Educar a un hijo plantea numerosas dudas y una de las más habituales aparece a la hora de corregir un comportamiento inadecuado.
¿Resulta apropiado imponer un castigo al pequeño dándole un azote o un
cachete ante una rabieta, una pelea entre hermanos o una desobediencia a
los padres? Numerosos expertos opinan que se trata de una equivocación
que puede provocar efectos secundarios que, a la larga, perjudiquen al niño.
Paulino Castells,
doctor en Medicina y Cirugía, especialista en Pediatría, Neurología y
Psiquiatría se muestra más partidario de privar a los niños de atención y
buscar recompensas para motivarles, mediante técnicas educativas, antes que recurrir al azote. Asegura en su libro «Tenemos que educar» (Península) que «debemos ponernos serios y decir con claridad y contundencia un rotundo "no" a los castigos físicos».
En el mismo sentido, la doctora Jenn Berman, autora del libro «Superbebé (12 formas de dar a tu bebé un buen comienzo en los tres primeros años)» (Everest) asegura que «muchos padres dan azotes a sus hijos, normalmente como consecuencia de su propia frustración o desesperación
porque no saben qué más hacer... Los niños se portan bien cuando se
sienten bien. Algunos padres creen erróneamente que gritar, humillar,
herir o dar órdenes a sus hijos hará que se comporten mejor».
Por ello ofrece numerosas razones por
las que los padres no deben ampararse en este tipo de castigo que, sin
duda, puede provocar en los hijos un sentimiento de falta de cariño,
incomprensión o rechazo. Y apuesta como solución por la empatía que
«muestra comprensión y refuerza la conexión al tiempo que mantiene un
límite».
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