Se cree que las plumas de los dinosaurios no surgieron porque les facilitasen el vuelo. Las primeras utilidades que favorecieron su selección fueron, posiblemente, que ayudaban a mantener la temperatura corporal o servían como reclamo sexual. Después empezaron a ser el soporte para realizar modestos planeos y millones de años después el resultado de aquel proceso se observa en las aves que surcan los cielos. Una adaptación similar es la que sirve para volar a algunos humanos, en este caso con drogas.
El sistema de recompensas naturales de nuestro organismo apareció porque nos empujaba a buscar cosas que facilitan nuestra supervivencia. Sustancias como la cocaína realizan sus efectos a través de los mecanismos de recompensa que nos hacen sentir bien cuando saciamos la sed o el hambre, pero con un efecto mucho más intenso. Estas vías para asegurar que buscamos agua o comida se han visto favorecidas a través de la selección natural pero también están detrás de las adicciones.
Desde hace tiempo, se sabe que hay factores genéticos heredables que pueden hacer a una persona más propensa a sufrir una adicción. Amplios estudios con gemelos han mostrado que el riesgo de abusar de las drogas es heredable hasta en un 60% de los casos. Esto se ha relacionado con variaciones en el genoma, pero esas particularidades no explican el fenómeno del todo. En los últimos tiempos, se están acumulando pruebas de que algunos cambios que se producen en las marcas químicas que el estilo de vida agrega al genoma, lo que se conoce como epigenoma, también pueden transmitirse a las generaciones posteriores. Eso sucedería también con la vulnerabilidad a las adicciones.
Esta semana, un grupo de investigadores de la Universidad de Fudan, en Shanghái, China, ha publicado los resultados de un estudio que puede ayudar a entender un poco mejor la relación entre los cambios epigenéticos de un consumidor de cocaína y la propensión de sus hijos a tomarla sin control. En el artículo, que se ha publicado en la revista Nature Communications, explican cómo separaron a ratones dependiendo de su motivación para buscar la droga. Este interés de los roedores se medía haciendo que para poder acceder a la sustancia tuviesen que empujar una palanca varias veces. El número máximo de veces que uno de los participantes en el estudio apretaba la palanca se empleaba para estimar el grado de motivación que le inspiraba la droga.
Una vez que identificaron a los animales con más interés por tomar cocaína, observaron la relación de sus crías con la sustancia y vieron que tenían mayores probabilidades de engancharse, algo que en humanos sucede en alrededor del 20% de los consumidores habituales. Los autores, también vieron que la heredabilidad de la adicción no depende de un mayor o menor consumo sino de la mayor o menor motivación para buscar la sustancia.
Para entender mejor los factores que hacen heredable una adicción, los investigadores analizaron el esperma de los ratones que querían consumir más y de los que no. Así, encontraron diferencias en la metilación de algunas zonas del ADN, un tipo de marcas epigenéticas que cambian la expresión de los genes. Después, vieron que algunos de estos cambios se mantenían también en la descendencia, algo que podría explicar por qué también ellos tienen comportamientos adictivos.
Aunque el estudio se ha realizado en animales y no se debería pensar en extrapolarlo directamente a humanos, los resultados coinciden con observaciones que se han realizado en estudios epidemiológicos. El consumo de cocaína de los padres se ha relacionado con problemas de ansiedad en los hijos, memoria deteriorada o déficit de atención. Además, se ha observado que si la madre toma cocaína antes del embarazo, se incrementa la sensibilidad de los hijos ante la droga, algo que facilita la adicción.
El conocimiento de la influencia de los cambios epigenéticos de los padres en la tendencia al consumo abusivo de droga en los hijos podría servir en el futuro para modificarlos y reducir ese riesgo. Investigadores como Juan Carlos Izpisúa,profesor del Laboratorio de Expresión Génica del Instituto Salk en EEUU, han logrado manipular esas marcas y esperan que eso se pueda hacer de forma más controlada y generalizada en el futuro. Los autores de este estudio quieren estudiar ahora si el uso de otras drogas, como la heroína, pueden provocar cambios epigenéticos similares.
LA ADICCIÓN A LOS ALIMENTOS
Los mecanismos cerebrales de la recompensa que nos empujan a alimentarnos para seguir con vida son similares a los que incitan al consumo de drogas. Como en el caso de los psicotrópicos, la intensidad del placer que algunos alimentos provocan a algunas personas, pueden generar adicciones.
Varios estudios ya han mostrado que los excesos alimentarios del padre producen marcas en sus genes que pueden transmitirse a sus hijos. Un estudio reciente de la Universidad de Copenhague (Dinamarca) y el Instituto Karolinska de Estocolmo, observó que los espermatozoides de los padres obesos llevaban marcas en los genes que regulan el apetito adaptadas a sus hábitos de ingesta.
Estas marcas y estos hábitos, distintos en hombres gordos y en delgados, varían dependiendo de los hábitos alimenticios y modifican la expresión de los genes que regulan el apetito. Habitualmente se pensaba que el momento de la fecundación era una especie de nuevo inicio y el padre solo transmitía a los hijos la información de su propio genoma. Ahora, se acumulan las pruebas de que esto no es así y lo que hacemos en nuestra vida cambia la expresión de nuestros genes y el tipo de herencia que dejamos a nuestros vástagos.
EL PAÍS, Viernes 2 de junio de 2017
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