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Collejas sí, collejas no

MAR MUÑIZ
Sé que no me amparan ni el Código Civil ni los padres buenrollistas, o sea, la tropa militante del respeto y aledaños. Me queda, eso sí, Emilio Calatayud, ese juez manchego que practica pedagogías de posguerra con cuarto y mitad de fregonas y sopapos. Aunque ya sé que no es consuelo, también me queda Rajoy, nuestro presi más chispeante. Cierto día, en una tertulia radiofónica, sacó la mano a paseo y despeinó levemente a su vástago con una colleja más mediática que correctora. Tremendo quilombo se formó.
Después de tan altos estamentos -judicatura y Gobierno- esta humilde servidora hace lo que puede en lo que a la educación infantil se refiere. Desde que voy a 'mindfulness' y tomo 'tisanas', me despierto como un Teletubbie, con el encefalograma plano y de buen humor. Pero ni el jengibre en infusión puede con todo: hay mañanas que mis hijos, antes incluso de desayunar, se intercambian monerías a unos decibelios que se descuelgan hasta los cuadros. Esto es una violación flagrante de mis derechos, porque sin un café en el cuerpo, yo no le cojo el teléfono ni a Felipe de Borbón.
Por eso, si con las legañas asidas todavía, mis criaturas organizan la mundial, no hay mantra que me sujete el yin, y mucho menos el yang. Las leyes de la probabilidad dictan que a la media hora la crispación será imparable. Y entonces pasa. Tú no quieres, pero pasa. Respiras con el diafragma y expulsas el aire de a poquito, pero pasa. Visualizas amaneceres, campos de amapolas, secuoyas... pero pasa: sueltas una colleja. Que sí, que está feísimo, que ya.
Durante un tiempo probé con las famosas zapatillas voladoras que eran el abecé educativo de los 80, pero carezco del tiro certero de mi madre. Además, la industria textil, con los calcetines antideslizantes, ha restado notables efectivos a la artillería paterna.
Pero alto ahí, jipis. Antes de ese fatal desenlace, yo ya he puesto en práctica el punto 1 y el punto 2 del manual de resolución de conflictos para mamis chachis. Y el punto 3. Y todos los puntos hasta llegar a 100. Y cuando mi temperatura corporal es como la de Fukushima y el 'Cola Cao' ya está en el sofá y esa camiseta "no-me-gusta" y la otra tampoco y ya perdimos la ruta del cole, suelto una colleja liberadora. Bonito no está. Dacuerdo. Funcionar, no funciona. Dacuerdo también. Pero juro que si yo me quedo con esa ira dentro, me sale un tumor y adiós, muy buenas. Así que reparto galletas de vez en cuando y me quedo catártica, como si volviese de un santero. Son un chute de colágeno que me deja la piel tersa y ahorro en benzodiacepinas. Llévenme a la silla eléctrica, llévenme.
Sea por empacho de testosterona o por darwinismo social, el otro día mis hijos se pegaban a lo Policarpo Díaz. Como si fueran de una mara peruana (desde la admiración profunda a todo el Perú). Como macarras de 'after'. La pedagogía y el amor y el respeto y el 'blablabla' no me funcionaron, as usual. Pero me estoy quitando de las collejas, como otros de la metanfetamina. Por eso les requisé cinco lauros de sus huchas (per cápita).
A mí me provocarán dolor de cabeza y enritaciones, pero con eso me voy a comprar un pintalabios.
Y sanseacabó.
EL MUNDO/EL BLOG DE UNA MADRE DESESPERADA, Martes 28 de marzo de 2017

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