
Si usted carga con las mochilas de sus hijos en
cuanto salen del colegio, ¡cuidado!, podría entrar dentro una nueva
categoría: los hiperpadres, temidos por maestros y pedagogos, que
organizan hasta el último detalle de las vidas de sus hijos y no les dan
opciones para valerse por si mismos.
Pero, además del pequeño detalle de la mochila, ¿cómo
reconocer si formamos parte de ese grupo? La periodista Eva Millet lo
define perfectamente en su último libro: los hiperpadres hablan en
plural cuando se refieren a las cosas de sus hijos («hoy tenemos examen
de matemáticas»), están obsesionados con que reciban la mejor educación
(a poder ser, precozmente) en el mejor colegio o universidad, discuten
constantemente las posiciones de maestros y entrenadores, planean
numerosas actividades extraescolares y, sin embargo, no permiten que
sus hijos participen en las tareas de la casa ni asuman obligaciones
básicas como hacerse la cama o poner la mesa.
Padres mayordomos
Son padres que ejercen de chóferes, entrenadores,
guardaespaldas, profesores particulares y mayordomos... en resumen:
estresados, que acaban criando hijos agobiados que crecen incapacitados
por exceso de protección. Las causas, según explica el experto Carl
Honoré en el libro, pueden buscarse en la «tormenta perfecta en la que
intervienen la globalización y un aumento de competencia que, unidos a
la inseguridad cada vez mayor en los lugares de trabajo, nos han hecho
más ansiosos respecto a preparar a nuestros hijos para la vida adulta».
En resumen: «hoy queremos dientes perfectos, un cuerpo perfecto, las
vacaciones y la casa perfecta y, obviamente, los niños perfectos para
completar el cuadro». A esto hay que sumar el estrés del estilo de vida
que nos han impuesto, que transmitimos a nuestros hijos con ese
omnipresente «¡corre!» que nos persigue sin descanso y hace que, como
explica la pedagoga Cristina Gutiérrez Lestón, «toda esta falta de
tiempo y de espacio para 'ser' genere una serie de carencias emocionales
en muchos niños y niñas, que no saben desenvolverse en un grupo de
gente. Se sienten débiles y con un montón de miedos».
La conclusión, aseguran, es preocupante: tal vez
estemos criando la generación más frágil e insegura de la historia, lo
que para Gregorio Luri, filósofo y pedagogo, debería hacernos pensar
que, ante todo, los niños necesitan unos padres relajados. «Es un
derecho de la infancia», asegura.
Por dónde empiezo
A pesar de la alarma, el panorama tiene solución. El
camino a seguir se llama underparenting, o, en otras palabras, hacerles
menos caso a los hijos. ¿Y cómo se hace eso? La experta propone en el
libro algunas claves para poder empezar,que comienzan, otra vez, con la
mochila. «Usted no ha de cargar por sistema con sus cosas. Parece una
nimiedad, pero que carguen ellos con su mochila es una forma efectiva de
educar la responsabilidad».
También sugiere que no se les permita a los niños
interrumpir las conversaciones, y que no les preguntemos
sistemáticamente todo (desde qué quiere comer hasta qué medicamento
prefiere tomarse para la fiebre). La línea a seguir se define como «sana
desatención», sin anticipar todo tipo de contratiempos ni pasarse el
día alrededor de los niños para intervenir a la mínima de cambio. En la
lista de recomendaciones se incluyen otras muy curiosas y concretas,
como la de no hablar en plural o no pasarse el día colgando fotos de los
hijos en las redes sociales. «Esta avalancha, no solo esta consiguiendo
matar la espontaneidad infantil, sino también crear pequeños narcisos».
Otro aspecto importante es el de la educación. Aquí
la experta es clara: «la educación no consiste solamente en adquirir
títulos (). Que su hijo o hija sean capaces de dar las gracias y de
encajar una frustración es también parte fundamental de su formación».
Es importante, además, no interferir demasiado en las decisiones del
colegio e intentar que el niño aprenda a asumir sus propios errores.
Relájense, sin miedo
Pero ¿qué es lo que nos impide soltar a nuestros
hijos de la mano? ¿por qué los sobreprotegemos hasta rozar muchas veces
el ridículo? Pues algo tan humano como el miedo. «Miedo a equivocarnos
-explica la autora-. A decirles «no». A traumatizarlos. A No darles todo
lo que consideramos que se merecen. A no conseguir que sean felices. A
que sufran. Incluso a no conseguir esos hijos perfectos que parece que
hoy todos hemos de tener». La receta para superarlo es relajarse, y
disfrutar de ser padres, para que también ellos disfruten de ser hijos.
«Mi consejo es que sean afectuosos con sus hijos, que estén con ellos
cuando lo necesiten pero no encima de ellos todo el día. Que no se
pongan nerviosos porque el hijo del vecino esté aprendiendo chino y,
según sus padres, sea una criatura rayana a la perfección». Hay que
decir no, exigirles que colaboren y también «decirles que les queremos,
pero que ello no equivale a que tengan una serie de derechos adquiridos,
ni sobre ustedes ni sobre el resto del mundo».
LA VOZ DE GALICIA, 21/03/2016
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