MÓNICA SETIÉN
Las relaciones entre padres e hijos no son una foto de instagram. A veces,gestionar la adolescencia, las pataletas, los porque sí... no es fácil y los padres tienen que estar preparados para cualquier contingencia.
De todo esto sabe mucho Antonio Ortuño, psicólogo infanto-juvenil y terapeuta familiar. Lleva trabajando desde el año 1990 con diferentes problemáticas asociadas a la educación familiar.
Para Ortuño, la educación es una carrera que no sabemos cómo va a transcurrir y, por ello, ha ideado un sistema, el llamado semáforo inteligente, con el que explica a los padres cómo y cuándo dar a los hijos más libertad: «Cuando un niño nace, todas las decisiones las toma el adulto. El bebé es un punto dentro del círculo de responsabilidad de los padres, pero poco a poco los niños van tomando sus propias decisiones. Así las que las determinaciones que antes tomaban los progenitores, ahora las van tomando los hijos: alimentación estudios higiene... de tal manera que el punto dentro de la responsabilidad parental crece tanto que se sale del control de los padres».
El propio Ortuño explica la técnica del semáforo para educar y lidiar con los hijos:
-Semáforo Rojo: El control de la situación lo posee la persona adulta. El hijo no puede tomar decisiones, ya que pone en peligro el bienestar de alguna persona, sobre todo la suya. Es algo que no se puede tolerar ni aceptar. Es el espacio donde se ejerce la autoridad, teniendo en cuenta la postura y la opinión del otro. Es lo que denomina autoridad empática. Son situaciones donde no cabe la negociación. Es un «no» amable, respetuoso. Y los «no» son innegociables.
-Semáforo Amarillo: Aquí entran los procesos de negociación y cómo se equilibra lo que le gusta y lo que no le gusta. Siempre con estrategias motivacionales. El control de la situación se puede y debe compartir. Tanto el adulto como el menor pueden tomar decisiones. Se confía en los hijos y se respeta su toma de decisiones. Puede no gustar del todo a una de las partes, pero se puede aceptar y tolerar. Es una situación negociable, donde se tiene que llegar a compromisos, con una visión cooperativa buscando que ambas partes ganen algo. Desde diferentes puntos de vista se llega a un acuerdo, de manera proporcional, aunque un poco asimétrica. Es algo así: decides sobre lo que yo decido que puedes decidir. Pero, como resultado final, la decisión tiene que ser del niño.
-Semáforo Verde: La responsabilidad es totalmente del hijo. El niño toma decisiones que afectan a su proyecto de vida, no a la de sus padres. Digan lo que digan los adultos, los niños son los que deciden en último término. Los padres aprenden a acompañar, a ponerse detrás en su viaje, a estar disponibles cuando el hijo lo crea conveniente, a mostrar confianza cuando tiene que decidir y, muy importante, este debe y tiene que percibir que se respetan esas decisiones. Hay que acompañarles, darles confianza y respetarles.
Este psicólogo recalca que los colores del semáforo no van respondiendo a una edad, «sino a la responsabilidad que pueden ir asumiendo los hijos.Con lo que a diferentes retoños se les irán otorgando responsabilidades y prebendas en función de los que demuestren, no de la edad que tengan».
En cualquier caso, hay que «equilibrar semáforos colectivos y dejar claro lo que tiene que hacer cada uno y forzarles a que lleguen a acuerdos. Equilibrando los semáforos familiares los niños van aprendiendo. Pero no se puede olvidar que el semáforo es algo dinámico, que puede variar en cualquier momento».
En cuanto a los adolescentes y el «miedo» que todos tenemos a sus reacciones, Ortuño afirma que «no es que la adolescencia sea conflictiva, es que cada etapa de la vida es conflictiva. Hay que ir confiando en nuestros hijos y darles más responsabilidades. El problema de los adolescentes es que quieren ir más deprisa de lo que pueden. En el fondo, la construcción de su autonomía es un conflicto que, depende de como se resuelva, salen empoderados o no...»
Injusticias
Entre las afirmaciones de Ortuño destaca la de que «cuando los niños dicen que algo es injusto suelen tener razón». El psicólogo explica que «lo que digo es que los niños tienen que aprender a gestionar emociones y que la ira tiene su función. Soy un fan de la ira y de la frustración porque ayudan a adaptarnos al medio». Y prosigue aclarando que «defiendo la ira porque quiero que los niños sepan actuar en un contexto donde se comete una injusticia. Ahí es donde gana significado la ira como emoción. Otra cosa es que el niño la maneje mal y la acompañe de agresividad y hostilidad, que es un tríada muy peligrosa en la adolescencia». El terapeuta concluye afirmando que «la ira en sí no es mala, así si el adolescente te dice que algo es injusto, está cuestionando una actitud que considera que no es la correcta. Hay que entrenar a lo pequeños a que en la vida hay cosas que son injustas. Esto es muy saludable».
ABC, Martes 20 de junio de 2017
Comentarios
Publicar un comentario