IVAN GIL
Los niños con altas capacidades pasan desapercibidos en la mayoría de
ocasiones, tanto para sus profesores como para sus padres. Lo más
preocupante de este hecho es que si no se detecta a tiempo el talento,
las posibilidades de que estas personas caigan en el fracaso escolar se
elevan al 65% de los casos. Muchos de ellos corren el riesgo de
desarrollar disfunciones emocionales manifestando serias dificultades
para relacionarse e integrarse socialmente. Es habitual pensar que se trata de niños problemáticos, enterrando así para siempre sus potencialidades formativas y profesionales.
La directora del Instituto de Neuropsicología y Educación, Pilar Martín Lobo,
experta en el desarrollo de la inteligencia y del alto rendimiento para
el talento, explica que las capacidades del niño se suelen “bloquear”
de manera inconsciente por los propios profesores o padres que no
comprenden la forma de ser de estos niños. “Muchos de ellos se portan mal porque se aburren o no consiguen adaptarse en el colegio”,
lo que genera un círculo vicioso del que cada vez es difícil sacarles
si los profesores no saben comprenderlos y reorientarlos. Se calcula que
un 4,5% de los estudiantes tienen altas capacidades para el
aprendizaje, que no siempre se aprovechan por la incapacidad para
detectarlos.
Por lo general, “son niños que hacen
preguntas inusuales, plantean soluciones a problemas con procedimientos
distintos a los tradicionales (y que padres y profesores podrían
percibir como incorrectos, aunque no lo sean) y, muchas veces, tienen
unas reacciones que se asocian equivocadamente con malas intenciones,
como llamar la atención o tomar el pelo”, indica la profesora. Al no ser
comprendidos, la reacción habitual de estos niños es que ellos mismos fuercen su fracaso
para parecerse más a los demás y ser así aceptados. “Muchos buscan
intencionadamente los suspensos para ser uno más del montón”. Es lo que
se denomina “síndrome de disincronía”.
Una capacidad para cada función cerebral
Una carencia de la mayor parte del profesorado en activo que Martín Lobo trata de corregir mediante la impartición del máster en neuropsicología y educación en la Universidad Internacional de La Rioja. Y es que los métodos de detección tradicionales, basados íntegramente en los test psicológicos, se han quedado desfasados y no aportan mucho más allá de lo que un profesor puede ver a simple vista en el aula o unos padres en casa.
Las claves pasan, principalmente, por la neurociencia, porque permite conocer los elementos que operan en el cerebro y trabajar sobre ellos.
“El conocimiento de los procesos de aprendizaje, desde la misma base
del funcionamiento del cerebro, ayuda a conocer muchas de las causas de
por qué un niño no rinde en el estudio y qué programas aplicar para
resolverlo”, apunta la profesora.
La funcionalidad
visual está directamente relacionada con la comprensión lectora, la
motricidad con la escritura y la pintura, mientras que el razonamiento,
el aprendizaje de idiomas, la resolución de problemas matemáticos y la creatividad se relacionan con la capacidad auditiva.
Unas funciones que sólo son posibles descubrir desde el campo de la
neurociencia y el análisis del cerebro. Sin embargo, existen una serie
de signos fáciles de identificar en la primera fase vital que se asocian
al desarrollo del cerebro. Por ejemplo, los patrones psicomotrices en
los primeros movimientos del niño. Así, la forma de gatear de un bebé o
de arrastrarse, influyen en la capacidad de los hemisferios, lo que
luego determinará los niveles de comprensión oral y escrita, o la
creatividad.
Un sistema en el que no existe el fracaso escolar
Los
análisis de las capacidades, desde el punto de vista de la
neuropsicología, tienen tres fases, según explica Martín Lobo. La
primera consiste en saber “cómo entra la información al cerebro”. La vista, el oído o el tacto se asocian con unas habilidades concretas.
En la segunda fase se analiza cómo trabajan las áreas del cerebro con
la información que reciben. Es en este punto donde se adaptan
estrategias a sus habilidades superiores. Finalmente, en la tercera fase
se trata de atender de forma eficaz a los niños con altas capacidades o
con diferencias específicas.
El procedimiento más adecuado en el
aula para reducir las altas tasas de fracaso escolar de estos niños
consiste en "comenzar por comprenderles, orientarles hacia actividades
más creativas, permitirles desarrollar proyectos con los que encaucen su nivel de inteligencia,
y que pongan al servicio de los demás su alto nivel de inteligencia, lo
que les abre unas posibilidades enormes”, añade la profesora. Si se
sienten útiles, no se aburrirán en clase e incluso serán de ayuda para
los profesores porque “al ser tan creativos pueden inventarse juegos
para, por ejemplo, facilitar a sus compañeros que comprendan el sistema
métrico decimal con el que suelen tener bastantes problemas”.
Otro
de los fuertes de estos programas de reorientación es la disminución de
las tasas generales de fracaso escolar hasta su práctica desaparición.
Según el estudio anual 2012 Educación para Todos
elaborado por la Unesco, uno de cada tres jóvenes españoles de entre 15
y 24 años abandona sus estudios antes de acabar la enseñanza
secundaria. “Si se aplican estas técnicas y se logra trabajar de forma
coordinada entre los psicólogos de los colegios, profesores y padres, el resultado sería que solo un 1,5% de los alumnos tendrían problemas para superar sus estudios”.
Para ello, es necesario que padres y profesores aprendan a relacionar
la funcionalidad visual con la lectura, la motricidad con la escritura y
la audición con el aprendizaje de los idiomas y las matemáticas.
EL CONFIDENCIAL, Lunes 4 de febrero de 2013
Comentarios
Publicar un comentario