Los centros hospitalarios que permiten la entrada libre de los padres a las salas donde están sus hijos recién nacidos recibiendo cuidados médicos apenas llegan a la mitad de todos los que hay en España. Solo un 48% tienen un acceso abierto las 24 horas del día y un 23% limitan el contacto entre padres e hijos a cinco horas diarias o menos. Lo denuncia la asociación El Parto es Nuestro, pero no porque pretendan que se cumplan unas condiciones que a ellos les gustarían, sino porque son recomendaciones del Ministerio de Sanidad y de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“A pesar de ello se ha avanzado mucho. Hace seis o siete años solo
un 10% de las unidades neonatales estaban abiertas a los padres, sin
restricción alguna”, ha dicho Carmen Pallás, jefa del servicio de
Neonatología del hospital 12 de Octubre (Madrid), uno de los pioneros.
Cuando además del acceso abierto, un hospital permite a los padres que
sumen sus cuidados a los de médicos y enfermeros (cuidados canguro, piel
con piel) y favorece la lactancia materna a demanda entre otras
atenciones, obtiene el sello europeo Nidcap. Lo han logrado el 12 de
Octubre y el Vall d’Hebron (Barcelona). Solo nueve centros están
distinguidos en toda Europa con este marchamo de calidad.
En España aún hay camino por andar, y más en los centros privados, donde
solo un 23% cumplen esos tres requisitos, mientras que los públicos
están 10 puntos por encima. Aragón, Madrid, Cataluña y Andalucía son las
comunidades más avanzadas al respecto, según el estudio efectuado por
El Parto es Nuestro.
Afortunadamente, la crisis nada tiene que ver con la implantación de
sistemas como este. “Al revés, los padres nos piden antes el alta de sus
hijos prematuros, porque están acostumbrados a tratarlos, han perdido
el miedo, tienen confianza. Hicimos un estudio económico y se ahorran
6.000 euros por prematuro ingresado”, asegura Adolfo Gómez Papí,
neonatólogo del hospital Joan XXIII de Tarragona, miembro del comité de
lactancia materna en la Asociación Española de Pediatría y profesor de
la Universidad Rovira i Virgili. Hay mucha y sólida evidencia científica
de las ventajas que estos cuidados permanentes de los padres reportan
al niño prematuro o al recién nacido enfermo. “Esto ya no es discutible,
no es solo una cuestión de rentabilidad, es que son buenas prácticas,
es lo correcto. A un compañero que se fue a Estados Unidos en los
ochenta lo que más le llamó la atención es que allí las puertas estaban
abiertas para que la familia cuidara del bebé”.
La doctora Pallás considera, igualmente, que solo es cuestión de
cambiar la mentalidad. Sabe que a algunos colegas les resulta difícil,
que no creen que la función del médico vaya más allá de la curación del
bebé. “Ese es nuestro objetivo, claro, pero también intentamos con el
método canguro que no se pare el desarrollo del niño, que continúe como
si estuviera en el útero, con unas condiciones de luz y de silencio
adecuadas, por ejemplo. El vínculo con los padres es una cuestión
compleja, no es el amor, sino lo que determina la supervivencia de la
especie”, afirma.
Pallás asegura que, en esta ocasión no se trata de falta de apoyo
institucional, que lo tienen de todas las Administraciones. Y se han
impartido cursos, charlas, jornadas, para que los profesionales vayan
avanzando por este camino. Entiende Pallás, sin embargo, que estos
cambios deben venir de los responsables de los servicios de
neonatología. “El personal debe acostumbrarse a trabajar codo con codo
con los padres, que no son meras visitas, sino que se debe delegar en
ellos algunos de los cuidados, que el hospital no puede arrebatarles. El
contacto piel con piel mejora la cantidad de leche de la madre, que
para estos niños es vital, y disminuye su nivel de estés y ansiedad, los
críos mantienen mejor la temperatura y ganan peso más fácilmente. Por
no hablar del efecto analgésico: está comprobado que cualquier
procedimiento [coger una vía, por ejemplo], si lo haces con el niño
sobre la madre les duele menos, lo hemos medido con escalas de dolor”,
afirma Pallás.
En el hospital Puerta del Hierro (Madrid), un centro con la
acreditación IHAN (Iniciativa para la Humanización de la Asistencia al
Nacimiento), trabaja Ibone Olza, psiquiatra infantil. Allí hay salas
para padres, “para echarse una siestecita o calentarse la comida, y
tienen una silla confortable al lado de sus bebés”. A veces recurren a
voluntarios para que cuiden de los hermanos mientras los padres atienden
al recién nacido, porque han llegado de fuera de la capital y no tienen
con quién dejarlos. “Muchos de los trastornos de ansiedad en niños de
ocho o diez años que fueron prematuros se debe a la separación de sus
padres en los primeros días de su vida. Les puede dejar secuelas que
salen a la luz en la adolescencia, trastornos del vínculo, del sueño”,
dice Olza.
Tampoco los padres se libran de aquel desasosiego. “Al año y medio
del ingreso de sus hijos es frecuente en la mitad de los padres que se
dé estrés postraumático, insomnios, pánicos”, afirma la psiquiatra.
De poco sirve la mirada de una madre o un padre detrás de un cristal. La
Carta Europea de las Niñas y Niños hospitalizados, aprobada por el
Parlamento Europeo en 1986, recoge expresamente “el derecho del niño a
estar acompañado de sus padres o de la persona que lo sustituya el mayor
tiempo posible durante su permanencia en el hospital, no como
espectadores pasivos, sino como elementos activos de la vida
hospitalaria”.
EL PAÍS, Martes 12 de febrero de 2013
Fotografía: Diego 30/07/2011
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