JAVIER SALAS
Cada día es más común ver niños desactivados delante de una tableta o un móvil y, también, padres y madres preocupados por el efecto que esto pueda tener en el desarrollo de los más pequeños. A medida que avanza la investigación en este campo, más claro parece que la utilización de pantallas interactivas perjudica al sueño de los menores. Ahora, por primera vez, se ha publicado un trabajo que analiza cómo afecta a un grupo especialmente delicado, los menores de tres años, y que concluye que influye negativamente en su forma de dormir.
Los investigadores de la Universidad de Londres encontraron una correlación muy clara entre el uso de pantallas interactivas por parte de chiquillos de entre seis meses y tres años y una reducción en el tiempo que pasan durmiendo. En concreto, por cada hora diaria que pasaban con la tableta, reducían 26 minutos su sueño nocturno. En total, reducían un cuarto de hora el tiempo diario dedicado a dormir, porque al usar las pantallas aumentaban también en 10 minutos el tiempo dedicado a las siestas diurnas. Probablemente, suponen los investigadores, porque su organismo trata de compensar a lo largo del día el sueño perdido por la noche.
Además, los pequeños también tardan más tiempo en coger el sueño a medida que aumenta su uso de estas tecnologías, según este estudio publicado enScientific Reports. El uso de la televisión, otro de los aparatos que padres y madres usan como canguro, solo reduce el tiempo de las siestas diurnas y no afectaba al sueño nocturno. "Debido a un posible impacto negativo, se ha aconsejado limitar la exposición a aparatos táctiles durante la infancia, pero estos consejos no estaban basados en evidencia científica. Este estudio es el primero en aportar dicha evidencia", afirma Tim Smith, principal autor de esta investigación que se sirvió de datos de 715 familias del Reino Unido.
"Dado que la plasticidad neuronal es mayor en la primera infancia, es probable que el sueño tenga el mayor impacto en el cerebro y en la cognición durante este período crítico de desarrollo temprano", explican los científicos.
Las evidencias ya habían llegado para los niños y niñas de entre seis y 18 años, en estudios como el publicado hace unos meses en JAMA Pediatrics. Esta revisión de más de una veintena de trabajos previos, que engloba a más de 125.000 menores en total, mostraba que "los niños que utilizan dispositivos de medios portátiles con pantallas antes de acostarse tienen más del doble de riesgo de dormir un tiempo insuficiente en comparación con los niños que no tienen acceso. También afecta a la somnolencia diurna y la calidad del sueño".
Los mecanismos que provocan que el uso de pantallas reduzca el tiempo dormido todavía están por definirse por completo, pero hay algunas explicaciones plausibles. Por ejemplo, se sabe que la luz azul que emiten estos aparatos manda señales que confunden los ritmos naturales de sueño del cerebro. Además, según señala el equipo de Smith, dependiendo del tipo de uso de los aparatos podrían estar activando excesivamente a los menores con juegos o películas o incluso robando directamente minutos al sueño cuando niños y niñas se llevan el aparato al dormitorio.
"Con este estudio no podemos inferir causalidad, dado que es simplemente una descripción de lo que las familias están haciendo", explica Irati Sáez de Urabain, que también participó en el estudio. Y añade: "Para inferir causalidad deberíamos controlar el uso de los dispositivos para un grupo de familias y comprobar si efectivamente el sueño cambia, una intervención que requiere mucho cuidado y la consideración de todos los problemas éticos que podría conllevar".
Eso sí, estos especialistas están convencidos de que no todo es tiempo de uso pantalla es pernicioso, siempre que el contenido esté diseñado de forma educativa, y padres y madres se involucren con los menores durante el tiempo de exposición. Todo lo contrario que el clásico gesto de aparcar a los críos con la pantalla delante de la cara. "El siguiente paso es investigar los efectos a largo plazo del uso de aparatos táctiles en la infancia, y estudiar las teorías sobre el cerebro y los mecanismos cognitivos que pueden verse afectados por dichos efectos", señala Smith.
EL PAÍS, 19/04/2017
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