RAQUEL REYES
El cine es una fuente de transmisión de valores de diversa índole, tanto cultural y social, como de valores educativos y emocionales.
La responsabilidad de poder reflexionar sobre aquello que nuestros
hijos van a percibir nos corresponde a los adultos de referencia y será
algo fundamental de cara a desarrollar su espíritu crítico y poseer una cultura de la imagen que permita reflexionar conjuntamente sobre lo visto externa e internamente.
Actualmente, disponemos de múltiples fuentes donde podemos investigar previamente
qué valores van a recibir los niños a través de la pantalla. Existen
blogs de cine especializados por edades, por temáticas, críticas de
cine, visionado de trailers, etc. Merece la pena invertir un poco de
tiempo para comprender qué es lo que los niños reciben desde la gran
pantalla.
Como transmisor de valores, cabe destacar la filmografía del Studio Ghibli, al que pertenecen títulos de Hayao Miyazaki como Mi vecino Totoro (1988), El Viaje de Chihiro (2001) y Ponyo (2008) o el más reciente, El recuerdo de Marnie
(2014), de Hiromasa Yonebayashi. Sus largometrajes permiten conectar e
integrar aspectos esenciales e inherentes al ser humano, que serán
recogidos a través de los valores emocionales sobre la familia, la
amistad, la tradición y el valor de la diferencia, entre otros.
Por otro lado, debemos tener en cuenta la identificación
como parte del proceso de desarrollo del ser humano, formada a partir
de aspectos sociales, culturales, emocionales e interpersonales y de los
que nos nutrimos desde la infancia para construirnos como personas.
El cerebro es empático y lo demuestran los estudios relacionados con el descubrimiento de las neuronas espejo
y, recientemente, también con el cine. De modo que el niño, al ver
imágenes en la pantalla, se ve proyectado en los personajes, aunque la
historia que se relate sea muy diferente a su realidad.
El poder identificarse con diferentes personajes y encontrar estrategias para resolver sus conflictos
aportan un gran valor interno ya que facilitan el acceso a situaciones
en los que el niño puede proyectarse y verse a sí mismo desde fuera.
Esto le ayudará a poder entenderse y poner distancia a los conflictos o
emociones propias teniendo un mayor control sobre las mismas.
El identificarse con el personaje que prefiera en función de las cualidades que le atribuya, le ayuda a mostrar, nombrar y explicitar sentimientos
que serían más difícilmente tolerados por los niños al sentir excesivo
miedo, tristeza o excitación. A través ello, puede colocarse en estos
personajes sin miedo, y verlos desde fuera, lo que le permite poder
pensar en los nudos propios sin quedarse atrapados en ellos.
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