ESTEBAN HERNÁNDEZ
Tener un hijo es una de las experiencias más comunes de la humanidad
pero estamos peor preparados que nunca para ese trance. Criar un hijo
nunca es fácil, pero hay épocas peores que otras, y la nuestra no es ni
de lejos de las mejores, asegura Carolina del Olmo,
licenciada en Filosofía, miembro del Observatorio Metropolitano de
Madrid y directora de cultura del Círculo de Bellas Artes. En ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista
(Ed. Clave intelectual) plantea una serie de interrogantes acerca de
cómo actuar en un contexto tan solitario, hostil y desinformado como el
nuestro, al tiempo que subraya la necesidad imperiosa de reformular el marco social en el que somos padres y madres.
En el texto, Del Olmo pone sobre la mesa una serie de dificultades a la
hora de ejercer la paternidad y la maternidad, que ha explicado en
conversación con El Confidencial, y que pueden sintetizarse en los puntos siguientes:
1. Nuestros modelos no sirven
Aunque
contamos con más fuentes de información que nunca, las ideas que nos
transmiten son tan dispares que, en lugar de ayudarnos, nos sumen en una
mayor incertidumbre. Cuando los expertos te aconsejan que hagas todo
tipo de cosas, a menudo contradictorias, sus prescripciones tienden a
arrojar confusión en lugar de luz. Hay mucho conocimiento experto, pero
no nos sirve de nada.
“La pérdida de referentes”, asegura del Olmo, “nos agobia muchísimo y nos genera ansiedad,
y más aún cuando los consejos los recibes de gente que es de fiar en
otros campos pero que se meten en uno que no es el suyo. Llevas al niño
al pediatra, que le ha tratado cuando ha estado enfermo, y que es
alguien en quien confías, y de pronto se pone a opinar sobre la edad en
que el niño debe pasar de la cuna a la cama o de tu habitación a la suya
y cosas similares, cuando en ese terreno carece de conocimientos. Pero
te dice esas cosas y te deja desarmada, porque se supone que él es quien
sabe y tú la ignorante”.
2. Los expertos se inventan su propia mitología
En Dónde está mi tribu,
Carolina del Olmo critica ese construccionismo social que cierra los
ojos a la biología, y se niega a aceptar que la realidad (o, al menos,
parte de ella) pueda venir determinada por la herencia genética, pero al
mismo tiempo arremete contra ese nuevo romanticismo que hace de lo natural la panacea, como
si hubiera una suerte de código natural de la felicidad oculto en
nuestro cerebro que sólo aparecería si eliminamos lo cultural.
Esas visiones tan cerradas concluyen en un puñado de recetas sobre cómo
educar a los hijos que provienen de creencias dogmáticas mucho más que
de técnicas de eficacia demostrada.
Además, señala Del Olmo, “hay una ideología compartida acerca del
poder de los padres y de las madres para configurar la vida de los
hijos, que es uno de los grandes mitos de la educación, y que parece
bien demostrada por un montón de estudios. Pero cuando te paras a
analizarlos, te das cuenta de que las investigaciones están mal diseñadas y que los datos no son válidos.
Hay una ficción según la cual nuestra personalidad se forja por
completo en los primeros años de vida que hace agua, pero que todo el
mundo parece creer, y según la cual los padres, y en especial la madre,
determinarían la vida de sus hijos. Pero eso no es cierto, porque
también existe la biología, con su carga genética, y la influencia del
grupo de pares, que es muy notable, como factores explicativos de la
configuración de la personalidad. El espacio que queda para lo que los
padres influyen en los niños es estrecho”.
3. Estás solo
El
nacimiento de un hijo supone, para Del Olmo, la demostración del
carácter intrínsecamente relacional del ser humano, y de la
imposibilidad del individualismo llevado a su extremo. El niño requiere
de cuidados, es alguien a quien se ha de sostener y alimentar,
alguien para quien se vive, lo que nos obliga a olvidar nuestras
fantasías de independencia y autonomía para centrarnos en el cuidado de
ese ser que nos mira alegre, que llora de manera incesante o que duerme
satisfecho a nuestro lado, pero que requiere siempre de nuestra
presencia.
Esa demanda incesante de atención vuelve muy presente
la vulnerabilidad en que se desarrolla esa tarea. Educar se ha vuelto
algo que se produce casi en solitario, sin el refuerzo de ese mundo
colectivo en el que solía desarrollarse. Y eso provoca que los problemas
se noten mucho más. Y no sólo en cuanto al apoyo logístico, también en lo psicológico “Lo que importa es el marco de la crianza.
Hemos pasado de ver la maternidad como algo feliz o maravilloso a
resaltar lo horrible que es porque tienes sentimientos negativos y a
veces te sientes ansiosa y desamparada. Pero esa visión olvida
la influencia del entorno. En mi caso, que soy de familia numerosa, y
que he tenido a gente que me ayudaba, la situación se me hizo mucho más
fácil. Incluso cuando estás sola, porque por las noches cada 40 minutos
se despierta tu hijo, lo vives mucho mejor”.
Y eso es algo de lo que uno se da verdaderamente cuenta cuando se
halla en situación de necesidad. El mundo en el que vivimos circula a
una velocidad constante, y quien disminuye el ritmo lo pasa mal. Cuando se tiene un hijo o cuando se debe cuidar a un familiar enfermo se cae en una situación de notable desamparo
porque no se pueden cumplir todas las exigencias. “Es curioso”, señala
Del Olmo, lo poco conscientes que somos de la soledad en la que estamos.
Es algo que no sabes de verdad lo que es hasta que no has de cuidar un
niño o cuando un familiar requiere apoyo”.
4. Nos culpabilizan
La
culpa siempre está presente a la hora de educar a los niños, porque uno
nunca está seguro de estar haciendo lo correcto y de no provocar con
sus acciones efectos contrarios a los pretendidos. Y los expertos actuales ayudan en gran medida a que nos sintamos peor. "Hay autores como Laura Gutman,
que te dicen 'No te preocupes de lo que le pasa a tu hijo, preocúpate
de lo que te pase a ti', lo que para mí es el paradigma de
culpabilización de la madre. Porque aparte de culpabilizar, te mete en
una dinámica rarísima, Parece que el niño no hace nada y que no existe.
Un respeto para los niños, que tienen su personalidad”.
5. La ética, no la ciencia
La
respuesta posmoderna a los diagnósticos tan falibles de los expertos no
ha sido la de buscar un conocimiento más adecuado, ni la de perseverar
por la vía de una razón que nos llevaría a entender mejor las cosas. Su
planteamiento daba por sentado que esa era una tarea quimérica (porque
hay muchas respuestas posibles que varían en función de cada persona y
de cada cultura, porque las recetas son tan provisionales que lo que
vale ahora no sirve al poco tiempo, porque los expertos tratan de
conocer lo incognoscible, etc.) por lo que reformulaban la cuestión en
términos éticos. La pregunta no es qué deberíamos hacer con
nuestros hijos, sino qué queremos hacer con ellos, qué clase de
educación queremos darles y cómo nos gustaría que fuesen. Algo
así sugiere Del Olmo, aunque con matices. “Mi postura es que esa
cuestión es algo que debe resolverse en el ámbito de la ética y de las
prácticas. Hay que ver qué quieres hacer con tus hijos y en qué tipo de
persona te conviertes cuando actúas de una manera u otra con tus hijos. Y
aun cuando en esas decisiones éticas o morales entra en juego también
un montón de conocimiento científico y consejos expertos, la postura
final es mucho más ética que deductiva”.
6. El capitalismo es el problema
El
problema de fondo es que vivimos en una dinámica profundamente hostil a
la crianza, por lo que la tarea esencial no sería la de seguir
investigando en los factores biológicos o psicológicos que nos impiden
ser buenas madres, sino la de imaginar cómo debería ser nuestro entorno
para que a todos nos sea posible serlo, afirma del Olmo. Esta sociedad (capitalista) impulsa un sistema que va contra todo aquello que nos ayudaría a educar a los hijos.
“Desde la óptica de los cuidados, la economía de mercado es una forma
inempeorable de organizar la reproducción social”, escribe en ¿Dónde está mi tribu?
Pero esta evidencia no siempre es puesta de manifiesto con la
frecuencia que se debería, señala Del Olmo, porque solemos fijarnos en
cuestiones que no son las centrales. Ocurre en el debate sobre si la mujer debe dejar de trabajar para cuidar a los hijos.
La respuesta del liberalismo y de la izquierda han sido en los últimos
años la misma, atribuyendo un poder liberador al trabajo que llevaba a
rechazar su abandono por una tarea que se entendía propia de una
sociedad patriarcal opresora y antigua.
Sin embargo, el asunto
primero no es si relegar el trabajo a un plano secundario, sino si es
posible. Hoy sólo una pequeña parte de la población tiene la capacidad
económica para prescindir de un sueldo, y muchas madres siguen
trabajando porque no tienen otro remedio. No han elegido nada, les ha
sido impuesto. Además, señala Del Olmo, habría que poner en cuestión el poder liberador mismo del trabajo.
“Esa idea que tanto defendieron las feministas de que el empleo
remunerado produce grandes bienes está haciendo agua, como lo hace la
visión del trabajo como fuente de relaciones personales estables,
duraderas y empoderadoras. Vete a decirle a una cajera de supermercado
que su trabajo es liberador, cuando tiene que esperar que su encargado
le dé permiso para ir al lavabo y le cambian los turnos o incluso de
centro para que no se haga amigas de otras cajeras o de los clientes, y
todo por un sueldo mísero”.
De lo que se trata, sin embargo, no es
de reivindicar la necesidad de que las madres puedan dejar sus trabajos
para cuidar a sus hijos, “sino de entender que es necesario un marco
social que permita hacerlo, que no obligue a que uno de los dos padres
(o los dos) tengan que trabajar como perros todo el día, sino que haga posible trabajar, cuidar o ambas cosas”.
EL CONFIDENCIAL, Lunes 16 de septiembre de 2013
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