LAURA PERAITA
No existe una regla mágica que confirme que a determinados
años se tienen que realizar ciertas tareas. Depende de muchas variables:
maduración del niño, conocimientos, educación de los padres, entorno en
el que vive, si es hijo único, el menor de varios hermanos...
El problema, según muchos expertos es que los padres apenas exigen tareas a sus hijos ni
a edades tempranas, ni en la adolescencia. Las razones suelen ser las
mismas. «Algunas familias consideran que sus hijos son demasiado
pequeños para desarrollar tal o cual labor (que podrían hacer
perfectamente como, por ejemplo, vestirse para ir al cole con 5 años)
—asegura a ABC Sira Martín, psicopedagoga de Imaginarium—. Al hablar con padres de adolescentes y plantear qué responsabilidades tienen los hijos en casa, la respuesta suele ser cero o, como mucho, tirar la basura o
pasear al perro. Es decir; nada de autonomía personal respecto a su
ropa, cuarto, etc., y nada respecto a la contribución familiar como
ayudar a hacer la compra, lavar el coche, preparar la cena, etc.».
Esta experta apunta que para lograr que un niño sea responsable hay que proporcionarle autonomía personal. Esto es, favorecer que haga por él mismo lo que es capaz de hacer en
cada momento. Cuando son pequeñitos evidentemente son tareas muy
sencillas y no hay que exigir que las hagan perfectas. «Por ejemplo, si
con 1-2 años empiezan a comer solos con la cuchara es normal que
derramen comida. Y conforme van creciendo, sus responsabilidades también
han de ir aumentando. Un niño de Primaria debería prepararse su mochila
del cole cada día, aunque supervisen los padres».
Desconocen sus habilidades
Sin embargo, es muy habitual que los padres hagan por los
niños lo que podrían hacer ellos solos para, de este modo, hacerlo más
rápido, no perder tiempo y hacerlo mejor. «La cuestión es que en muchas
ocasiones ni siquiera se plantean que el hijo es capaz de hacer por él
mismo una determinada tarea. Considero —prosigue Sira Martín— que a los
hijos no se les ofrece ese espacio, tiempo y confianza
para que realicen aquello de lo que son capaces. Por este motivo, los
niños y adolescentes desconocen su nivel de autoeficacia en múltiples
tareas, destrezas y habilidades porque no han tenido oportunidad de
probarse así mismos».
Según su etapa de desarrollo, a los niños se les pueden exigir las siguientes responsabilidades:
Entre dos y tres años
Las tareas que realice siempre deben estar bajo el control
del adulto. Los pequeños aún no comprenden lo que hacen bien o mal y
actúan de acuerdo a mandatos y prohibiciones porque no poseen
autocontrol. Colaboran con el adulto en ordenar y guardar sus juguetes,
zapatillas, pijama, regar flores y en algunas tareas concretas como
poner y/o recoger las servilletas, etc.
Entre tres y cuatro años
A estas edades el niños observa la conducta del adulto, la
imita y actúa en función del premio o castigo que pueda recibir. Ya va
siendo capaz de controlarse y puede tener orden en sus cosas. Colabora
en guardar juguetes y los debe recoger. Puede poner algunas cosas
fáciles en la mesa como el plato y los cubiertos, etc. Se desnuda solo y
se viste con ayuda. Aprende a compartir las cosas y a esperar su turno.
Muestra interés creciente por jugar con otros niños.
Entre cuatro y cinco años
Sigue observando e imitando al adulto. Necesita que le
guíen pero tiene deseos de agradar y servir y, por eso, suele tener
iniciativas responsables como vestirse, recoger sus juguetes,
controlarse en un espectáculo, etc. Ya se le puede asignar alguna
responsabilidad: poner la mesa, control de algún animal, hacer algún
recado dentro del entorno familiar. Puede cuidar a hermanos más pequeños
durante breves tiempos y con la presencia cercana del adulto. Debe
dejar ordenados los objetos que usa.
Es bastante autónomo en la comida y en su cuidado personal
calzarse, lavarse e ir al baño. Acepta los turnos en el juego, aunque no
siempre los respeta. Suele asociarse a dos o tres niños para jugar y
entabla las primeras amistades.
Entre cinco y seis años
Ya ha aprendido bastantes conductas y aunque necesita que
la persona adulta le señale lo que debe o no debe hacer, conviene
presentarle posibilidades para elegir entre dos opciones. Puede ser
responsable de tareas domésticas sencillas: limpiar el polvo, recoger la
mesa, preparar su ropa para vestirse, buscar lo que necesita para una
actividad concreta. No hay que olvidar que el niño sigue imitando y que
es exigente en la aplicación de la norma para todos.
Le agrada ayudar y cumplir encargos y recados sin que, para ello, deba cruzar la calle o lugar peligroso.
Juega en grupos de tres o más y sigue reglas sencillas. Intenta ser
autónomo y puede rebelarse frente a las presiones de los adultos en
asuntos como disciplina autoridad y normas sociales. A partir de los
cinco años comienza a despertar la intencionalidad, asimila algunas
normas y se comporta desacuerdo con ellas.
En el periodo de seis a siete años
Con control y ayuda para evitar descuidos involuntarios,
puede y debe prepararse los materiales para realizar una actividad.
Comienza a ser capaz de controlarse en desplazamientos muy conocidos y próximos tales como el colegio, casa de amigos que vivan en el mismo bloque de viviendas, casa de algunos familiares, etc.
Puede controlar algún dinero semanal y aprender a
administrarlo, sabiendo que, si lo gasta, deberá esperar a la semana
siguiente para recibir una nueva paga. Todavía se guía por las normas y
hábitos del adulto; se identifica el bien con lo mandado y el mal con la
prohibición o el enfado.
Cumple las órdenes al pie de la letra; generalmente hasta los ocho años.
Puede controlar sus gastos con más facilidad. Tiende a
formar grupos de relación con compañeros del mismo sexo. Aprende
costumbres sociales relacionadas con el saludo, la despedida, el
agradecimiento, etc. Actúa de forma responsable si se le ofrecen
oportunidades para ello. Tiene el deseo de ser bueno y, si no lo es,
culpa a los demás o a las circunstancias porque no soporta que le
consideren malo.
Va adquiriendo la noción de justicia y comprende las normas morales mediante ejemplos concretos.
A los ocho años
Comienza la autonomía personal y puede controlar sus
impulsos, en función de sus intenciones. Es capaz de organizarse en la
distribución del tiempo, del dinero y de los juegos. Todavía precisa
alguna supervisión. Pueden dársele responsabilidades diarias: preparar
el desayuno, bañarse, etc.
Empieza a independizar la voluntad del adulto respecto a la
norma y es consecuente en su conducta. Sabe cuándo y cómo debe obrar en
situaciones habituales de su vida. La actuación de las personas adultas
es decisiva dado que si persiste una presión autoritaria el niño se
hace dependiente, sumiso y falto de iniciativa. Si, por el contrario, se
obra de forma permisiva, el niño se convertirá en una persona
caprichosa e irresponsable. Así pues, se hace imprescindible una actitud
que favorezca la iniciativa y mantiene la exigencia.
Le atrae el juego colectivo y coopera en grupo. Es capaz de prever las consecuencias de sus actos.
Entre los nueve y los once años
Ya es bastante autónomo en sus intenciones y, por lo tanto,
en su responsabilidad. Suele tener una organización propia para sus
materiales, ropas, ahorros... Puede encargarse de alguna tarea doméstica y debe realizarla con responsabilidad y cierta perfección. Le gusta que se le recompense por la tarea que se le encomienda.
Aunque aparezcan rasgos de dependencia, le gusta tomar
decisiones y oponerse al adulto con cierta rigidez. Es capaz de elegir
con criterios personales. Se hace estricto, exigente y riguroso.
Se identifica con su grupo de amigos en el que cada uno
tiene una función asignada y se acata lo que dicta el jefe de la
pandilla.
Reconoce lo que hace mal, pero siempre busca excusas,
aunque para los demás suele ser muy estricto. Le gusta que le dejen
decidir por sí mismo y tiene necesidad de afianzar su yo frente a los
demás, de ahí su resistencia a obedecer y su afán de mandar a otros
niños menores. Conoce sus posibilidades, decide y reflexiona antes de
obrar, aprende de las consecuencias y se siente atraído por los valores
morales de justicia, igualdad, sinceridad, bondad, etc.
Entre once y doce años
La influencia de los amigos comienza a ser decisiva y su
conducta estará influenciada en gran parte por el comportamiento que
observa en sus amigos y amigas o compañeros de clase. Los hermanos y
hermanas mayores tienen más influencia sobre ellos que los padres.
Aparece una etapa en la que la crítica suele ser muy frecuente y
dirigida hacia sus padres y profesores; no le gusta que le traten de un
modo autoritario, como a un niño; reclama autonomía en todas sus
decisiones.
Necesita tener amigos y depositar en ellos su intimidad; es
leal al grupo y su moral es la de sus iguales, a los que imita en la
forma de vestir, en los juegos, las aficiones, etc. Quiere ser como los
mayores. Tiene sentido de responsabilidad y trata de cumplir sus
obligaciones y se hace más flexible en sus juicios. Su comportamiento es
mejor fuera del entorno familiar. Tiene capacidad para valorar lo bueno
o malo de sus acciones, puede pensar en las consecuencias, conoce con
bastante objetividad sus intenciones y desea obrar por su propia
iniciativa, aunque se equivoque.
ABC, Martes 13 de enero de 2015
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