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Aprenden de nuestros fallos

Somos modelo de nuestros hijos 24 horas al día, 365 días al año. Pero no todo ese tiempo somos brillantes ejemplos de madurez y armonía. Aveces mentimos, perdemos los nervios, decimos palabrotas... ¿Queda nuestra labor pedagógica dañada cuando trasgredimos las normas que intentamos inculcarles? No tiene por qué, es más, siempre podemos convertir nuestros momentos menos afortunados en lecciones para nosotros mismos y para nuestros hijos. Veamos qué pueden aprender nuestros hijos en algunas de estas situaciones comunes.

Perdemos los nervios

  • No debemos preocuparnos. El ritmo de los padres no coincide con el de nuestros hijos: cuando queremos que se den prisa, se entretienen más; cuando queremos unos momentos de paz, ellos prefieren saltar... Si perdemos los nervios, tampoco hay que agobiarse: debemos reconocer en voz alta nuestro error, decir que así no se resuelven las cosas, buscar una salida positiva al conflicto e intentar que no vuelva a pasar.
  • Qué aprenden. Que somos humanos y que hay cosas que nos hacen daño o nos hacen reaccionar de forma incontrolada... Pero que después retomamos las riendas.
  • Cuándo es un problema. Cuando estallamos por cualquier cosa con descalificaciones y agresividad. Les estamos enseñando a irritarse por tonterías, les damos la «explosión» como solución a un conflicto.
  • Cómo solucionarlo. Hemos de localizar las situaciones en las que perdemos los nervios y buscar las causas. Podemos pedir ayuda a nuestros hijos: «Cuando me esté enfadando, decidme la palabra mágica "“alikun"” y me daré cuenta de que me estoy pasando».

Hablamos mal de alguien

  • No hay que preocuparse. No siempre estamos de acuerdo con todo el mundo, ni todo nos parece bien.
  • Qué aprenden. Nuestros valores y juicios, y que no todos los comportamientos nos parecen correctos. Obtienen criterios para expresar sus discrepancias, establecer sus juicios y hacer críticas constructivas, siempre que el tono y lenguaje haya sido adecuado.
  • Cuándo es un problema. Hemos pasado toda la tarde con nuestros amigos y sus dos hijos y nada más decirles adiós empezamos a criticar su forma de educar a los niños, aunque delante de ellos hemos sido todo sonrisas. En estos casos, o cuando hablamos sistemáticamente mal de todo el mundo, hemos de cuestionarnos seriamente a nosotros mismos, porque estamos enseñando a nuestros hijos a ser falsos y cobardes, a tener dos caras. A no afrontar con valor sus relaciones.
  • Cómo solucionarlo. Lo mejor es reconocer que nos hemos equivocado con nuestra actitud. Les diremos que es mejor expresarnos ante una persona cuando no estamos de acuerdo con ella, y haremos un esfuerzo por llevarlo a la práctica.

Mamá y papá discutimos delante de ellos

  • No hay que preocuparse. La vida diaria está plagada de situaciones en las que las parejas discrepan... y discuten. Estas discusiones serán positivas para nuestros hijos siempre que no nos descalifiquemos, escuchemos al otro y lleguemos a un acuerdo final. «Nos queremos mucho, pero a veces no estamos de acuerdo», podemos decir a nuestros hijos para reforzar la idea de que una pelea no implica desamor.
  • Qué aprenden. Que puede haber puntos de vista diferentes igualmente válidos; aprenden a expresar sus discrepancias, a ceder, a agradecer que el otro ceda... Aprenden que la felicidad en pareja no depende de estar siempre de acuerdo, y adquieren herramientas para discrepar sanamente en el futuro en las relaciones con sus amigos o pareja.
  • Cuándo es un problema. Si al discutir nos insultamos, gritamos, damos portazos y nos tiramos los trastos, debemos reconocer que tenemos un problema. Los niños se asustan mucho con los gritos y portazos. A veces sienten que tienen que tomar partido, o se culpan de la pelea, aunque no tengan nada que ver. Aprenden que las relaciones de pareja son violentas y es probable que repitan el modelo.
  • Cómo solucionarlo. Deberíamos replantearnos nuestra forma de discutir: aprender otra forma de comunicarnos más allá de la agresividad y la acusación. Si el problema no es solo el lenguaje, entonces tendríamos que reconsiderar nuestra relación y buscar ayuda profesional. Deberíamos hablar con nuestros hijos y decirles que esa no es la forma adecuada de tratar a nadie; y que vamos a aprender otra forma de comunicarnos cuando no estemos de acuerdo. Y hacerlo.

Decimos palabrotas

  • No hay que preocuparse. Una palabrota esporádica y en situaciones de estrés no va a suponer ningún trauma para nuestro hijo. De todas formas, siempre debemos disculparnos y expresar que no ha sido una respuesta adecuada: «Perdona, esto no debemos decirlo nunca».
  • Qué aprenden. Que a todos se nos puede escapar una palabrota en ocasiones, pero que no pertenecen al lenguaje de la vida diaria.
  • Cuándo es un problema. Cuando son habituales. Aunque las digamos riendo, si las dirigimos contra ellos o contra personas queridas, les agredimos y les enseñamos a agredir a los demás.
  • Cómo solucionarlo. Debemos hacer un esfuerzo por cambiar, haciendo a nuestros hijos partícipes de ello: “"Voy a echar 20 céntimos en una hucha por cada palabrota que se me escape". Que los niños vean nuestro interés por hacer las cosas de otra forma, y el método que utilizamos para ello.

Nos pillan mintiendo

  • No hay que preocuparse. «No te preocupes, si ya estaba despierta», decimos bostezando por teléfono a nuestra amiga, que nos ha llamado en plena siesta. Nuestro hijo nos mira extrañado. Acabamos de soltar una mentira de lo más tonta y gratuita.
  • Qué aprenden. Que nos importan los sentimientos de los demás, y que a veces actuamos para no dañarlos. Pero hemos de dejarles claro que se trata de una situación excepcional. En lugar de enseñarles el valor de la mentira piadosa, es mejor demostrarles que la verdad bien dicha no tiene por qué dañar.
  • Cuándo es un problema. Hay dos casos que son especialmente problemáticos. En primer lugar, cuando le mentimos a él: le decimos que volveremos en un minuto, cuando nuestros planes son ir al cine. Este tipo de mentira, aparentemente piadosa (para que no llore ahora), crea en los niños gran ansiedad a medio plazo, porque no pueden confiar en sus padres. También será dañino para él escuchar que no vamos al concierto «porque el niño está malo», o porque nosotros mismos no nos encontramos bien, cuando no es cierto. Aprenderán a esconderse detrás de la enfermedad o excusas socialmente aceptadas para no afrontar sus retos o problemas. Si mentimos tenemos asegurado un hijo que mentirá.
  • Cómo solucionarlo. Si le hemos mentido debemos disculparnos, reconocer lo mal que lo hemos hecho y tomar todas medidas para que no vuelva a ocurrir.

Rompemos una promesa

  • No hay que preocuparse. Tienen memoria de elefante y veinte años después se acordarán de «aquella vez que me dijiste... y luego...». Pero hay razones de causa mayor, que escapan a nuestro control, y así hemos de explicárselo. Y ofrecerles una compensación: una alternativa atractiva a la promesa incumplida.
  • Qué aprenden. Que hay situaciones que escapan a nuestro control y que hay que ser flexibles.
  • Cuándo es un problema. Cuando les hacemos promesas que no pensamos o no podemos cumplir. «Si terminas los deberes bajamos al parque». Pero cuando termina es tarde (en realidad ya era tarde cuando se lo dijimos), y lo posponemos alegremente «para otro día».
  • Cómo solucionarlo. Reconocer el error, pedirle disculpas, corregir nuestra actitud y no prometerle cosas que no podamos cumplir.
Autora: Lidia García-Fresneda.
Asesora: María Pilar Cobos, psicóloga y profesora en la Facultad de Piscología de la Universidad de Málaga.

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