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Los peligros de beber más agua de la cuenta

AURORA SEGURA CELMA

Seguramente les suena raro el concepto intoxicación por agua. Pues existe. No es muy habitual, pero sí factible, sobre todo por exceso de hidratación durante la práctica de deportes de resistencia o de gran intensidad, especialmente en épocas de mucho calor y exposición solar.

Hidratarse suficientemente es clave para el funcionamiento correcto del organismo, porque cada célula de nuestro cuerpo necesita líquido para realizar su trabajo. Hacerlo en exceso puede tener efectos dañinos, incluso muy graves si no se detecta y se trata el problema.

El agua es fundamental, entre otras cosas contribuye a regular la temperatura corporal, prevenir el estreñimiento, depurar desechos y mejorar el funcionamiento de la mayoría de órganos.

Dicho esto, beber demasiada agua es un riesgo que puede conducir, en el peor de los casos y no con mucha frecuencia, a una enfermedad denominada hiponatremia, que es lo más grave que puede suceder por exceso de líquidos.

Cuestión de equilibrios

Se debe a que la sal y los electrolitos de nuestro organismo quedan demasiado diluidos y los niveles quedan por debajo de lo conveniente, es decir menos de 135 milimoles por litro. El sodio contribuye a mantener el equilibrio de fluidos en el interior y el exterior de las células. Si desciende por exceso de agua, esta se desplaza del exterior al interior de las células y provoca que se hinchen. Es especialmente peligroso cuando afecta al cerebro, porque puede dar lugar a un edema, que afecta al tronco encefálico, y causar una disfunción del sistema nervioso central. Si este descenso se produce de forma súbita, puede resultar fatal, y aunque la muerte por ese motivo es muy rara, no es imposible.

La híperhidratación se puede deber a varios factores. Uno de ellos es beber tanta agua, y/o otros líquidos que los riñones no son capaces de evacuarla a través de la orina y acaba pasando al riego sanguíneo. La segunda condición es que se produzca una retención de líquidos exagerada, normalmente provocada por alguna enfermedad.

En ambos casos tiene lugar un desequilibrio entre el agua y el sodio en la sangre. Y también se diluyen más de lo conveniente otras sustancias básicas para el correcto funcionamiento del organismo.

No solo el agua apaga la sed

Los expertos aconsejan las dosis de agua que necesitamos, aunque no es una regla matemática, ya que depende de muchos factores, como la edad, el sexo, la propia constitución y peso, el clima de la zona donde se viva, la actividad cotidiana o el estado de salud de cada cual. Pero por regla general, si no se tiene ninguna dolencia específica, la propia sed es una buena guía.

Claro que si se corre una maratón o se tiene fiebre habrá que hidratarse por encima de lo habitual. También las embarazadas suelen estar más sedientas de lo normal. Pero nunca hay que pasarse, porque puede ser grave.

Dicho esto, se considera que un adulto sano debería ingerir entre dos y tres litros diarios de fluidos. Decimos fluidos, porque todo cuenta, no sólo el agua. También los líquidos que proporcionan las frutas y verduras, una sopa o el café, y por supuesto las cervezas y refrescos que se toman a lo largo de la jornada.

Otros lo determinan por la denominada regla del 8x8. Es una medida poco comprensible para nosotros, porque se mide en onzas. Traducido significaría 8 tazas de desayuno al día de líquido, pero no tienen ninguna base científica. La de la proporción entre calorías necesarias y agua consumida es otra forma. Si se necesitan 2.000, habría que consumir 2 litros de agua.

Cuando el cuerpo nos advierte

Antes de llegar al extremo de sufrir una enfermedad debido a este problema, el organismo nos lanza señales de que estamos bebiendo por encima (o por debajo) de nuestras posibilidades.

Una de ellas es el color de la orina. Un tono amarillo paja indica que hacemos lo correcto; si es más bien oscuro, probablemente denote falta de hidratación, mientras que si es incoloro es que se ha bebido en exceso.

Otra forma de apreciarlo es por las veces que se precisa ir al baño. Entre 7 y 8 al día estaría en lo normal; más de 10 podría ser una advertencia de que deberíamos reducir el consumo de líquidos. 

Además hay algunas dolencias que provocan más sed de lo habitual. Un fallo cardíaco congestivo, problemas de riñón y/o del hígado, síndrome del mal funcionamiento de la hormona antidiurética, tomar anti-inflamatorios no esteroides o la diabetes descontrolada. También son susceptibles de provocar una sed desmedida la esquizofrenia, el éxtasis, los medicamentos anti-psicóticos y diuréticos.

Ya en una fase más avanzada del problema, y aún sin llegar a extremos peligrosos, notaríamos náuseas, vómitos y diarreas; fatiga injustificada y cambios en el estado mental, como desorientación y confusión. El dolor de cabeza palpitante es frecuente en esos casos y se debe a que las células, hinchadas por exceso de líquido, presionan el cráneo. Aunque hay que decir que algunos de estos síntomas son muy similares cuando lo que se sufre es falta de hidratación.

Otra muestra de falta de fluidos, más leve y que desaparece dejando de beber de inmediato, es que labios, manos y pies pierden color. Se debe asimismo al cambio de tamaño de las células, que provocan que algunas zonas se hinchen. En estadios más graves derivaría en debilidad muscular, con espasmos y rampas, convulsiones, aumento de la presión sanguínea, dificultad respiratoria, pérdida de consciencia y, en situaciones extremadamente graves, el coma.

Deportistas extremos, los más afectados

Si el problema se debe a que se bebe demasiado líquido, bastará con reducir la dosis para paliar la enfermedad. Cuando se ha producido por retención, los diuréticos son eficientes, en algunos casos habrá que reponer el sodio perdido, y si lo ha causado un medicamento debería ser suficiente con detener el tratamiento.

Quienes más pueden sufrir ese problema son los atletas de carreras de resistencia y otros deportes extremos o quienes hacen muchas horas de ejercicio diario. En ese caso puede sustituirse parte del agua por bebidas energéticas, porque contienen azúcares, electrolitos como el sodio y el potasio y otros minerales para reponer los que se pierden por la transpiración.

Según un estudio realizado en 2013, cuyos resultados aparecieron en el Medical News Today estadounidense, los riñones pueden eliminar entre 20 y 28 litros de agua diarios, pero a un ritmo no superior a 0,8 o 1 litro por hora. La hiponatremia se produce cuando se somete a los riñones a un exceso de trabajo con cantidades de líquido muy superiores.

Los autores de la investigación exponían que los síntomas de esa enfermedad podían presentarse si se bebía entre 3 y 4 litros en un corto periodo de tiempo, que no especificaban. Según uno de los casos que ilustraba el estudio, unos soldados la sufrieron después de haber bebido casi dos litros de agua por hora durante un duro entrenamiento. En otro caso, se había ingerido cinco litros en unas pocas horas.

Los riñones no tienen tiempo de depurar todo ese líquido con tanta rapidez y en lugar de expulsarlo del cuerpo por la orina lo mandan a las células.

LA VANGUARDIA, 8/07/2020

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