CARLOTA FOMINAYA
Para el filósofo Gregorio Luri, buen conocedor del mundo educativo, y autor de «Mejor Educados» (Ariel), es mucho más sensato enseñar a nuestros hijos a superar las frustraciones inevitables
que hacerles creer en la posibilidad de un mundo sin frustraciones.
Luri, además, es especialmente crítico con aquellos que desean hijos
felices. «Primero, yo creo que lo que hay que hacer es amar a la vida,
no a la felicidad. Y no se puede amar a las dos al mismo tiempo. Porque
la felicidad solo se puede conseguir jibarizando a la vida. Es decir,
por medio de la idiocia. Además, no creo que existan los niños felices». Así lo asegura el ensayista catalán para quien la infancia no solo no es feliz, sino que suele ser una edad «terrible». «La vida es muy compleja. Otra cosa es que pueda haber momentos de gran alegría en la infancia.
Pero también puede haberlos diez minutos antes de tu muerte», advierte.
«Eso sí, teniendo también claro que no queremos hijos infelices y que
lo contrario de la felicidad no es la infelicidad», matiza.
—A
cualquier padre que se le pregunte responde que quiere un hijo feliz. Y
es abrumadora la sobreoferta de obras de psicología y de noticias que
indican el camino más corto para llegar a la felicidad.
—A esos padres les pediría que abrieran los ojos y que me
dijeran qué ven. La vida es compleja, llena de incertidumbres, y con un
sometimiento terrible al azar. Estoy empezando a pensar que hay un
sector de educadores postmodernos que se han convertido en el aliado más
fiel de la barbarie, que lo que hacen es ocultar la realidad y
sustituirla por una ideología buenista, acaramelada, y de un mundo de
«teletubbies». Personalmente, me resultan más atractivas la valentía y
el coraje de afirmar la vida. Tenga usted un hijo feliz y tendrá un
adulto esclavo, o de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones, o
de alguien que le va a mandar en el futuro. Personalmente, me resulta
mucho más atractiva la valentía, el coraje de afirmar la vida. Algo que
ha sido, por otra parte, la gran tradición occidental desde Homero hasta
hace dos días: Querer a la vida a pesar de que esta es injusta, tacaña, austera.
No querer a la vida porque encontramos la forma de diluirnos todos en
un acaramelamiento que hasta me parece soez. Ahora la felicidad se
entiende como un recorte de las aspiraciones.
—Tampoco queremos hijos infelices.
—En absoluto, eso sería de juzgado de guardia. Hay que
tener claro que lo contrario de la felicidad no es la infelicidad, es la
realidad. Hay que asumir la complejidad del mundo. Como seres humanos
nuestro deber no es ser felices, es desarrollar nuestras capacidades más
altas. Y la felicidad es una ideología que milita contra esto. ¿Por
qué? Por la simpleza de nuestros teóricos, que nos llevan a una
felicidad en cursivas. Procure que sus hijos no sean infelices, y
después enséñeles la realidad, a sobrellevar sus frustraciones, a
sobrellevar un no. Estamos creando niños muy frágiles y caprichosos, sin
resistencia a la frustración, y además convencidos de que alguien tiene
que garantizarles la felicidad. Y si alguien no se la garantiza, se
encuentran ante una desgracia metafísica. Porque cuando nuestros hijos
salgan al mercado, la sociedad no les va a medir por su grado de felicidad, sino por aquello que sepan hacer,
que es exactamente lo que se le pide a las personas con las que nos
relacionamos. Cuando vamos al dentista, no nos importa que sea feliz,
sino que sea profesional en lo que hace. Si necesitamos un fontanero,
querremos que sea eficiente, rápido, y a ser posible barato. Hombre, si
es amable, mejor. Pero desde luego no vamos a valorar si es un fontanero
feliz. Además, me parece muy sano que nuestras relaciones sociales,
especialmente con los desconocidos, no estén mediadas más que por su
profesionalidad, sin necesidad de estar pendientes de la emotividad.
—En
su libro Mejor educados tiene un capítulo que reza: «Desconfíe del
profesor que quiere hacer feliz a su hijo». ¿También de la escuela?
—De las que prometen «experiencias». Una escuela lo que
tiene que ofrecer es la posibilidad de realizar trayectorias, no
experiencias. Y en el caso concreto de los niños pobres, la posibilidad
de cambiar de trayectoria, de liberarse, y de abrirse puertas. El mundo,
sea lo que sea, no es un fruto de nuestro deseo. Y está muy bien que no
sea así, porque si no cada uno tendríamos el nuestro. Y la realidad es
aquello que un escritor catalán decía: «Ante la realidad, siempre se
está en primera fila». Esto hay que saberlo. Y de todas formas, te
llevas unos cuantos sopapos en la vida. Lo cierto es que hay que estar
listo para eso. Pero... ¿para qué estamos preparando nosotros a nuestros
hijos? Para ser felices, mientras las madres «tigre» chinas, por
ejemplo, entrenan a sus hijos para que sean capaces de ir a cualquier
universidad del mundo. ¿Conclusión? Tendremos que ir con nuestro
currículum de la felicidad a buscar trabajo en empresas chinas.
—Los padres de ahora, ¿son demasiado flexibles con sus hijos?
—No, lo que están es perplejos. Y existen elementos
objetivos para su perplejidad. En contra de lo que se dice de que los
padres han dimitido, pienso que están más preocupados que nunca, quizá
demasiado. En este sentido, soy partidario de reformular los derechos de
los niños. El primero de todos sería que los hijos tienen derecho a
tener unos padres tranquilos, que no estén continuamente preocupados,
pendientes de qué tienen que hacer en el momento en que se encuentran
sus hijos. Segundo, que tienen derecho a tener unos padres imperfectos.
Porque así tienen relación con seres humanos. Voy a decir algo que me
parece esencial: ser adulto, o hacerse adulto, es aprender a querer a
los que te rodean a pesar de que estén llenos de faltas. La clave de
todo esto de la felicidad es una ideología muy extraña que considera que
la vida es un conjunto de problemas, cuya respuesta nos la puede dar no
sé qué sabiduría, y en el momento en que tengamos respuesta a esa
sabiduría seremos felices. Eso es un cuento chino.
Las redes sociales y la felicidad: «Nadie puede considerarse feliz hasta el día de su muerte»
ABC, Lunes 12 de enero de 2014
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