SANDRA TORIBIO CARRETERO
A pesar de que la “fobia escolar” no aparece catalogada dentro de los
manuales de criterios diagnósticos de psicología o psiquiatría, parece
servirnos, como término, para entender unos síntomas determinados que en
ocasiones sufren niños y niñas.
Definición
Al tratarse de una fobia, estamos hablando de un temor que es excesivo o irracional y que se desencadena por la presencia o anticipación de un objeto o situación determinados. Normalmente, estas situaciones intentan evitarse para no sufrir la ansiedad o angustia que conllevan.
En el caso de la fobia escolar, la situación que dispara la ansiedad sería la escuela y lo relacionado con ella, según indica la Asociación Española de Pediatría. En muchas ocasiones suele aparecer la ansiedad con el hecho de pensar que hay que volver al colegio: los domingos suelen ser un día malo, ante la perspectiva de la semana que hay por delante, y los viernes suelen ser un día bueno, porque llega el fin de semana.
Los
síntomas con los que la fobia escolar puede manifestarse varían en
función de cada niño o niña: nauseas o vómitos, dolores de tripa o de
cabeza, malestar general, irritabilidad o tristeza y bajo estado de
ánimo, están entre los más frecuentes.
¿Por qué ocurre?
Lo
primero es empezar por descartar que existan otros problemas de fondo,
por ejemplo, que haya problemas en el colegio con otros niños y/o niñas,
con los profesores, etc. En el caso de que los padres (después de
haberle preguntado a su hijo o hija acerca de esto y de haber ido a
hablar con el colegio si lo estiman oportuno), entiendan que no hay
motivo “objetivo” de preocupación, es momento de tratar de pensar la
situación desde otro punto de vista.
Que no haya “causas justificadas” que expliquen la situación no significa que no haya un problema.
Es posible que, por las características de personalidad del niño o la
niña, en un momento determinado, les empiece a costar más, hasta el
punto de ser un problema, ir al colegio: por ejemplo, si son muy
tímidos, vergonzosos o tienen mucho miedo al ridículo. A veces, la fobia
social puede convertirse en la parte más visible de dificultades en las
relaciones sociales ya existentes.
Muchos padres se preguntan por qué de repente aparece la fobia, cuando nunca antes les había pasado algo así a sus hijos. Cada caso es único, y habría que analizar a fondo qué factores pueden haber ocurrido,
pero en muchas ocasiones suele haber uno o varios que lo desencadenen:
por ejemplo, la llegada al grupo de clase de un niño o niña que resulte
especialmente molesto, un cambio del que había sido el profesor o la
profesora hasta ese momento, un cambio de colegio o domicilio…
Es posible que el malestar del niño o la niña afecte a la familia y que puedan aparecer enfados con los padres, al culparles de tener que ir al colegio.
Los padres son las personas más cercanas, de más confianza y seguridad y
los niños y niñas saben que les van a seguir queriendo y estando ahí
para ellos pase lo que pase; quizás por eso se “permitan” descargar todo
su malestar, enfado o rabia contra ellos.
Qué pueden hacer los padres…
Lo
normal es que, si hablamos de fobia social, el niño o la niña lo pasen
realmente mal antes de ir al colegio y lloren, pataleen, se enfaden... y
que los padres, incómodos ante el sufrimiento de sus hijos, piensen:
“Casi mejor que no vaya…”. Pero es importante que, en la medida de lo posible, no falten al colegio. Eso,
con mucha probabilidad, haría que el miedo o el pánico hacia la
situación escolar fuera en aumento. Bien es cierto que, si de forma
excepcional, los padres consideran que algún día es mejor que no vayan,
no puedan hacerlo, entendiéndolo siempre como algo puntual.
Hablar
con el niño o la niña, tratar de entender cómo se sienten, pensar si
nosotros mismos como padres vivimos de pequeños alguna situación
parecida, quizás no necesariamente con el colegio, pero quizás sí que
tuvimos algo parecido a una fobia… Todo esto nos ayudará a conectar con el sentimiento de pánico “de niño a niño” (el
niño o niña que fuimos y nuestro hijo/a), más que de “papá o mamá
adultos a niño”. Quizás eso ayude a que en vez de enfadarnos (que es
también una reacción que puede aparecer por parte de los padres),
podamos empatizar más con ellos.
Es importante que los padres y madres ayuden a sus hijos a poner
en palabras la situación para que puedan entender y conectar los
síntomas físicos (los dolores de tripa, de cabeza, etc.) con su
malestar emocional (no querer ir al colegio): “Entendemos que te pone
muy nervioso pensar que mañana hay cole, y seguramente el que te duela
tanto la tripa ahora tiene que ver con eso”. Que puedan reconocer sus
emociones es importante, pero sin dudar de que confían en que lo mejor
es que siga yendo a la escuela.
También que puedan hablar
con el colegio para tratar de entender si hay situaciones que están
cambiando, como decíamos, es fundamental: ¿Cómo están en clase? ¿Juegan
solos en los recreos? ¿Juegan con niños más pequeños? ¿Se van a jugar con el grupo de la hermana o hermano –mayores o más pequeños– que también estén en el cole?
A veces son los hermanos y hermanas mayores quienes alertan a los
padres de que algo no marcha bien con el hermano o hermana pequeña.
Por
último, si los padres consideran que la situación comienza a ser
demasiado grave o preocupante o que se alarga en el tiempo, es
importante que puedan consultar con un especialista, para que el niño o
la niña pueda contar con un espacio propio en el que trabajar sobre su
malestar, y en el que los padres y madres puedan expresar y trabajar, también, sobre sus angustias en relación con esto.
EL CONFIDENCIAL, 13/01/2013
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