MIGUEL ANGEL BARGUEÑO
El año empezó de forma trágica y dolorosa, con más de una decena de muertos en un atentado yihadista contra la revista Charlie Hebdo,
en París. Y si el episodio es difícil de digerir para los adultos,
imaginemos lo que ocurre con los críos, que por muy lejos que los
mantengamos de la barbarie, siempre escuchan conversaciones, ven
fragmentos de informativos y lanzan curiosas preguntas. "¿Qué ha pasado,
mamá, papá?".
Ante todo, resulta primordial disfrutar en casa de un clima de
confianza que invite a los niños a cuestionar sobre cualquier asunto que
les preocupe, sabiendo que van a obtener de nosotros una respuesta
creíble y sólida. Así lo aconseja la Asociación Americana de Psiquiatría:
si el infante necesita interrogar sobre cualquier asunto, esa atmósfera
de franqueza le ayudará a hacerlo con naturalidad, y así no se quedará
dándole vueltas al tema en soledad. Si su hijo ha visto imágenes
truculentas (como los recientes tiroteos en Francia de los que muchos
fuimos testigo), no ceda a la tentación de dejar el agua correr,
bien por comodidad, bien porque interprete el probable silencio del
pequeño como una prueba de que no ha entendido nada. Esto último es
posible, pero ¿y si no ha sido así? Si le han causado el mismo impacto
que a usted (como poco), pasarlo por alto sería un error. Por ello, los
especialistas recomiendan dar el primer paso: aportar una explicación,
nos la pida nuestro hijo o no. “Es mejor no ocultar. En el colegio ya se
está comentando la escena. Pero eso debemos adelantarnos y dar
explicaciones a nuestros vástagos”, señala la psicóloga clínica Victoria Noguerol, especializada en problemas de la infancia.
Así, con los atentados, ocurre como con cualquier problema de
violencia, y nuestro mensaje debe cumplir dos funciones: erradicar el
miedo y ser veraz. Decir que esas imágenes son de una película no vale.
Tampoco contar un cuento. “La idea que hay que transmitir es que la
mayoría de los eventos que existen en nuestra vida cotidiana no son
traumáticos, la mayoría de las personas de las que nos rodeamos son
normales y saludables, pero hay un porcentaje mínimo de individuos y
circunstancias que se salen de esa normalidad y causan unos niveles de
sufrimiento altísimos. Explicar que es un hecho puntual, que es la
primera vez que sucede, ayuda. También dar una información que el niño
pueda procesar”, dice la experta. Contarles la verdad les ayudará a
estructurar la realidad y fortalecer su personalidad, y limitará su
tendencia a agrandar y personalizar los problemas. "De lo contrario, su
cerebro empieza a elucubrar y eso da lugar a distorsiones cognitivas”,
añade.
La psicóloga pone como ejemplo los atentados de las Torres Gemelas,
de 2001. “Todos los niños vieron esas imágenes. Pero los que tuvieron la
suerte de tener a unos adultos al lado que les daban una explicación de
lo sucedido podían procesar la experiencia de una forma más razonable y
controlada que los que no recibieron ninguna aclaración”, apunta.
Está bien, además, compartir emociones con nuestros hijos. Si las
noticias de un atentado nos han puesto tristes o nos han sobrecogido,
podemos comunicárselo a la prole, según cuenta Victoria Noguerol.
“Porque eso les da seguridad. Así ven que no son los únicos en sentirse
mal: 'mi papá, que está viendo la tele, también se ha sentido triste con
el episodio'. Pero, siempre, añadiendo una respuesta de calma”.
Evidentemente, hay que utilizar un lenguaje acorde con su edad. No es
lo mismo contarle un atentado a un niño de 12 años que a otro de cuatro
(en los más pequeños, según los expertos, el impacto de estas escenas
puede ser mayor). Tampoco hay que recrearse en las explicaciones: “En el
momento en que los niños reciben la mínima información que les
tranquilice, que satisface su curiosidad, dejan de demandar más. Ya es
suficiente”, añade Noguerol.
Errores que provocan estrés
¿Y qué ocurre si lo comunicamos mal o no lo hacemos? “Se puede
generar sintomatología de estrés postraumático. El miedo tiene la
capacidad de desembocar en trastornos del sueño, pesadillas,
pensamientos recurrentes, flashbacks y trastornos de ansiedad
en general”, responde. Esté atento a dolores de cabeza y estómago,
posibles síntomas de un cuadro de ansiedad. Para evitarlos, ayude al
pequeño al desahogo. “Una respuesta frecuente y desafortunada de los
adultos es: ‘Ya pasó’. No es lo que el niño necesita”, afirma Nogales.
“Lo que precisa es descargar el impacto, hablando de ello, y si tiene al
lado a unos adultos que le están dando una información ajustada,
realista y no impactante, mejor aún”.
Un estudio de neuropsiquiatría
realizado entre niños de 94 escuelas públicas de Nueva York en 2002, un
año después de los atentados del 11-S, reveló que el 26% mostraba al
menos un problema de salud mental. Un 15% se quejó de agorafobia, el
12,3% padecía angustia cuando se separaba de sus padres, el 10,5% reunió
los criterios del TEPT (trastorno por estrés postraumático), el 9,3%
experimentó ataques de pánico y el 8,4% mostró síntomas de depresión
mayor. Otra investigación de la Academia de Medicina de Nueva York,
en 2003, subrayó que el 18% de los niños de Nueva York tenía estrés
postraumático grave o muy grave después del 11 de septiembre. Entre las
causas, se incluían haber visto imágenes explícitas de los atentados o
el llanto desconsolado de sus padres.
Por último, es crucial evitar que los niños se formen una idea
equivocada respecto a “buenos” y “malos”, identificando a unos y a otros
con diferentes etnias, rasgos físicos o creencias. Hay que recalcar que
los “malos” son una minoría, pero también que esa minoría no tiene nada
que ver con una etnia o religión. Recuerde: confianza en el hogar,
veracidad en la información, brevedad, sentimientos sinceros pero calmos
y el matiz de la excepcionalidad y la justicia. Sus hijos lo
agradecerán.
EL PAÍS, Miércoles 14 de enero de 2004
Comentarios
Publicar un comentario