PATRICIA GARCIA
Primero fueron las comuniones. Ahora, una nueva entrada en el blog personal del Juez de Menores Emilio Calatayud ha vuelto a poner en el foco del debate otra de las costumbres más arraigadas en la España contemporánea:«se nos está yendo la olla con… las graduaciones», escribe. Los cierres de ciclo se celebran en todas las culturas cuando se da un momento de maduración personal especialmente significado. La novedad, quizá, es que la ceremonia de graduación universitaria se ha ido extendiendo a niveles educativos inferiores. Y es aquí donde sociólogos, psicólogos y el propio Calatayud identifican un motivo de inquietud. «Bebés con birretes y, después, fiesta al canto», ironizaba el juez. ¿Es una exageración?
No en todos los centros educativos se despliegan los mismos preparativos ni se repite el acto cada vez que se cierra un ciclo, pero sí en la mayoría.Domingo Jiménez Moral es director del colegio público madrileño Padre Poveda. Reconoce a este diario que celebran «dos actos de graduación, uno cuando los niños terminan Infantil y otro cuando finalizan la Primaria y pasan al instituto». Para no excederse en los gastos aprovechan un amplio comedor que para estas ocasiones hace las veces de salón de actos. Tampoco invierten en los complementos que marca el canon anglosajón: birretes, togas y becas (como mínimo), porque quieren que se entienda «como un acto de convivencia íntimo», aunque en estos meses reciben en el correo una sarta de ofertas de empresas que han surgido aprovechando el nicho de mercado que se abre tras la cortina de la graduación.
Al estilo americano
En el «American School of Madrid», uno de los centros privados más prestigiosos de la capital, el acto conmemorativo se limita al último curso de segundo de Bachiller, pero se respeta al detalle el espíritu que caracteriza al evento casi elevado a ritual. «En el auditorio, en presencia de todo el colegio, también de antiguos alumnos y familiares, da comienzo con el discurso del tutor y le toma la palabra el presidente de la clase, para acabar con una entrega de diplomas». ¿Es extravagante? Es el estilo americano, pionero de las graduaciones.
«Estos actos como fiesta proceden de las universidades americanas y tienen un componente sociológico», explica José Luis Barceló, miembro del Colegio de Politólogos y Sociólogos de Madrid, que tiene que ver con «la exclusividad de la que gozaban antaño, allá por los años 30, los jóvenes que lograban plaza en las facultades que detentaban cierto prestigio y que en algunos casos conservan en la actualidad». Pero en nuestra España de hoy, «incluso desde los años 60, muchas familias consiguieron que sus hijos estudiaran en la Universidad». Por lo que en opinión del sociólogo «carece de sentido» no solo la propia ceremonia, también los festejos paralelos organizados por los graduados que «parece que acaban la carrera como si fuera el fin del servicio militar».
No toda la culpa es de los padres. Tampoco de los colegios. Según el sociólogo Alejandro Néstor, profesor en la Universidad de Navarra, no hay un único elemento desencadenante. Coincide con Barceló en que la estructura familiar juega un papel definitivo: las reducidas tasas de fecundidad -las mujeres tienen 1,3 hijos de media en la actualidad- provocan que «se ponga en la cúspide a los niños a la mínima».
Néstor cree que esta razón ligada a «la cultura emocional» que caracteriza a las sociedades modernas -y que algunos sociólogos llaman «efecto narcotizante»- deriva en una demanda cada vez mayor de vivencias irrepetibles. «Todo acontecimiento que afecta a nuestro hijo se vive de manera más intensa que antes». Por si fuera poco, está tomando un cariz de necesidad el hecho de exhibirlo. Condicionados por los medios de comunicación y por las nuevas tecnologías, «los protagonistas han sucumbido a la difusión de prácticas que encierran cierto éxito», en opinión del sociólogo Néstor, para concederse un determinado estatus. Y si no se encuentran en nuestra cultura los elementos para demostrarlo, «importamos aquellos que nos dotan de excepcionalidad y sin los que ya no somos capaces de quedarnos contentos: ya no nos basta la fiesta de fin de curso íntima y sencilla, hay que darle una mayor dosis de intensidad para que sea única y destacada. Vamos cada vez a más».
El valor de la satisfacción
Es en este punto -¡quiero más y mejor!- donde los psicólogos identifican el germen de una posible intolerancia a la frustración cuando estas ceremonias se trasladan a niveles escolares. Para Carmen Marco, experta en Psicología infantil en AprenderT, «si por cada cosa pequeña les premiamos con una recompensa que no está sujeta a la proporción de lo que consiguen, la expectativa para el siguiente paso será mucho mayor».
Así, lo que en principio «podría ser un refuerzo positivo para los alumnos que les permite llegarmotivados al siguiente curso -según la psicóloga Rocío Martín-Serrano, autora del libro «Autoconcepto y ansiedad en adolescentes»-, trastoca el objetivo del esfuerzo: “tienes que aprobar para graduarte”, en lugar de “si trabajas, además de satisfacción, obtendrás reconocimiento”».
Esto es más dañino durante la etapa infantil, aclara la doctora Marco, «porque los niños están aprendiendo a tolerar la frustración y ni siquiera son capaces de ligar su deber con el acto de graduación». El sociólogo Barceló apoya esta visión y asegura que «no conviene que se les dé a entender que los padres podrán satisfacer todas las necesidades». De hecho, los expertos exponen que los progenitores también pueden llegar a desarrollar frustración si persiguen el deseo insaciable de sus hijos y al competir con otros padres. Martín-Serrano advierte: cuidado con el «programa de premios». Se ha de enfatizar el reconocimiento interno más que el externo, ya que este último no siempre será posible pero sí necesitarán sentirse satisfechos».
ABC, Martes 6 de junio de 2017
Comentarios
Publicar un comentario