JOSÉ ANTONIO MARINA
Ahora que estamos diseñando las “destrezas del siglo XXI” para ver qué hábitos debemos fomentar en nuestros niños y adolescentes, conviene tener en cuenta que tener ideas claras y
hábitos firmes en el terreno ético son más importantes para nuestro
futuro que los avances tecnológicos, científicos o políticos. Incluso la
democracia es una “institución suicida” si no se enmarca en principios
éticos, como señaló el gran filósofo del derecho Garzón Valdés. De hecho, los pedagogos más avanzados insisten en esta línea. Michael Fullan, de quien ya les he hablado,
en el proyecto “New Pedagogies for Deep Learning”, incluye el
“emprendimiento ético”. El informe del National Research Council de EEUU
de 2012 –Education for Life and Work: Developing Transferable Knowledge and Skills in the 21st Century– añade las competencias éticas. Howard Gardner, el premiado iniciador de las inteligencias múltiples, en su libro Las cinco mentes del futuro incluye la inteligencia ética. Guy Claxton y el movimiento “Building Learning Power” van por el mismo camino.
La ética como bote salvavidas
Es un tipo de enseñanza que no se puede improvisar. De hecho, el Gobierno francés ha previsto que debe tomar parte en la formación del profesorado,
y que los inspectores pedagógicos deben proporcionar a los docentes
herramientas didácticas para su puesta en práctica. Además, los expertos
advierten que es necesario integrar dos tradiciones francesas.
En 1792, Condorcet afirmó que “la primera condición de toda enseñanza es enseñar verdades”. Dos siglos después, Edgar Morin en su discurso en la UNESCO sostuvo que era necesario también “enseñar la incertidumbre”. Esto supone que la escuela acepte una “cultura del conflicto”
que prepare a los alumnos para el mundo real. Pero la ética se define,
precisamente, como "el conjunto de las mejores soluciones que ha
inventado la inteligencia humana para resolver los inevitables
conflictos que la convivencia humana provoca". No es un conjunto de
coacciones, es un bote salvavidas. Interpretarla como un conjunto de
buenas soluciones nos permite poder comparar unas morales con otras.
¿Qué es mejor solución, la igualdad de todos los seres humanos o la
diferencia en castas? ¿Es mejor el “derecho de la fuerza” o la “fuerza
del derecho”? ¿Es bueno tener garantías procesales, controlar al poder
político, admitir una función social de la propiedad, o lo contrario?
Con frecuencia se levanta la objeción de que la ética no se puede
enseñar. La historia lo desmiente. Todas las culturas han transmitido
sus morales. Y nosotros también estamos transmitiendo una. Lo que ocurre
es que no parece la adecuada a la vista de su incapacidad para resolver
conflictos crónicos. Los objetores tienen razón al
decir que la ética no es un conocimiento, es un modo de actuar basado en
el conocimiento. Como ya dijo el venerable Aristóteles,
“lo importante no es saber lo que es bueno, sino hacerlo”. Este
problema se ha intentado resolver de varias maneras. Por ejemplo, en
Estados Unidos y otros países, introduciendo en la escuela programas de “aprendizaje-servicio”, en los que los alumnos deben participar en actividades de interés social.
En
nuestras leyes educativas se ha fomentado la participación activa, pero
se ha pecado de ingenuidad al pensar que basta participar para
aprender. Un ejemplo. El Tribunal Supremo acaba de ratificar el derecho a
no ir a clase de los alumnos, a partir de tercer curso de la ESO, si lo
han decidido colectivamente, y sin necesidad de la autorización parental. En
efecto, la LOE lo aceptaba “a fin de estimular el ejercicio efectivo de
la participación de los alumnos en los centros educativos y facilitar
su derecho de reunión” y la LOMCE adolece de una ingenuidad pedagógica
inexplicable. Toda competencia se aprende mediante el ejercicio, pero no
todo ejercicio desarrolla una competencia. El debate es imprescindible
para el pensamiento crítico, pero no todo debate
produce pensamiento crítico. Para aprender a tomar decisiones, como es
la de faltar a clase para apoyar una causa, se debe tener en cuenta que
al hacerlo hay que atenerse a las consecuencias. En este caso, que
tendrán que estudiar más otro día, por ejemplo.
Creo que conviene
repensar la enseñanza de la ética en nuestro sistema educativo. “¡Es
urgente!”, ese es el mensaje de París. La solución que la LOMCE
ha impuesto me parece mala. Ha reintroducido la “educación de la
ciudadanía” en todos los cursos (es decir, más que en la anterior ley),
pero presentándola como alternativa a la religión. Por
motivos que los dramáticos sucesos de París y de otros muchos lugares
ponen de manifiesto, la religión no puede sustituir a la ética. Otra
cosa es que, dentro de la educación ética se deba considerar, estudiar,
valorar el fenómeno religioso que ha acompañado a la
humanidad a lo largo de toda su evolución. Pero esto quedará para otro
día. No quiero abusar de la paciencia del lector.
EL CONFIDENCIAL, 20/01/2015
Hol.a
ResponderEliminarEl niño crece en la familia y es con ésta con quien va a desarrollar sus primeras relaciones. Gracia, E (1994) menciona que a este proceso se le denomina sociabilización e incluye también la transmisión de determinados valores y conductas que al poco tiempo aparecerán como naturales sigue leyendo en https://yaldahpublishing.com/15-mejores-lugares-para-vivir-en-michigan/
ResponderEliminarme volvi a dormir
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