ELENA HORRILLO
La próxima vez que vaya al supermercado eche un vistazo a
los estantes, a la sección de refrigerados, a las ofertas, y fíjese en
cuántos productos exhiben diferentes adjetivos en sus publicidades:
natural, tradicional, ecológico, saludable. Es decir, respectivamente y
según la RAE, que está tal y como se halla en la naturaleza, que sigue
las normas y costumbres del pasado, que se ha obtenido sin químicos que
dañen el medio ambiente o que sirven para conservar y restablecer la
salud. Pero, ¿son esos productos realmente merecedores de esas palabras?
¿Qué significa "refinado"? ¿Es tan bueno, tan puro, como suena? ¿Y
"enriquecido"?
“Un
producto que se necesita enriquecer es porque le han quitado algo”,
asegura Paloma Quintana, dietista-nutricionista y tecnóloga alimentaria,
que pone un ejemplo clásico: la leche. “¿Por qué hay que añadirle
vitaminas a la leche? Porque se desnata, se le quita la grasa y con ella
se van las vitaminas liposolubles como la D”, explica. No todo lo
enriquecido es mejor, porque los micronutrientes añadidos no se absorben
de la misma manera que los que se encuentran presentes per se
en los alimentos. Otras veces es un añadido que no tiene sentido. El
ejemplo lo pone esta vez Miguel A. Lurueña, doctor en Ciencia y
Tecnología de los Alimentos y autor del blog Gominolas de petróleo:
“No es necesario consumir leche enriquecida con Omega-3 si ya obtienes
ese nutriente a partir de otros alimentos, como, por ejemplo, en el
pescado”.
No es el único caso de palabras que suenan mucho mejor de lo
que quieren representar en realidad. "Refinado" es un gran paradigma.
Lo identificamos con elegante, fino, incluso puro. Así pues, las harinas
refinadas deberían ser la quintaesencia de la alimentación. Y,
visualmente, lo parecen: son más finas y más blancas. Pero, también,
resultan menos nutritivas. Esto es así porque el refinado -en este caso
de la harina- consiste en eliminar el germen y el salvado del grano de
trigo obteniendo un producto más atractivo visualmente, pero perdiendo
fibra, vitaminas y minerales. “Habitualmente, se habla de productos
refinados para referirse realmente a productos ultraprocesados”, lamenta
Lurueña.
Natural y ecológico, ¿apuesta segura?
Nada que ver con los productos naturales. Porque lo natural
siempre es mejor, ¿no? “Este es sin lugar a dudas el término que más se
ha distorsionado. Viene recogido en la legislación, aunque no para
referirse a alimentos sin aditivos, sino para hablar, por
ejemplo, de compuestos que están naturalmente presentes en los
alimentos”, explica Lurueña. Es decir, según la ley, un alimento
"natural" es fuente natural de proteínas, pero no natural en sí mismo,
un adjetivo que no está definido en la legislación y que por tanto se
usa publicitariamente sin un criterio claro. “El concepto 'natural',
como se utiliza en la industria alimentaria, es un poco inventado, dejan
que juegue la imaginación de cada uno”, afirma Quintana, quien
apuntilla un segundo después: “Y natural no significa que sea bueno”.
Otro de los términos cuyo vacío legal complica su interpretación y abre la puerta a la imaginación de los publicistas es ecológico.
“Un alimento etiquetado como ecológico no significa necesariamente que
sea más respetuoso con el medio ambiente, más saludable o más apetitoso
que otro convencional. Simplemente es aquel que cumple con los
requisitos que se especifican en la legislación relativa a este tema”,
sentencia Lurueña. El problema es que en el imaginario colectivo el
término ecológico puede significar otra cosa, ya que “un alimento que
pueda llevar esta etiqueta no tiene por qué ser sostenible”, aclara
Quintana, quien hace hincapié en que es mucho más ecológico el consumo
de productos de temporada y de proximidad que algunos que sí pueden
contener esta denominación. Y, que quede claro, “no se ha demostrado que
sean mejores desde el punto de vista nutricional”, tal como sentencia
Irene Bretón, de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN).
Todo esto se encuadra en la búsqueda constante de los
alimentos más saludables posibles, porque estamos convencidos de que
existen. Lo confirma Miguel A. Lurueña, que reniega de eso de que hay
que comer de todo y cita a Dariush Mozaffarian, cardiólogo y epidemiólogo de la Universidad de Harvard, que en una entrevista en The New York Times aseguró: “La afirmación de la industria alimentaria de que no existe esa cosa llamada alimentos malos,
no es cierta. Hay alimentos buenos y malos, y el consejo debe ser comer
más alimentos buenos y menos de los malos. La noción de que está bien
comer de todo con moderación es simplemente una excusa para comer lo que
nos venga en gana”. Esto sería un argumento contra aquellos que
banalizan los llamados alimentos malos, pero ¿qué pasa con
aquellos que sacralizan los buenos? Quintana es tajante: “No podemos
alegar 'salud' mencionando un solo alimento, porque lo único saludable
es el patrón dietético”. Y lo explica diciendo que “no sirve de nada
comer mucho brócoli porque es saludable, si no contamos con un patrón
dietético saludable”. De la misma opinión es Bretón: “Más que un
alimento concreto, es el conjunto de la dieta lo que resulta o no
saludable. Los alimentos aportan nutrientes que son importantes para
nuestra salud”.
Pero, ¿cómo resistirse a una publicidad que nos invade tan
habitualmente con estos términos tan atractivos y aparentemente pensados
para mejorar nuestro estado físico y mental? “Todas esas palabras
siempre vienen, y ahí está la clave, con un mensaje visual”, explica
Quintana. Personas atléticas, deportistas, campos verdes que asociamos a
saludable, natural, ecológico o tantas otras cosas. Así que se impone
retirar la vista de las publicidades y centrarla en las etiquetas.
La legislación explica cuál es la información obligatoria que debe
recogerse en ella, pero las empresas pueden añadir otros conceptos
siempre que estos no incumplan la ley o conduzcan a error. “Lo que
sucede es que en muchos casos hay un vacío legal, ya sea por no estar
recogido en la legislación, o bien, por no estar suficientemente
definido, con lo cual el motivo de conflicto suele estar sujeto a
interpretaciones”, asegura Lurueña.
EL PAÍS, 16/10/2016
Comentarios
Publicar un comentario