JOSÉ MARI ALONSO
Una pareja pasea por un parque y observa cómo un niño tira del pelo a su madre. “¡Qué niño más maleducado!”, comentan para sí mientras responsabilizan de la conducta del pequeño a sus progenitores por no saber educarlo. Lo que no sabe esa pareja es que esa madre está sufriendo violencia filio-parental. Y lo hace en silencio por vergüenza al qué dirán. Prefiere ser objeto de censura pública por mala madre a nivel educacional que ver afectada su imagen por admitir que sufre agresiones por parte de su hijo.
El silencio en el que a día de hoy siguen refugiándose muchos padres que son objeto de agresiones (ejemplificado en el caso descrito) no acalla el cada vez más sonoro ruido que se deriva del mayor conocimiento de las agresiones ejercidas por niños, adolescentes y jóvenes aparentemente normalizados, sea cual sea su estrato social, procedencia o bagaje cultural. Sus conductas violentas están cada vez más extendidas y se proyectan en el ámbito familiar, y a veces en exclusiva. “La situación es grave”, advierte Roberto Pereira, vicepresidente de la Sociedad Española para el estudio de la violencia filio-parental (Sevifip).
Pereira habla con conocimiento de causa. En todo caso, es difícil poner cifras a esta realidad, ya que existe mucho "secretismo" en torno a este tipo de violencia, que constituye un problema “muy silenciado y silencioso”. Cuesta “mucho” que los padres reconozcan la situación. De hecho, se tarda una media de tres años hasta que los progenitores se atreven a dar el paso de denunciar malos tratos. Silenciado, por norma habitual, el altavoz de los padres, la voz de los propios adolescentes ha servido a esta sociedad para constatar una dura realidad: las agresiones verbales son una “conducta normal” entre los adolescentes. Y es que nueve de cada diez escolares reconoce que ha insultado o amenazado al menos una vez a sus padres en el último año.
Esta realidad se refleja en un estudio realizado por la Universidad de Deusto, que durante tres años ha realizado un seguimiento a 2.700 escolares vascos de entre 13 y 17 años. En el primer año de investigación se constató, para sorpresa del equipo, que el 90% de los adolescentes no tenía reparos en reconocer esta conducta agresiva al menos una vez al año. Por ello, los dos años siguientes se orientaron a las conductas más severas. Y a este respecto, el estudio concluye que el 11% de los hijos somete a agresiones psicológicas extremas a sus padres, a quienes insultan, ridiculizan o chantajean emocionalmente más de seis veces por año. Además, el 3,2% lleva estas prácticas al apartado físico ya que pega (puñetazos, patadas o mordiscos) al menos tres veces al año a sus progenitores
Son datos significativos pero, como apostilla Pereira, no dan cuenta de toda la realidad porque, si bien la franja de los 13 a los 17 años es la de mayor incidencia, las agresiones a padres no se limitan a este tramo. De hecho, la sociedad ha recibido consultas de padres que son objeto de agresiones de hijos de 6-7-8 años y de por encima de los 30 años en el otro extremo.
La Universidad de Deusto de Bilbao ha sido recientemente el marco en el que la Sevifip ha celebrado su segundo Congreso Nacional, en el que 300 profesionales en violencia filio-parental han abordado cómo prevenir este tipo de conductas, cómo intervenir en los diferentes niveles y, especialmente, cómo difundir esta realidad a nivel social para que se pueda dar solución a este “grave problema”. Entre los retos principales está hacer visible esta realidad, consistente en agresiones físicas (golpes, empujones o el arroje de objetos), verbales (insultos o amenazas) y no verbales (gestos amenazadores o ruptura de objetos apreciados), y hacer comprender sus motivos.
¿Cuáles son las causas que se esconden tras estas agresiones? A nivel general, Pereira apunta a los “grandes cambios” a nivel social, cultural y educativo que se han dado en los últimos años en el mundo occidental. Se ha pasado de un modelo “más autoritario, más vertical” al extremo de un prototipo “más cercano y horizontal”, con lo que los padres y los profesores“han perdido autoridad”. En este escenario, los profesionales apuntan aconflictos básicos que influyen en la violencia filio-parental, como el bajo rendimiento académico, la edad tardía de la paternidad, la creciente inhibición de los hijos en las tareas domésticas, el cada vez más temprano consumo de sustancias estupefacientes, la excesiva exposición a las TICs o las desavenencias por los horarios de llegada a casa.
No obstante, a la hora de abordar esta problemática, hay que romper con la falsa creencia de que este tipo de violencia sólo alcanza a familias desestructuradas o multiproblemáticas ya que se da en familias "normalizadas". «La violencia filio-parental no hace diferencia en las personas respecto a su comunidad de residencia, bagaje cultural, estrato social o procedencia», sostiene el psicólogo Javier Urra, presidente de esta sociedad.
La violencia filio-parental comenzó a adquirir tintes alarmantes a partir de 2005, cuando se constató un aumento significativo de las denuncias de padres por agresiones de hijos. Estas fueron creciendo de gorma gradual, si bien desde 2012 se mantienen más o menos “estabilizadas”, hasta llegar a las 5.000 que se contabilizan en la actualidad cada año en España. Pero esta cifra puede ser sólo la punta del icerberg por la reticencia de los progenitores a denunciar a sus hijos bien por la vergüenza social o bien por las consecuencias que puede conllevar para los vástagos, que podrían caer en manos de un familiar o de los servicios sociales en caso de decretarse una orden de alejamiento. Además, también entra en juego un factor que a veces resulta determinante: la denuncia implica asumir un fracaso como padres.
La Sevifip nació en 2013 para promover la enseñanza, la investigación, la regulación deontológica y la intervención en la violencia filio-parental ante el auge de este problema y la alarma social que produce. La escasa información que se tenía sobre el perfil de los menores y de las familias a las que pertenecen, así como las pautas de intervención, impulsó el nacimiento de esta entidad, la primera sociedad científica que se creó en España dedicada al estudio de este tipo de violencia. Entre sus objetivos, busca convertirse en una herramienta útil para los padres, presas en muchas ocasiones del “desconcierto y la desinformación”, ofreciéndoles pautas para prevenir los conflictos o, en el caso de que ya existan, poder tratarlos con el modelo de intervención más adecuado.
A este respecto, el Congreso Nacional celebrado en Bilbao contó con la participación del prestigioso profesor de Psicología en la Universidad de Tel Aviv Haim Omer, que ha desarrollado el modelo de resistencia pacífica que tiene como objetivo aumentar la autoridad parental por medios no violentos y positivos. En su intervención, abordó el concepto de “nueva autoridad” que emplea la “resistencia no violenta” como uno de sus modos de acción y que surge después de que las actuales generaciones hayan “rechazado” el concepto de autoridad dejando un vacío a este respecto.
A nivel asistencial, la situación ha mejorado en los últimos años si bien hay comunidades que todavía cuentan con “escasísimos recursos” para dar una respuesta adecuada. “Cada vez hay más recursos para intervenir y dar una solución”, pone en valor Pereira, director de Euskarri, el centro de Intervención y Formación en Violencia Filio-Parental del País Vasco. En todo caso, pese a que se ha avanzado “bastante”, advierte de que “no es suficiente, porque el problema es de tal intensidad que no comprende toda su globalidad”.
Porque la problemática no se mide en función del incremento o descenso de las denuncias. Que las cifras se hayan estabilizado en los últimos años no significa que el problema no deje de crecer. Los mayores recursos disponibles evitan en algunos casos que se llegue a presentar la denuncia. “Debemos hacer énfasis en trasmitir que es un problema social y cultural en el que se puede intervenir y que tiene solución”, concluye Pereira.
EL CONFIDENCIAL, Domingo 4 de junio de 2017
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