ISABEL SERRANO ROSA
Para un adulto practicar deporte es una manera de mantenerse en forma, quedar con los amigos, luchar para alcanzar objetivos, despejar la mente y pasar un buen rato. Para los niños es un juego divertido; la práctica es la forma en la que los pequeños aprenden a conocer cómo funciona el mundo. El deporte es un hábito saludable que les transmite valores: trabajo en equipo, cooperación, esfuerzo, perseverancia, autocontrol, la lucha por ganar y el saber perder. Por eso, los padres cuando vemos a nuestro hijo sudando la camiseta o practicando algún deporte que para él suponga un reto, nos ponemos muy contentos (aunque sepamos que no se va a convertir en Nadal) y le acompañamos al entrenamiento, al partido, a la competición y adonde haga falta.
Competir es sano. La competencia es un impulso innato de crecimiento. Viene del latín 'competere' que significa "aspirar a algo más", es querer mejorar, luchar por superarse a uno mismo y a los demás. Los niños de forma natural quieren jugar a ganar, la mejor marca, el mejor partido, al equipo contrario. Competir y ganar les hace felices. Competir y perder les hace fuertes. Cuando su natural competitividad está conducida por los valores deportivos beneficia a todos: al jugador, al equipo, a las familias y al deporte mismo. Si los padres están implicados en el desarrollo deportivo de sus hijos les transmiten su apoyo, pero sin presión porque saben que, ante todo, son niños que juegan y quieren divertirse. Ellos son los protagonistas.
ATILAS DEVASTADORES
Pero la realidad tiene más aristas y, de vez en cuando, una cámara oportuna filma y difunde imágenes de los que se supone tranquilos ciudadanos, maridos y padres afectuosos transformados en 'Atilas devastadores' dispuestos a entrar en el terreno de juego de sus hijos y liarse a guantazos con otros padres convertidos en sus enemigos por una "mala jugada" de su psique. Y lo que es peor, en presencia de unos niños asustados entre tanto adulto fuera de sí; estas acciones se quedarán grabadas en su memoria para siempre. Padres 'hooligans' les llaman: personalidades narcisistas con elevadas expectativas, progenitores con un modelo de competencia destructiva o simplemente con dificultades para el autocontrol emocional.
Según el psicólogo Otto Kernberg, en los narcisistas "se encuentran diversas combinaciones de ambición desmedida, fantasías de grandeza, sentimientos de inferioridad y excesiva dependencia de la admiración y la aclamación externa". Lleve estos ingredientes al campo deportivo y tendrá a un padre que presiona a su hijo para que sea el mejor. Le reconocerá por sus gritos: al niño para mejorar la jugada, al entrador con instrucciones tácticas y al árbitro para que aplique las normas como él las entiende. Todos reciben su chapapote emocional. En su fantasía, el deporte infantil equivale al de los grandes profesionales. En el fondo sueña con que su hijo se convierta en un deportista de élite. Cuando sus anhelos se topan con la realidad, su baja tolerancia a la frustración le lleva a liarse a tortas con cualquiera que le pinche su globo dorado. Pueden ser padres frustrados en sus propias expectativas deportivas y convierten a sus hijos en la pantalla en la que proyectar ampliadas sus aspiraciones.
Tienen hijos asustados. Suelen escoger el deporte que ellos aman sin tener en cuenta las inclinaciones de los niños, que pueden sufrir una gran presión al intentar satisfacer las exigencias de un padre insaciable al que le interesan más sus logros deportivos que la relación padre-hijo. Recuerdo a un padre que proyectaba sus anhelos de entrenador de fútbol a grito pelado en los partidos de su hija. Cuando la joven llegó a primera división sólo pidió una cosa: que él no pisara el campo de fútbol. Los hijos necesitan sentirse orgullosos de sus padres, sino, mejor fuera del terreno de juego.
LA COMPETITIVIDAD DESTRUCTIVA
Para los competitivos tóxicos el mundo del deporte se divide sólo en triunfadores y perdedores; jugar significa matar o morir y el competidor es el enemigo. Su lema es jugarse el todo por el todo porque competir no es superarse a uno mismo, significa sólo superar al otro. Es la competencia destructiva que se vuelve violenta cuando se cumple sin escrúpulos ¡todo vale! Suelen ser padres fanáticos que buscan la victoria por encima de todas las cosas, su vocabulario es hostil hacia todos, incluido su hijo, y protesta pero ve con buenos ojos las trampas de su equipo si ello conlleva la victoria. Su eslogan es "nosotros contra los otros". En antropología llaman etnocentrismo a esta actitud grupal que presupone su superioridad frente a los demás y su criterio el único y exclusivo. Existe una especial deshumanización del contrincante que, demonizado, representa lo peor. Si pudiera identificarse con él y verlo como un padre que desea lo mejor para su hijo se quedaría sin argumentos. Tienen hijos frustrados o arrogantes sin límites que han incorporado la idea de que el fin justifica los medios.
EL AUTOCONTROL EMOCIONAL
Los padres son modelos para sus hijos. Quizás algunos no sepan que hay pensamientos que aumentan la ira. Son estos: 1. Exagerar, convertir todo en una tragedia: "¡Esto es horrible!". 2. Que el mundo sea sólo como uno quiere: "¡El árbitro debería hacer esto!". 3. Las etiquetas: "¡Es un irresponsable!". 4. Pensamientos todo o nada: "¡Es así y no hay otra cosa que hacer!". 5. Culpabilizar unilateralmente: "¡Todo es por su culpa!". 6. Amenazar: "¡Voy a por ti!".
Respire y apoye a su hijo: hable de lo que le gustaría que pasara, elimine las etiquetas excluyentes porque las personas tienen múltiples prismas, busque la explicación menos negativa y déjese de chivos expiatorios. Identifíquese con el padre que tiene al lado, no es ni más ni menos que un igual que anima a otro equipo. Si enseñamos a los niños a jugar con deportividad y sin violencia, además de ayudarlos en su carrera deportiva, les acompañaremos en su crecimiento como personas y ganaremos siempre una excelente relación padre-hijo. ¿Está preparado para ganar ya ese trofeo?
EL PAPEL DE LOS PADRES
Es el de apoyar a sus hijos: significa que sepan que está cerca, escuchar sin obligar, permitir que tomen decisiones, mantener la calma en los malos momentos porque a ellos les va a costar y celebrar juntos las victorias. Es mejor evitar las órdenes, que hacen creer a su hijo que se siente decepcionado por su juego. La alegría y la complicidad es el termómetro que señala la buena autoestima y las mejores relaciones.
La principal motivación es que le gusta ese deporte. Es bueno ganar, pero no es el objetivo. Mejor no obligar a entrenar de más. Cuidado con las expectativas y los falsos elogios, como decirle que es un campeón, porque si ya lo es ¿para que molestarse en mejorar? Es preferible valorar su esfuerzo real y mostrar un auténtico interés con preguntas sobre sus buenos resultados.
Respete a todas las figuras que participan en el mundo deportivo de su hijo: entrenador, árbitros, otros padres... No hable mal de los otros niños, son sus compañeros. El trabajo en equipo es un valor en el deporte y, además, está demostrado que favorece la inteligencia y el desarrollo de la plasticidad cerebral. Que participar sea tan importante como ganar, seguro que le suena.
EL MUNDO, Lunes 27 de marzo de 2017
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