JAVIER RICOU
Yamato Tanooka, de 7 años, fue abandonado por sus padres en un bosque de Japón como castigo.
El niño viajaba con su familia en coche y su padre detuvo el vehículo
en mitad de la carretera y le obligó a bajarse. La intención de los
progenitores era dar un escarmiento a su hijo por su mal comportamiento.
Dejarlo un rato ahí, para después volver y recogerlo. Pero cuando
regresaron al lugar su hijo había desaparecido. Pasó seis días perdido
en el bosque. El castigo se les fue de las manos. Como al matrimonio de
Madrid, juzgado hace unos días, por golpear y encerrar a su hija, de 16
años, en un trastero sin ventanas por llegar tarde a casa tras una
fiesta de cumpleaños. La madre de la menor intentó también cortarle el
pelo. Tras pasar dos días encerrada en el trastero, la trasladaron a su
habitación, en cuya puerta colocaron un candado. La chica lanzó un papel
por la ventana pidiendo ayuda y la adolescente fue liberada por la
Policía. Los padres se enfrentan ahora a una petición de pena de seis
años de cárcel.
Son dos ejemplos de castigos desproporcionados, que rayan
en el delito. Pero ¿dónde está el límite?, ¿el castigo a los hijos es
necesario? ¿Debe tenerse en cuenta la edad del niño? Preguntas que
seguro que se hacen muchos padres cuando sus hijos se portan mal y
quieren enmendar esas conductas. Aplicar la medida correcta y hacerlo
además en el momento oportuno no siempre es una tarea fácil. Y más en
una sociedad, como la actual, con una exagerada sobreprotección con los
hijos.
Álvaro Bilbao, doctor en Psicología, neuropsicólogo y autor
de El cerebro del niño explicado a los padres, sostiene que “la
neurociencia nos dice que los castigos son poco eficaces”. Bilbao es
consciente de que a muchos padres les puede chocar esta afirmación, pero
insiste en que numerosos estudios coinciden en que los niños aprenden
mejor la lección con otras técnicas, “como poner límites o reforzar las
conductas positivas, que con un castigo”. Arantxa Coca, psicopedagoga
familiar, afirma, por su parte, que “el límite está en la forma del
castigo”. Y añade: “No está prohibido castigar. De hecho, en la vida
adulta el castigo también existe impuesto por leyes que te multan y
sancionan si te portas mal. Así que el castigo como manera de sanción no
es reprobable en sí mismo, pero sí lo puede ser la forma en como se
lleve a cabo o la acción aplicada”.
Álvaro Bilbao apunta, al respecto, que “todo padre ha de
tener en mente y muy claro que hay otras opciones para resolver los
conflictos con los hijos y, si finalmente decide castigar, no puede
sobrepasar ciertos límites como por ejemplo la agresión física o
emocional. El dolor emocional que puede suponer insultar a un hijo o
humillarle puede ser mucho más duradero que un castigo físico”, afirma.
Este neuropsicólogo aconseja “poner normas claras en casa,
explicar al niño el comportamiento que esperamos de él o ella y
reconocer y fijarnos en aquellas ocasiones en las que el menor tuvo un
buen comportamiento. Si nos centramos sólo –continúa Bilbao– en decir al
niño lo que no hace bien, su comportamiento posiblemente empeore.
Mientras que si nos fijamos en lo positivo su comportamiento tenderá a
mejorar. El cerebro funciona así”.
¿Es mejor desplegar, por lo tanto, una política de premios
que tener siempre preparada la lista de castigos? Contesta Arantxa Coca:
“Premiar es estimular, incentivar, provocar un efecto a un esfuerzo,
algo que también existe en la vida adulta, con lo cual es lógico que
esté también presente en la vida del niño para reforzar sus motivaciones
y, aún más importante, educarlo en la cultura del esfuerzo, esto último
muy escaso en las nuevas generaciones”.
Si no queda más remedio que castigar, Coca insiste en que
“el castigo correcto es aquel que enseña algo, no únicamente reprime o
priva cosas”. Y añade que “debe servir para enseñar, no para obtener
obediencia a través del miedo”.
La psicóloga infantil Silvia Álava coincide con Arantxa
Coca al afirmar que “el niño debe entender, cuando se le castiga, que
con esa medida no se le quita ni prohíbe nada. Simplemente no le
permitimos que disfrute de algo que no se ha ganado”. Y el castigo tiene
que estar además relacionado con la conducta que se quiere sancionar.
Si el conflicto lo ocasiona el teléfono móvil, la respuesta tiene estar
relacionada con el uso de ese aparato. El error es castigar esa acción
con otra medida, como podría ser no salir de la habitación durante una
tarde, sin ninguna relación con las normas sobre el uso del teléfono.
“De nada sirve castigar quitando el teléfono móvil si ese aparato no
tiene relación directa con la falta cometida por el menor”, insiste
Arantxa Coca. La tendencia de “te voy a castigar quitándote lo que más
te gusta para que te duela” no enseña nada a los hijos. “Lo único que se
consigue –continúa Coca– es resentimiento contra los padres”
Álvaro Bilbao revela que una de las claves del éxito en la
difícil tarea de educar a los hijos es no confundir refuerzo con premio.
“Refuerzo significa reconocimiento y llega después de un buen
comportamiento, nunca como condición a la acción correcta. Por ejemplo,
cuando mi hijo recoge la mesa le digo que lo ha hecho muy bien”. El
error de muchos padres está en decir a los hijos que si recogen la mesa
tendrán un premio. “Es entonces cuando los niños interpretan que sólo tienen que portarse bien si después llega la recompensa”, añade Bilbao.
Otro error repetido entre muchos padres es el de aplicar los castigos a deshora. La medida debe
tomarse de inmediato y dejar claro que es por una acción concreta.
Estos expertos desaconsejan, asimismo, la imposición de castigos por
largos periodos al entender que esa medida desvirtúa la finalidad
educativa de la respuesta a una conducta inapropiada.
Otra pregunta inevitable es si antes, cuando nadie
se escandalizaba por una bofetada dada en el momento oportuno, se
educaba mejor. Álvaro Bilbao considera que ahora “dedicamos más
esfuerzos que generaciones pasadas en conseguir que nuestros hijos se
sientan queridos. Sin embargo –continúa–, cometemos errores nuevos como
colmar los deseos de los niños por el temor a que sientan frustración y
eso provoca que nuestros hijos entren demasiado pronto en la sociedad de
consumo”. Así que según Bilbao “la crianza es hoy algo mejor, pero la
educación un poco peor”. Arantxa Coca opina, al respecto, que hace unas
décadas “los padres eran más firmes en el cumplimiento de normas y a la
hora de marcar límites”. Aunque considera que esa firmeza tenía una
parte negativa, “pues muchas veces se conseguía con un cachete en casa o
la humillación pública en la escuela”.
LA VANGUARDIA, Viernes 8 de julio de 2016
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