JAVIER SAMPEDRO
Leer la mente es tal vez la aplicación más futurista, y más
estremecedora, de las técnicas de neuroimagen que están ahora mismo en
rápido desarrollo. Pero hay otra que puede ser más útil a corto plazo:
la predicción del comportamiento. Los neurocientíficos ya están en
condiciones de utilizar una serie de medidas de la funcionalidad
cerebral (neuromarcadores) para vaticinar el futuro rendimiento
educativo de un niño o de un adulto, sus aptitudes de aprendizaje y sus
desempeños favoritos. También sus tendencias adictivas o delictivas, sus
hábitos insalubres y su respuesta al tratamiento psicológico o
farmacológico. El objetivo de los científicos no es llegar a la sociedad
policial caricaturizada en Minority Report, sino personalizar las prácticas pedagógicas y clínicas para hacerlas mucho más eficaces y serviciales para la gente.
“Durante más de un siglo”, escriben en Neuron el neurocientífico John Gabrieli
y sus colegas del MIT (Massachusetts Institute of Technology, en
Boston), “comprender el cerebro humano ha dependido de daños
neurológicos acaecidos de manera natural, o de las consecuencias
imprevistas de la neurocirugía”. Gracias a ese tipo de casos, algunos
muy famosos entre los neurólogos, se pudo determinar el papel esencial
para el lenguaje que tiene el córtex prefrontal izquierdo (la célebre
área de Broca), por ejemplo, o las áreas implicadas en el comportamiento
social, la toma de decisiones o la construcción de nuevas memorias.
Pero esta cartografía de las funciones mentales ha experimentado una
explosión en tiempos recientes con el advenimiento de las técnicas no
invasivas de neuroimagen, que han descubierto en miles de experimentos
las áreas –y asociaciones entre áreas— implicadas en la percepción, el
conocimiento, el pensamiento moral, el comportamiento social o la toma
de decisiones económicas. También las peculiaridades de la estructura y
la función cerebral que subyacen a los trastornos psiquiátricos más
comunes, y a la mera diversidad humana que se distribuye dentro de la
horquilla 'normal' y depende de la edad, el sexo, la personalidad y la
cultura. Y también de la genética.
Lo que proponen Gabrieli y sus colegas del MIT es utilizar ese acervo
tecnológico capaz de medir la neurodiversidad humana para predecir el
comportamiento futuro de las personas. “Esa predicción”, dice Gabrieli,
"puede constituir una contribución humanitaria y pragmática para la
sociedad, pero ello va a requerir una ciencia rigurosa y una serie de
consideraciones éticas”.
Por ejemplo, un tipo de medida con un simple casco de electrodos
(completamente no invasiva y llamada ERP, o potenciales relacionados con
un suceso), realizada a las 36 horas del nacimiento del bebé y que
determina su respuesta cerebral a los sonidos del habla, es capaz de
predecir con un 81% de acierto qué niños desarrollarán dislexia a los
ocho años. Y por tanto permitirían aplicar programas educativos
especiales a esos niños durante los primeros ocho años de vida, un
periodo crucial para el aprendizaje del lenguaje y la comprensión de la
lectura. Estrategias similares pueden aplicarse al aprendizaje de las
matemáticas y la música, donde también las diferencias entre niños son
notables.
Otro ejemplo importante es la predicción de las tendencias
delictivas. Esto es cualquier cosa menos una novedad. “El sistema
judicial”, explica Gabrieli, “ya está plagado de solicitudes (por parte
de los jueces, del fiscal o de los abogados de una de las partes) de
predicción del comportamiento futuro del procesado, que se utilizan para
elaborar dictámenes sobre qué fianza imponer, qué sentencia dictar, o
qué régimen de libertad condicional imponer”.
Todo esto ya existe, pero se basa en dictámenes de expertos que,
actualmente, resultan tremenda y demostradamente imprecisos. Los
análisis de neuroimagen que miden el grado de impulsividad del sujeto,
su control cognitivo y su capacidad de resolución de conflictos
cognitivos, entre otros, tienen el potencial de informar la decisión del
juez con una precisión mucho mayor que los actuales dictámenes de
expertos. Son solo algunos ejemplos de las posibilidades de esta
técnica.
Y que sirven también para revelar los profundos y delicados problemas
éticos que suscita esta propuesta de los científicos de Boston. La
cuestión principal es encontrar formas legales de garantizar que toda
esa información predictiva se utilice para ayudar a los ciudadanos, y no
para que las empresas o las instituciones seleccionen a la gente que
tiene más probabilidades de éxito. Este, de hecho, es un problema tan
difícil que cabe preguntarse si la neuroimagen va a causar más daño que
beneficio social.
Pero Gabrieli y sus colegas no lo creen así, por la sencilla razón de
que las prácticas actuales son ya muy cuestionables. “Se ha
demostrado”, arguyen los científicos, “que las decisiones sobre libertad
condicional que toman incluso los jueces más experimentados vienen
afectadas por factores como la hora del día y la proximidad de la hora
de comer”. Un criterio objetivo de neuroimagen siempre será mejor que
esa ruleta, opinan los investigadores del MIT.
Toda nueva técnica plantea en el fondo el mismo dilema ético: que se
puede usar bien o mal. Si la experiencia sirve de algo, cabe predecir
que al final ocurrirán ambas cosas. Aquí hay material para guionistas
inteligentes.
EL PAÍS, Lunes 19 de enero de 2015
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