MÓNICA ESCUDERO
El libro abre el melón de otra desoladora realidad:
mientras los titulares tremendistas y la caza desaprensiva de lectores
estén por encima de las buenas prácticas en comunicación sobre salud
alimentaria, la prensa tendrá que entonar un mea culpa tras otro en la divulgación de las fobias alimentarias absurdas.
Entre los múltiples ejemplos que el autor cita en el libro, me quedo con uno que tiene que ver con dos portadas de la revista Time.
La primera, publicada en 1984, estaba ilustrada con dos huevos y una
loncha de bacon dibujando una cara triste: el titular decía “Colesterol:
y ahora las malas noticias”. En 2014 la misma publicación fotografiaba
unos apetitosos rizos de mantequilla y lo tituló “Coma mantequilla”.
Todo el artículo estaba dedicado a afirmar que la mantequilla se había
estado satanizando injustamente (obviando, por supuesto, que ellos
mismos habían contribuido a ello alguna que otra vez).
Las plagas bíblicas de la buena alimentación contemporánea
son claramente cíclicas. Empezaron con el glutamato en los 70, después
vinieron las grasas, el azúcar, la sal, y, actualmente, el gluten.
Pasada la furia anti-lo-que-sea, se descubre que no es tan malo –o no lo
es en absoluto, a no ser que se abuse de ello– y se busca otro, sin
aprender de la experiencia. Entonces, ¿por qué, como comedores
conscientes que somos, no aprendemos de nuestros propios errores y
seguimos necesitando buscar estos grandes enemigos inexistentes?
A grandes rasgos, esto es lo que se pregunta Alan Levinovitz, profesor de la James Madison University en su último libro La mentira del gluten Y otros mitos acerca de la alimentación (Planeta de libros, 2016). Una llamada al sentido común y una demoledora crítica a las dietas restrictivas, los gurús magufos
de la alimentación y la política del terror que estos usan para
enriquecerse vendiendo libros, suplementos alimentarios y hasta
suscripciones a "comunidades de bienestar online" (sea lo que sea esto
último).
ALIMENTACIÓN Y RELIGIÓN
La primera pregunta que se puede hacer un escéptico
respecto al trabajo de Levinovitz es qué hace un investigador
especialista en religión china como él escribiendo sobre nutrición.
“Hace unos 2000 años, un grupo de monjes aseguró que si dejábamos de
comer grano viviríamos para siempre, tendríamos la piel perfecta,
superaríamos cualquier enfermedad y podríamos volar y
teletransportarnos", nos cuenta el autor. "Un par de siglos después, la
prohibición pasó del grano a la carne, pero las promesas eran las
mismas. Los mismos monjes también ofrecían suplementos exclusivos,
secretos y muy caros para los que realmente querían vivir para siempre”.
El paralelismo entre la religión antigua y cierta rama de
la nutrición actual se hizo evidente rápidamente. “No paramos de recibir
información sobre dietas contradictorias que prometen curarnos o
protegernos de diversas enfermedades, diferenciarnos de la gente normal
incapaz de ver ‘la verdad’. Purificación, limpieza, la existencia de
alimentos limpios y sucios y, por supuesto, la inquebrantable fe de que
consigues el poder de lo que comes. Por eso decidí explorar la historia
de los terrores alimentarios –gluten, grasa, azúcar y sal– y descubrir
cuánto hay de mito y superstición en ellos".
Vaya por delante que la obra de Levinovitz no es una oda al
baño en grasa de pato, a abrazar una dieta a base de patatas fritas con
triple de sal o a los desayunos que contienen un 90% de azúcar
refinado. Es más bien un canto al sentido común, al comer sin miedo y a
la nutrición en positivo, y por encima de todo a plantearse qué hay
detrás de los dogmas alimentarios y quién saca beneficio de su
existencia.
LOS GURÚS AMERICANOS DEL MOVIMIENTO ANTIGLUTEN
Los principales abanderados en Estados Unidos de de la restricción absoluta del gluten son William Davis y David Perlmutter, autores respectivamente de los best sellers Sin trigo, gracias –aunque la traducción literal del título sería más bien “barriga triguera”– y Cerebro de pan, que han reportado a sus autores pingües beneficios (aunque ellos solo piensan en nuestro bien, obviamente).
Según sus obras, el gluten debe ser evitado por cualquiera,
sea celíaco o no, ya que "causa o potencia trastornos como el TDAH" –el
famoso déficit de atención–, "el cáncer, la artritis, y aumenta el
estrógeno, el cáncer de mama y los pechos en los hombres". Literalmente:
dos autoproclamados destacados miembros de la comunidad científica
dicen que comer gluten hace que a los hombres les salgan tetas.
Es inevitable preguntarse cómo consiguen dos personas con
sendos libros convencer a las masas de que prácticamente el resto de la
comunidad médica está equivocada. Muy fácil: simplemente aseguran que
los médicos que no comulgan con sus teorías están al servicio de la
industria de la comida procesada, de la maléfica Big Food, que son
esbirros de Monsanto y hasta que se alimentan de bebés (transgénicos,
por supuesto).
Hagamos una parada en el término "comida procesada", ese
peligroso genérico que apunta a que un pan de una multinacional lleno de
mejorantes y aditivos es lo mismo que uno de harina ecológica integral
molida a la piedra y hecho en un horno de leña con masa madre. Procesar,
según la RAE, no es más que "someter a un proceso de transformación
física, química o biológica", que puede ir desde cuajar una tortilla
francesa para la cena hasta hacer millones de kilos de bollería
industrial refinada y cuajada de aceite de palma.
También utilizan términos incomprensibles para casi todos
como leptina, gliadina y otros que nosotros, simples lectores, no
entendemos. Ninguno de los dos es nutricionista, y Perlmutter,
neurólogo, anteriomente había escrito obras maestras del nivel de The Better Brain Book –para mejorar el rendimiento cerebral– y Raise a Smarter Child by Kindergarten,
que aseguraba ya en el subtítulo ser capaz de “incrementar el CI en 30
puntos y activar los genes de la inteligencia de tu hijo”. Curiosamente,
en aquel momento ninguno decía nada de que el gluten te hiciera más
listo o menos.
Por supuesto, ambos –que se identifican como “un neurólogo
potenciado” y “un cruzado de la salud” respectivamente, chúpate esa
mandarina– complementan sus obras con un montón de complementos
nutricionales como la Fórmula Potenciadora del Cerebro (qué son 73,99
dólares a cambio de un cerebro potenciado? ¡minucias!) y servicios
paramédicos que se pueden comprar por un módico precio en sus múltiples
páginas web. Entre ellos, Davis ofrece una suscripción mensual con recetas y consejos a un a “comunidad de bienestar” por 9,95 dólares mensuales.
“La mayoría de las personas no tienen tiempo para leer
cientos de estudios ni de revisar estudios confirmados o de entrevistar a
los especialistas”, constata Levinovitz. “Cuando gente como Perlmutter y
Davies llenan sus libros de citas científicas, lo que en realidad hacen
es disfrazar sus verdaderas identidades”. A saber: falsos profetas y
una versión actualizada de los vendedores ambulantes y charlatanes que
antes ofrecían curas milagrosas y elixires de la eterna juventud.
Michael Pollan se queja de “lo poco que se necesita para
echar a andar en Norteamérica uno de de esos desestabilizadores cambios
nutricionales; un estudio científico, una nueva reglamentación
gubernamental; un chiflado solitario con una licenciatura en medicina
puede alterar la dieta de esta nación de la noche a la mañana”. Y, por
desgracia, el resto del mundo también se refleja a este nivel en lo que
pasa en EEUU.
CUANDO EL PROBLEMA CON EL GLUTEN ES REAL
Levinovitz no es, ni de lejos, una especie de negacionista
de la celiaquía. El investigador asegura que “la sensibilidad al gluten
es totalmente real. La gente que sufre de enfermedad celíaca no puede
consumir nada de gluten, y también hay evidencias que apuntan a que
otras enfermedades digestivas como el síndrome del intestino irritable
también pueden beneficiarse de una dieta sin gluten o baja en
carbohidratos. Por desgracia, cuando un alimento causa problemas a una
pequeña parte de la población, es fácil creer que es malo para todo el
mundo”. Algo que también sucede, por ejemplo, con la intolerancia a la
lactosa y la reciente demonización de los lácteos.
“En ese momento, el gluten emergió como el villano
perfecto. Aparecieron algunos libros escritos por doctores que no eran
expertos en nutrición, asegurando que el gluten era el responsable de
cualquier enfermedad imaginable, desde el Alzheimer o el cáncer hasta el
transtorno de déficit de atención. Igual que los monjes, prometieron
milagros si dejabas de consumirlo: pérdida de peso fácil, la posibilidad
de curarte tú mismo y evitar enfermedades crónicas. Y, también como los
monjes, están equivocados”.
La paranoia está servida, hasta niveles incomprensibles: en
uno de los capítulos del libro cuentan que en EEUU es tremendamente
fácil encontrar comida para perros sin gluten en cualquier supermercado,
aunque solo se ha identificado al setter irlandés como potencialmente
sensible a esta proteína.
EN CONTRA DE LAS DIETAS RESTRICTIVAS
Aunque solo medio millón de americanos sabe que es celíaco
–el número real llegaría a 3 millones, el 83% de los cuales está sin
diagnosticar–, son la friolera de 80 millones los que han dejado de
consumir gluten. “Alentar al público en general a eliminar el gluten de
su dieta, especialmente si se lo asocia con el aumento de peso tiene
otro efecto colateral potencialmente letal: desórdenes alimentarios”
advierte el investigador.
“Quienes tienen desórdenes alimentarios, por lo general
comienzan la restricción por un solo alimento, sin preocuparse por su
salud o por su peso. Pero la lógica de la restricción es resbaladiza”,
continúa el profesor. Las muertes generadas por anorexia y bulimia en
EEUU tienen un rango de mortalidad del 4%, fácilmente diez veces más que
las generan todas las alergias a los alimentos combinadas.
Las dietas restrictivas "científicamente probadas" han
resultado ser todas falsas y tontas, además de ser tan cíclicas como los
‘venenos’ de turno. Resumiendo: si has adelgazado después de dejar de
tomar gluten no es porque el gluten engorde, sino porque has dejado de
comer platazos de pasta, bocadillos imposibles o pasteles rebosantes de
calorías.
Levinovitz hace hincapié en diferentes puntos del libro
sobre la importancia de una buena diagnosis médica sobre la intolerancia
o no a un alimento antes de eliminarlo de nuestra dieta, y revisar con
lupa también a cualquiera que proclame la toxicidad de tal o cual
alimento, aún apoyándose en un estudio riguroso que aporte solidez a sus
argumentos. El investigador asegura que en estos casos “el problema no
está en los estudios científicos de nutrición, el problema está en la
gente que tergiversa la solidez de sus conclusiones”.
EL OSCURO PAPEL DE LA PRENSA
Una vez más una invitación a comer guarrerías sin pensarlo, en realidad es un
pensamiento que sugiere que la causa de la obesidad y los problemas
relacionados con la comida de los norteamericanos no tiene tanto que ver
con lo que comen como con cómo comen: obsesionados, creando demonios y
prohibiciones que, a su vez, les generan más deseo y ansiedad. Por el
bien de nuestra salud: no más fobias alimentarias.
EL PAÍS, Miércoles 13 de julio de 2016
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