HÉCTOR G.BARNÉS
Cuando los miembros de una pareja descubren que van a ser padres por
primera vez en su vida, las alarmas no tardan en saltar: nadie nace de
manera innata con todo el conocimiento necesario sobre el embarazo y el
parto. Pronto, los futuros progenitores recurren a todas las fuentes de
información disponibles, empezando por la sabiduría popular (es decir,
la futura abuela) y terminando por la amplia oferta bibliográfica de
libros destinados a aconsejar a los padres en su futura labor. Un nuevo
libro que se ha publicado esta misma semana en el mercado anglosajón, Expecting Better: Why the Conventional Pregnancy Wisdom Is Wrong and What You Really Need to Know (Penguin Press), no hace más que añadir un poco más de confusión a un asunto bastante oscurantista de por sí al afirmar que un gran número de nuestras creencias sobre la maternidad son falsas.
Cuando Emily Oster, profesora de economía la Universidad de Chicago, se quedó embarazada, se propuso realizar un profundo trabajo de revisión de todos los estudios sobre maternidad
y, de paso, ahorrar el trabajo a todos esos padres que se enfrentan por
primera vez a un embarazo (siempre que pasen por casa y compren el
libro, claro). Y se dio cuenta de que muchas de las investigaciones que
habitualmente se citan para defender determinadas ideas sobre la
maternidad se encontraban equivocadas.
“Cuando me quedé embarazada hace tres años, sabía que tendría que
tomar montones de decisiones. Me imaginé que valoraría los pros y las
contras para formar mi propia opinión, como normalmente hago”, explicaba
la autora en una reciente columna en The Wall Street Journal. “Pero la realidad no es así. El cuidado médico durante el embarazo parece ser una larga lista de reglas.
Es como volver a ser un niño, siempre había alguien diciéndome qué
hacer”. En muchos casos, señala, de manera vaga y contradictoria. Hasta
que empezó a indagar por su cuenta y se dio cuenta de que la realidad,
sorprendentemente, poco tenía que ver con lo que le habían contado.
Beber (alcohol y café) es bueno
La
conclusión expuesta por Oster que más conmoción ha causado y que, por
lo tanto, ha servido de promoción del libro, es la defensa de la autora
del consumo de café y alcohol por embarazadas. Aunque, eso sí, en
cantidades moderadas. Como recuerda la autora, no existe ningún estudio
que demuestre que beber con moderación durante el embarazo tenga
consecuencias negativas para el niño. Es más, tras echar un vistazo a
una amplia bibliografía, Oster asegura que una mujer no tendría por qué
tener ningún problema en consumir una o dos bebidas al día durante el primer trimestre,
y no más de una durante el resto del embarazo. Sin embargo, y como
ocurre con otros puntos del libro, muchos médicos americanos han
rechazado las tesis de Oster, en cuanto que recuerdan que el hecho de
que no exista evidencia suficiente no quiere decir que no debamos
extremar nuestros cuidados del feto.
Algo semejante ocurre con la cafeína, que algunos han señalado que
podía tener consecuencias negativas en el recién nacido o dar lugar a
embarazos de larga duración. Sin embargo, Oster asegura que el consumo
de un par de tazas diarias no debería acarrear ningún problema.
La autora recuerda que las conclusiones de muchos de los estudios pasan
por alto el hecho de que las mujeres que consumen más cafeína son
también las que tienen una mayor edad y, por lo tanto, tienen más
posibilidades de enfrentarse a un embarazo de riesgo. Según Oster, la
clave se encuentra en no beber más café del que se bebía antes de
quedarse embarazada. Sin embargo, un estudio publicado esta misma semana
por investigadores franceses e ingleses, señalaba que la cafeína podía
afectar de manera negativa al desarrollo del cerebro del feto, tras hacer pruebas con ratas.
Oster
recuerda que, pese a lo molestas que puedan parecer, las náuseas son un
indicativo de que el embarazo marcha bien. Lo que, además, explica la
correlación existente entre la abstención del alcohol y los embarazos
más exitosos: las mujeres que más náuseas sienten (es decir, las más
sanas) son las que probablemente menos ganas tengan de consumir café. En
ese sentido, Oster cree que los mejores alimentos para aumentar el coeficiente intelectual del recién nacido
son “las sardinas y los arenques” y que, al contrario de lo que
manifiestan algunos estudios, las embarazadas no deben tener miedo del
sushi.
Qué hacer (y qué no hacer)
Entre
aquellas cosas que Oster ha descubierto que las embarazadas no deberían
hacer se encuentran la jardinería (ya que aumenta sensiblemente las
posibilidades de sufrir toxoplasmosis, mucho más que tener un gato en
casa) o los baños y jacuzzis calientes (al menos durante los primeros
tres meses). Y tener cuidado con la epidural, ya que
acarrea más riesgos de los que muchas embarazadas piensan. ¿Qué pueden
permitirse las embarazadas? Teñirse el pelo, cambiar la arena al gato y
consumir líquidos antes del parto, una práctica prohibida en algunos
hospitales para garantizar que el estómago de la parturienta se
encuentre vacío durante el alumbramiento.
Además, Oster intenta derribar el mito que rodea al peso durante el
embarazo. La mayor parte de ginecólogos recomiendan ganar poco peso
(entre 10 y 15 kilos, menos aún si la mujer es boesa), puesto que ello
ayuda a evitar incómodos dolores de espalda que pueden terminar
derivando en dolencias crónicas, pero Oster considera que a la luz de
los estudios, es preferible que tus hijos pesen de más que de menos.
Cierto es que los niños más grandes suelen dar lugar a partos más
dolorosos y complicados pero, como explica la economista, los de menor
tamaño están expuestos a más problemas neurológicos y respiratorios.
A
muchos les sorprenderá que Oster no sea médico ni tenga ninguna
formación científica, sino que sea economista y además, que haga gala de
ello en la presentación de su libro. La escritora afirma que han sido
sus conocimientos sobre teoría económica lo que le ha proporcionado la
clave para su método de investigación. ¿Qué falla en la mayor parte de
estudios y de creencias sobre el embarazo? Según Oster, la confusión entre correlación y causalidad,
que lleva a asegurar de manera absoluta la bondad o maldad de
determinados alimentos o situaciones sin tener en cuenta el diseño del
propio estudio o la peculiaridad de cada persona, y sin realizar otros
estudios que complementen el inicial. Un estimulante reto a las ideas
aprendidas y comúnmente aceptadas que, no obstante, quizá no convenga
tomarse con demasiada alegría.
EL CONFIDENCIAL, Miércoles 21 de agosto de 2013
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