SUSANA PÉREZ DE PABLOS
La clave del castigo y del premio es hacerlo siempre en relación con el esfuerzo del niño.
Cuando un hijo empieza a flaquear, los expertos aconsejan que los
padres se planteen un castigo siempre y cuando ese mal resultado se deba
a una falta de esfuerzo. Y es que el castigo solo sirve cuando se quiere que el niño se dé cuenta que debe eliminar determinada conducta. Es decir, debe ser una forma de corregir que ayude al hijo a aprender lo que debe y lo que no debe hacer.
Las formas más habituales de castigo son el negar algo deseado por el hijo, el retirarle un privilegio que se le haya dado o el obligarle a hacer algo que no le apetece. Pero de nada sirven estas medidas si no se consigue que el niño entienda por qué se le reprende y que le quede claro cuál es la manera de que él pueda evitar que se le vuelva a castigar. De ahí que sea fundamental que haya una buena comunicación entre los padres y el niño.
En cuanto al polémico castigo físico, todos los organismos internacionales de defensa de los derechos de los menores coinciden en que de ninguna manera es aceptable. Una
bofetada lo único que provoca en el niño es miedo y solo sirve para que
se olvide del verdadero motivo por el que se le ha regañado.
La violencia física acalla a los niños y hace que se refugien en sí
mismos. Aparte de no ser razonable, en sí misma no corrige la mala
conducta respecto al estudio.
Un error común entre algunos padres es el de no relacionar
los privilegios que se le dan al hijo con el resultado obtenido en sus
estudios. Es decir, un chico que suspende de forma permanente
no puede estar recibiendo los mismos juguetes que si su rendimiento
fuera bueno. Aunque sea a veces difícil, los padres deben mantenerse firmes y explicar a su hijo las medidas que van a tomar por sus malas calificaciones y por qué.
Hace unos años una madre me comentaba que su hijo había terminado 3º de
ESO con cinco suspensos y que, claro, como se iban de vacaciones toda
la familia a Nueva York le iba a resultar difícil aprobar todo en
septiembre. La pregunta es, ¿un chico que ha suspendido cinco materias
se merece un viaje como ese? Claramente, no. Debería quedarse en casa
con algún familiar a estudiar. Porque el mensaje que se le está dando en
ese caso es contradictorio. Se le reprende por suspender pero luego se
le lleva con 15 años a un viaje estupendo en verano durante el tiempo
que debe estar estudiando.
También se recomienda que los padres tengan una política propia sobre el castigo, que decidan qué van a hacer y se mantengan firmes,
para que los hijos aprendan cuál es la consecuencia en su casa de que
saque malas notas por no esforzarse lo suficiente. A nadie le gusta
castigar, pero si no se toman medidas desde la primera vez que
percibimos que el niño flojea, irá a más. Además, no es que haya que
estar todo el rato castigando. De hecho, los castigos son más útiles cuanto menos se usan. Su valor está en su efecto disuasorio. El castigo por sistema, acaba resultando inútil.
En cuanto al premio, por lo general, tiene un mayor efecto corrector que el castigo, excepto en situaciones graves. Premiar tiene la ventaja de que promueve que el niño cumpla sus objetivos,
que se esfuerce por sacar buenas notas. Si un niño suspende un par de
asignaturas por primera vez, podemos intentar, antes de castigarle,
prometerle un premio si se vuelve a esforzar como antes, para así
intentar que reaccione. Si el premio le interesa y es algo que no hace
habitualmente, en muchos casos es un sistema que funciona.
En todas estas reflexiones lo que se ve es que el premio y el castigo forman parte del proceso educativo y son positivos si se enfocan bien sus objetivos,
su utilidad y si se explica bien al niño o adolescente la razón de cada
uno. Algo que no hay que olvidar es que un hijo siempre debe tener
claro que se le regaña, castiga o promete un premio porque ha hecho mal
un examen, por ejemplo, pero nunca debe pensar que es porque es malo. Un castigo nunca debe suponer una descalificación del niño.
Eso minaría su autoestima y tendría consecuencias muy negativas para su
motivación por aprender y para su desarrollo como persona.
SCOOL / EL PAÍS, 13 de septiembre de 2013
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