ÁLVARO GARCÍA RUIZ
Nos guste o no, la economía es un manto que todo lo cubre.
Vivimos en un mundo en el que el dinero forma parte de casi la
totalidad de las decisiones que tomamos, por muy nimias que sean estas.
Hemos
de ser conscientes de lo necesario que es conseguir que los más
pequeños sean sepan de la importancia que tiene esta faceta, tanto en su
vida presente como en la futura. Lejos de dar el reconocimiento que se
merece, en muchas ocasiones tenemos al dinero, y todo lo que conlleva,
como un tema tabú y que no debe ser tratado con los niños.
Para conseguir que los más pequeños aprecien y sean conscientes del valor real del dinero, no son necesarias grandes clases magistrales sobre
la crisis económica y financiera. Tan solo bastará con corregir ciertos
errores en los que a veces caemos sin darnos cuenta. La prestigiosa
financiera Beth Kobliner cuenta en Learn Vest algunos de ellos.
1. Caer en la trampa de la tienda
Está
claro que a ningún padre le apetece vivir la típica pataleta de hijo
que quiere que le compren algo y para conseguir sus objetivos, no duda
un instante en convertirse en una vociferante bestia.
Está claro que con esa estrategia va a convertirse en el foco de
atención de todo el que esté en un radio de un kilómetro. Desde luego,
cualquier padre se morirá de la vergüenza, pero hay que tener ojo en
cómo se actúa.
Al ceder ante sus pretensiones, lo que antes era un hecho aislado,
acabará por convertirse en un hábito cada vez más fiero. Y no nos
engañemos: cuanto más obtenga un niño, más querrá. Para evitar ese error
conviene ser firme y no caer ante sus pretensiones.
Además, para prevenir el problema, puede utilizarse una enseñanza
lúdica, mediante un juego. En él tendrán que encontrar, por ejemplo, la
pasta de dientes más barata.
Explicar a los niños que el producto
más caro no tiene por qué ser el mejor es una gran estrategia para que
aprendan a consumir con cabeza, así como que no van a obtener siempre lo
que quieran. Deben ser conscientes del valor real del dinero y evitar
que hagan de sus caprichos un hábito.
2. Esperar a que los niños ya sean mayores para hablar de dinero
La
economía forma parte de nuestro día a día, así como la alimentación o
los estudios. Por alguna extraña razón, nos hemos empeñado en no hablar con los niños de este campo hasta que sean mayores.
Al igual que nos esforzamos para que coman fruta y verdura o hagan los
deberes cada día, también hemos de ser conscientes de la importancia que
tiene la economía.
Una correcta educación económica favorecerá que en un futuro no malgasten su propio dinero.
Además de explicar la importancia de ser previsor y ahorrador, también
podemos establecer ciertas dinámicas, como darles una pequeña cantidad
de dinero en el supermercado y que decidan qué hacer con ella sabiendo
qué se necesita comprar en casa. Con esta decisión, se será consciente
de lo que se tiene y cómo podrá utilizarse de mejor manera.
Kobliner
considera que nunca es demasiado pronto para que los niños empiecen a
ser conscientes del significado real del dinero y que es importante que
aprendan a no caer en el error de la inmediatez, pues esperar y retrasar
la gratificación es la base de todo buen ahorrador.
3. Pagar por hacer las tareas de casa
Un
hogar suele estar formado por varias personas y la responsabilidad del
mantenimiento no solo recae en una o dos, sino en todos los miembros. En
mayor o menor medida, cada familiar es necesario para el óptimo
funcionamiento de una casa.
Un niño no podrá hacer lo mismo que un adulto, pero tampoco esa condición le imposibilita de realizar cualquier trabajo casero.
Darle propinas por realizar actos tan básicos como hacer la cama o
recoger la mesa es un error, pues es algo que debería hacer sin un
incentivo.
Eso no significa que no deba obtener ninguna recompensa, pero preferiblemente en aquellos casos que realmente sean un añadido
a lo que deben hacer. Y mucho mejor que no sea una dinámica
acción-reacción. El funcionamiento más útil se basa en premiar a
posteriori, cuando haya hecho bien las cosas, no con el funcionamiento
de “si haces la colada, te daremos dos euros”. Con esta actuación, los
más pequeños aprenderán a ver que su esfuerzo tiene recompensa.
4. Cortar las alas al niño
Está
claro que debemos ser estrictos en la educación de nuestros hijos,
pero tampoco en exceso. Kobliner cuenta como ejemplo el caso de una
amiga suya que se empeñó en que su hijo leyera más. Por estos motivos se negó en rotundo a que su hijo ahorrase para comprar el videojuego que tanto deseaba.
Con este modelo de actuación los resultados pueden ser terribles, ya que el niño es muy posible que acabe por aborrecer la lectura y en vez de ahorrar para adquirir algo que realmente quiere, termine derrochándolo en cualquier asunto sin importancia.
La
solución a la que llegó su amiga fue a un pacto común, en el que ambos
obtenían beneficios. Por un lado él podría ahorrar para su videojuego,
pero solo jugaría durante una hora al día los fines de
semana. Con esta decisión, el pequeño asumió la responsabilidad de tomar
decisiones con su dinero y tener paciencia para llegar a su meta.
5. Quejarse demasiado sobre el trabajo
Está claro que todos tenemos días malos en la oficina y lo único que nos apetece al llegar a casa es despotricar contra el malvado jefe
o aquel compañero tan insoportable. Pero hay que tener cuidado y no
abusar de estas protestas, pues los pequeños pueden acabar teniendo un
concepto muy negativo acerca del trabajo.
Para argumentar esta idea, Kobliner indica un estudio
de la Universidad de Michigan que señala la importante influencia que
tienen la opinión de los padres sobre el trabajo en la visión que tendrá
el hijo sobre el mundo laboral. Para evitar que la visión sea negativa
es conveniente explicar a los hijos los retos y metas que se afrontan, para que ellos vean que, al igual que en el colegio, también en el trabajo hay que cumplir unos objetivos.
EL CONFIDENCIAL, Martes 23 de septiembre de 2014
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