JOSÉ ANTONIO MARINA
“En este momento, perder el smartphone es lo más parecido a sufrir un ictus cerebral”. Esta afirmación, dicha por un neurocientífico, debe darnos que pensar. Las nuevas tecnologías de la información (TIC) ofrecen
gigantescas posibilidades, pero la rapidez con que se han implantado, y
la profundidad con que han cambiado nuestra vida social, laboral y
económica nos han impedido comprender bien sus efectos. Por ejemplo, están transformando el modo como gestionamos nuestro propio cerebro.
Toda actividad cambia el cerebro, porque en eso consiste precisamente el aprendizaje, pero las TIC lo hacen de una forma especialmente poderosa. Son “tecnologías de la inteligencia”.
Hay, en efecto, tecnologías que permiten cambiar el entorno material,
producir objetos nuevos. Y hay otras que cambian la propia inteligencia
que las ha inventado. El lenguaje, la escritura, la notación algebraica y
musical, el libro o los ordenadores, por ejemplo. Desde el punto de
vista del aprendizaje, posiblemente las TIC están produciendo los mayores cambios desde la aparición de la escritura.
Conviene recordar que entonces surgieron voces alarmadas advirtiendo
que guardar la información en libros disminuiría la inteligencia humana.
Uno de esos recelosos del libro fue Sócrates, que pensaba que nadie se esforzaría en aprender nada si podía leerlo. Séneca contó
la historia de un patricio romano que, sin duda para evitar la lectura,
hizo que cada uno de sus esclavos aprendiera un libro de memoria. Ellos
podrían darle la información necesaria, en cada caso. La situación se
repite, porque hoy día mucha gente piensa ¿para qué voy a aprender algo
si puedo encontrarlo en Google? Estoy seguro de que encontraremos un
modo de desactivar tan peligrosa idea.
Las nuevas tecnologías que configuran la inteligencia de los usuarios y sus modos de sociabilidad
están dirigidas por la mera expansión tecnológica y por sus
aplicaciones económicas. Todo lo que la técnica pueda hacer, antes o
después se hará. Por eso es tan importante una reflexión social sobre la
técnica. Y el mundo de la educación tiene la obligación de hacerla.
Las TIC como parte del sistema educativo
Se
nos pide que enseñemos a utilizar las TIC. Estoy de acuerdo, porque
nuestros alumnos viven y van a vivir en ese entorno, pero eso no
significa enseñarles los trucos tecnológicos –esos los conocen muy
bien–, sino enseñarles a usar inteligentemente la tecnología.
“Un burro conectado a internet sigue siendo un burro”, y lo que
necesitamos es que delante de la pantalla haya personas inteligentes y
lo más instruidas posible, para que no caigan en la tentación de pensar
que conectarnos a una máquina inteligentísima nos hace automáticamente
inteligentes.
Para decir algo sensato sobre tan complejo asunto, debemos conocer los efectos –buenos y menos buenos– que produce la interacción continuada de cerebro y máquina. Empezamos a tener información de cómo influye en la memoria, la atención y la inteligencia emocional. Nicholas Carr resumió alguna de las investigaciones más llamativas en su libro Superficiales (Taurus). La gestión de la información que el ordenador permite nos obliga a reformular una parte del aprendizaje,
en especial lo referente a la memoria a largo plazo, que es la
estructura básica de la inteligencia. En ella están contenidos no sólo
los datos, sino los procedimientos, las destrezas, los hábitos, los
esquemas emocionales.
El cambio en el funcionamiento de la memoria
Picasso pintaba desde su memoria, Rafael Nadal
juega desde su memoria, y nos enamoramos todos desde la memoria. Sin la
memoria, ni siquiera reconoceríamos a la persona amada o a la pelota de
tenis. Gracias a las TIC, la memoria a largo plazo puede estar dividida.
Una parte puede residir en el cerebro y otra parte en el ordenador. Si acertamos al hacerlo, la inteligencia puede aumentar su capacidad de
una manera extraordinaria, pero hay que saber hacerlo. La tarea del
aprendizaje es construir la propia memoria y, por lo tanto, también esa
memoria compartida, depositada en el ordenador, que no es Google, sino
la selección y organización de datos elaborada por cada uno.
Información inmediata: memoria a corto plazo
Esta es la gran posibilidad, pero ahora debo hablar de un persistente problema. El estilo de acceso a la información
que favorecen las nuevas tecnologías –rápido, en formatos multimedia,
en hipertextos, en mensajes rápidos, gamificados– facilitan las
multitareas, permiten manejar muchísima información en pantalla,
desarrollar velocidad de asociación y respuestas, pero el paso a la memoria a largo plazo es difícil.
Nuestros jóvenes manejan muchísima información en lo que llamamos
“memoria de trabajo”, pero luego recuerdan muy poco. Esto quiere decir
que debemos perfeccionar nuestros sistemas de aprendizaje para
aprovechar las ventajas de las TIC y reducir sus contraindicaciones.
La influencia de las TIC en los comportamientos sociales
En el mundo emocional sucede lo mismo. Nos permite estar siempre socialmente conectados,
pero a través de un medio virtual. Las relaciones presenciales
comienzan a hacerse pesadas, complejas, e incomprensibles. Sigo desde
hace años la obra de Sherry Turkle, profesora del MIT, es decir, del gran vivero de innovación tecnológica, que lleva treinta años estudiando la repercusión psicológica del uso masivo de nuevas tecnologías. Es autora de una trilogía imprescindible: El segundo yo (es decir, el ordenador personal), La vida en la pantalla (sobre el atractivo de la vida virtual) y Alone Together (sobre
el nuevo sentido de la intimidad, de la sociedad y de la compañía).
Parece que está cambiando la idea de identidad personal y de relación
social.
Estudios de la Universidad de Stanford muestran que se está reduciendo drásticamente el tiempo dedicado a interacciones personales directas, lo que puede ir debilitando las redes neuronales
dedicadas a la vida social real. Ayer, en un restaurante, una familia
comía cerca de mí. Los padres y dos hijos adolescentes. Cada uno estaba
pendiente de su móvil, y no creo que cruzaran más de veinte palabras
entre ellos.
La toma de decisiones en la sociedad digital
Jaron Lanier, una gran figura de la tecnología, reconocido como una de las personalidades más influyentes del mundo en 2011 por la revista Time, inventor de la tecnología de la realidad virtual, alerta de la dilución del individuo en la “inteligencia colectiva informática”, en su libro titulado Contra el rebaño digital. Cabe la posibilidad de que renunciemos voluntariamente a tomar decisiones, y se lo encomendemos al sistema digital.
Todas estas dificultades pueden resolverse, si nos damos cuenta de
que son dificultades. Por eso conviene llamar la atención sobre ellas.
Las TIC han llegado para quedarse, cada vez serán más poderosas e
inteligentes, y nos obligarán a desarrollar un nuevo modo de inteligencia capaz de aprovecharlas bien.
Con mi equipo de investigación trabajo en un modelo de inteligencia que me parece muy prometedor. Pueden ver un resumen aquí.
Para conseguir el máximo provecho de las TIC sin depender excesivamente de ellas, conviene fortalecer las “funciones ejecutivas” de la inteligencia humana.
Es decir, que la capacidad de dirección, de elección, de toma de
decisiones debe estar en el sujeto, que sabrá manejar adecuadamente la
información, esté en su memoria neuronal o en su memoria informática.
Enfocada de esta manera, la función principal de la inteligencia no es
manejar información, sino manejar la información, las emociones, las
motivaciones, las fortalezas necesarias para tomar decisiones adecuadas y
realizarlas.
No abandonarnos a la inteligencia de las máquinas
No
podemos caer en el espejismo de reducirlo todo a información. Eso ha
sucedido en la economía y nos hemos encontrado con una hipertrofia de la
economía virtual, y un maltrato de la economía real. La acción es la
culminación de la inteligencia, y todo lo demás, TIC incluidas, son
servidores útiles. Si tenemos esto claro evitaremos la excesiva dependencia de las máquinas, sin dejar de aprovecharse de ellas. En su reciente libro Atrapados. Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas,
Nicholas Carr recuerda que en 2013 la Administración Federal de
Aviación de Estados Unidos dirigió a los pilotos un comunicado en el que
les pedían que utilizaran las operaciones de vuelo manuales cuando fuera posible.
Varios
graves accidentes habían revelado que el exceso de automatización
podría llevar al deterioro de la capacidad del piloto para "sacar
eficazmente a la aeronave de una situación no deseada". Es un buen
ejemplo para comprender las ventajas y los riesgos de las TIC. Los
sistemas informáticos han aumentado espectacularmente la seguridad de
los aviones, no sólo mediante los sistemas de vuelo, sino también
gracias al uso de “simuladores de vuelo” para el aprendizaje de los
pilotos. Pero pueden convertirse en un peligro si los pilotos olvidan que ellos son la “inteligencia ejecutiva” del aparato. Pues lo mismo nos pasa a todos.
EL CONFIDENCIAL, Martes 11 de noviembre de 2014
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