Uno de los placeres del investigador es llegar a una misma conclusión
por caminos diferentes. Se siente seguro, corroborado en sus
posiciones. Eso me ha sucedido estos días con un asunto importante:
aprender a gestionar la frustración. Frustración es el desagradable
sentimiento que experimentamos cuando nuestras expectativas no se han
cumplido. Si ese fallo depende de los demás, nos encontramos ante una
decepción, y si nosotros somos los responsables, ante un fracaso.
Al
preparar los programas para la Universidad de Padres (www.universidaddepadres.
es)me encuentro continuamente con la necesidad de que el niño aprenda a
tolerar la frustración. De lo contrario su vida continúa regida por lo
que Freud llamaba "principio del placer", sin acceder al "principio de
realidad". Como la realidad es tozuda e inevitablemente se impone, y como
no es posible que satisfagamos todos los deseos, esos niños padecen una
vulnerabilidad ante la frustración, a la que responderán de dos maneras:
deprimiéndose porque no les damos lo que les habíamos tácita o
explícitamente prometido, o enfureciéndose por la misma razón.
La
educación permisiva produce estas dos derivaciones indeseables. Pero
estos días he participado en varias jornadas para fomentar el
emprendimiento y la innovación, y de nuevo me he encontrado con este tema,
esta vez bajo la modalidad de fracaso. Es preocupante la poca afición a
emprender de nuestros jóvenes. Una de las razones de esta desafección
es que sienten demasiado miedo al fracaso. Se trata de un sentimiento
socialmente inducido. Las encuestas nos dicen que una mayoría de
españoles piensa que el fracaso es vergonzoso y que quien ha fracasado
en una empresa no debe intentarlo más. Confundimos fracasar con ser un
fracasado, con lo que un hecho subsanable se convierte en un destino.
Por el contrario, la cultura anglosajona piensa que los fracasos deben
estar en el currículum de una persona, porque demuestran su tenacidad,
su resistencia, su ánimo. Ian Gilbert, un experto pedagogo, afirma "Una
de las interpretaciones más útiles del fracaso es la idea de que ni
siquiera existe". ¿Cómo puede decir este disparate? Lo explica así:
"Basta con que lo llamemos aprendizaje. El aprendizaje es siempre un
progreso, y sólo fracasa radicalmente el que es incapaz de aprender de
sus fallos".
No me negarán que es un enfoque optimista. La idea de aprender
mediante el fracaso es fundamental para nuestro desarrollo. Los autores
de Funky Bussiness, un gracioso manual de management, dicen:"Hay que
fracasar pronto para aprender a triunfar antes. El fracaso no es más que
una parte de la cultura de la innovación. Aceptémoslo para hacernos más
fuertes". Es cierto. Las empresas que no aceptan ningún fracaso de sus
empleados están disuadiéndolos de innovar. Inventar es arriesgarse.
Como dice Woody Allen: "Si uno no fracasa cada dos por tres es señal de
que no hace nada que sea innovador".
No aprender de la experiencia es uno
de los grandes fracasos de la inteligencia. Cuento a mis alumnos el caso
del invento de los post-it. Los investigadores de la empresa 3M estaban
buscando un pegamento sólido.Y lo que encontraron fue uno debilucho que
permitía despegar un papel con facilidad. Demostraron una gran
inteligencia cuando en vez de deprimirse y quejarse se preguntaron ¿y
esto para qué puede servir? Los post-it fueron un gran éxito económico.
Todos los datos me confirman en mi idea: educar para gestionar bien la
frustración es imprescindible.
2-I-10, José Antonio Marina, lavanguardia
RADICAL.ES
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