NURIA LLORENTE
Los que tenemos dos hijos, lo vemos claro: si uno es el centro de la fiesta y se relaciona con todo el mundo, el otro es de los que prefiere estar solamente con su mejor amigo; si uno de ellos necesita orden en su espacio, el otro prefiere vivir en su propio caos; si uno se apunta a todas las extraescolares y aun así le faltan, el otro prefiere seleccionar muy bien a qué dedica su tiempo libre.
Cuando nos fijamos en las familias numerosas, estos extremos pueden ser menos visibles, pero también se dan, en mayor o menor medida.
¿Y qué puede ocurrir entonces? Que los padres tendamos a clasificar las diferencias de nuestros hijos poniéndoles etiquetas: vago, desobediente, pesado, aburrido, tímido, sociable, etc.
¿Cuántas veces no nos escuchamos diciendo: "Lucía es que es muy vaga, no como su hermana que termina los deberes en media hora". A veces no hace falta que haya una comparación con sus hermanos para que a nuestro hijo le colguemos un sambenito: "María es que es despistada, lo va perdiendo todo" o "Juan es un crack, sus notas son estupendas, cualquier cosa que se proponga la consigue".
Etiquetar es un impulso difícil de evitar, en general. La vida es más sencilla si clasificamos a las personas, así podemos prever su comportamiento y de ese modo podemos tomar decisiones respecto a ellas con menor riesgo a equivocarnos.
¿Qué ocurre cuando esas etiquetas se las ponemos a nuestros hijos?
Las etiquetas suelen ser exageraciones de un rasgo que a veces es solo real desde la visión de los padres, por lo que las otras características del niño que le hacen ser él, pueden dejar de verse.
Al poner etiquetas a nuestros hijos actuamos con ellos de una manera que contribuye a potenciar la conducta que pretendemos evitar. Si pensamos que nuestro hijo es un 'niño difícil' mostraremos hacia él acciones que le demostrarán que no es un niño fácil, por lo que se mostrará como un 'trasto' con nosotros. Así, nuestra etiqueta se verá reforzada con hechos que confirman nuestro diagnóstico. Es por lo que los juicios tienen el efecto de convertirse en profecías que se autocumplen.
Como padres hemos de intentar entender que los juicios sobre nuestros hijos no son verdades absolutas y podemos modelarlas con un poco de esfuerzo y de reflexión. Démosles la oportunidad de sacar todo lo bueno que hay en ellos, que es mucho, dando un giro a nuestra visión del pequeño. Merece la pena.
EL MUNDO, 26/03/2017
Comentarios
Publicar un comentario