no sonríe, si
no mira cuando le hablas”, apunta el médico.
Por: Laura G. De Rivera
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