QUIQUE PEINADO
La vida del padre y la madre modernos es eso que
pasa entre cumpleaños infantil al que acuden con sus hijos y cumpleaños
infantil al que acuden con sus hijos. Es tal la densidad de
conmemoraciones y vida social de los niños de hoy en día que he llegado a
dudar si no habrá más cumpleaños infantiles que niños. Hablamos de
galas complejas, coordinadas entre padres, con invitaciones y programas
de festejos. Estamos a un paso de que los cumpleaños de críos se organicen como los festivales de música: al llegar al evento te ponen una pulsera y hay varios escenarios para que elijas qué quiere hacer tu niño.
El
otro día estaba en un cumpleaños infantil (mi vida es de casa al
trabajo y del trabajo a la celebración niñera de turno) y una madre dijo
una frase que me marcó: «Mi hija hace tantas cosas, estoy tan de
taxista todo el día, que casi te diría que descanso cuando voy a
trabajar». Entonces pronuncié en alto una frase por la que recibí un
asentimiento unánime: «Alguien tiene que parar esto».
Sí, alguien tiene que hacerlo. Y ya que PAPEL me brinda esta tribuna
para expresarme, me erigiré en portavoz no elegido de padres y madres de
España.
Propongo crear una ONU de progenitores con sede en un chiquipark de las afueras y firmar un gran Tratado de No Proliferación de Cumpleaños Infantiles.
Empezaríamos por España, porque no sé si esta gravísima problemática se
da en otros países, pero si hay que extender el modelo, se extiende. O quizá sea necesario un chiqui 15-M,
con los padres yendo a las plazas de sus barrios, reuniéndonos en
asambleas y plantando huertos urbanos. Creo que es un esfuerzo que
debemos hacer entre todos para limitar esas vidas sociales excesivas de
nuestros hijos. Estamos criando pequeños Paris Hilton y lo vamos a acabar pagando.
Me caracterizo por asesinar toda nostalgia y arrasar cualquier argumento tipo cualquier tiempo pasado fue mejor,
pero, maldita sea, no recuerdo ser un niño con una vida social que
implicara tanto a mi madre. De hecho, la mujer trabajaba mucho y dudo a)
que conociera demasiado a los padres de mis compañeros de clase (de
hecho, yo tampoco los trataba mucho más allá de verlos dos minutos al
entrar y salir del cole) y b) que me llevara jamás al cumpleaños de otro
niño, y mucho menos que se pasara allí la tarde. Yo, de niño, hacía
muchas actividades que luego me han servido para poco, pero no era esta
fiesta constante de los críos de hoy. Tenemos que racionalizar
los festejos antes de que sea demasiado tarde y nuestros vástagos acaben
siendo unos yonquis de la fiesta.
Se puede salir del chiquipark. Hay vida al margen de la piñata. Si queremos, podemos celebrar menos cosas con nuestros hijos. Pásalo.
EL MUNDO, Domingo 10 de julio de 2016
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