BEATRIZ PORTINARI
Silvia Vallejo, de 35 años y 32 semanas de embarazo, lleva un mes con un glucómetro y un cuaderno de control de la diabetes gestacional en el bolso. Seis pinchazos al día. Ya sea en su casa o si come fuera, tiene que desplegar el kit de control de azúcar antes y después de comer. Toma nota de los niveles de glucosa en sangre: por encima de 140 mg/dl significa que tendrá que salir a caminar y repetir la prueba.
“Al final te acostumbras y te mentalizas porque es algo temporal: a los 35 años tienen muy controlado el tema del azúcar. Cuando me hicieron el Test de O’Sullivan, que consiste en beber un preparado con 50 gramos de azúcar, me dio niveles normales, pero al repetir la prueba y realizar la curva de glucosa, con 100 gramos y análisis cada hora durante las tres siguientes horas, los niveles estaban un poco por encima y se confirmó la diabetes gestacional”, explica con un suspiro. “Ahora me controlo el azúcar con el glucómetro y sigo una dieta para mantenerlo a raya”. Si ya ha descartado los postres o las galletas en el desayuno, del jamón serrano, paté o sushi prefiere ni oír hablar.
Mala alimentación y embarazo
En su caso, desde que supo que estaba embarazada desterró de su alimentación cualquier ingrediente que fuera sospechoso para su salud o la del bebé. Pero no todas las mujeres cambian o adaptan su dieta durante la gestación.
El VIII Estudio Cinfasalud “Percepción y hábitos de las mujeres españolas durante el embarazo” -elaborado a partir de una encuesta a 2.436 madres españolas, con el respaldo de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO)- señala que una de cada cuatro mujeres (26,7%) no adapta sus hábitos alimentarios o incluso los empeora durante los nueve meses de gestación. Según esta encuesta, solo el 30,8% de las embarazadas prestó especial atención a beber más agua, un 28,6% intentó seguir la pauta de comer más veces al día menos cantidades y un 24,2% buscó información sobre alimentos con nutrientes que requiere el feto. Y lo que es más alarmante: cuatro de cada 10 mujeres siguen consumiendo alimentos considerados de riesgo para el bebé. Si se supone que los embutidos, lácteos no pasteurizados y carnes o pescados semi crudos son tabú durante el embarazo, un sector de la población lo ha olvidado.
“En este estudio hemos observado cambios en positivo y en negativo. Aunque cada vez más embarazadas dejan el tabaco y el alcohol, nueve de cada diez, muchas desatienden su alimentación, actividad física e hidratación”, afirma el doctor Julio Maset, gerente científico de Cinfa. “Las modas gastronómicas de los últimos años han hecho que las mujeres consuman determinados alimentos, sin ser conscientes del riesgo que implican. La introducción del ceviche, el sushi y el tataki, por ejemplo, hace que normalicemos el consumo de pescado crudo, peligroso durante el embarazo. Otra moda ha sido la leche cruda: tenemos una generación de futuras madres que no saben los agentes bacterianos que puede transmitir la leche sin pasteurizar. Lo ideal sería que el 100% de las embarazadas dejaran de consumir estos alimentos porque la posibilidad de que se transmita una enfermedad es baja, pero si sucede, las consecuencias para el bebé son graves”.
El doctor Maset señala la irreal sensación de invulnerabilidad durante el embarazo. “El error es pensar ‘Por un poco de jamón que tome, por un poco de sushi, no pasa nada’. Porque sí pasa; pasan cosas serias. La listeria y la salmonella, por ejemplo, siguen ahí, las intoxicaciones por mercurio, la toxoplasmosis, el anisakis también. Pero como las afecciones graves que provocan, -como malformaciones en el feto, pérdidas auditivas, ceguera, deficiencias renales, cerebrales, cardíacas, abortos- son infrecuentes, nos hemos olvidado de ello y no cuidamos la alimentación cuando sería muy fácil prevenir todo esto”, concluye el doctor.
EL PAÍS, Jueves 03 de mayo de 2018
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