MAIKA ÁVILA
Periodista
La pregunta me ronda la cabeza desde que mi mundo comenzó a llenarse de canciones sobre tallarines que son payasos en un plato, padres y madres llamando cookies a sus retoños en el parque mientras les ayudan a subir a lo más alto del columpio o la manía de cualquiera de dirigirse a ellas como princesas y a ellos como campeones. El colmo fue el otro día al entrar en una tienda buscando un libro para regalar. Me preguntaron si era niño o niña para orientarme a elegir. No daba crédito. Además del sexismo atroz, no puedo entender por qué la infancia está llena de unos lugares comunes tan manidos que dejan al niño a la altura del betún.
Espectáculos infantiles, menús infantiles, parques infantiles, adaptaciones de clásicos como El Quijote o películas infantiles. ¿Realmente la última de Disney les gustará más que un clásico como El mago de Oz? Depende. Pero quizá no sea mala idea darles la oportunidad de elegir.
El fracaso calamitoso de una estrategia
El músico Alejandro Marías contaba en Facebook su experiencia tocando en dos conciertos pedagógicos destinados a alumnos de colegios públicos de Toulouse (Francia). Explica que la primera diferencia con España, "con honrosas excepciones", es que no era un "espectáculo de payasos", sino un concierto. La segunda es que no se trató a los niños como "imbéciles". Era un concierto para adultos en el que ellos debían comportarse "como si lo fueran", acompañado de unas explicaciones "claras y asequibles por parte de presentador y el director musical".
Alejandro recuerda la indignación que sentía cuando, por ser un niño le trataban"como si fuera tan cretino como ellos". Se lamenta de que ese trato siga vigente, "se decía entonces que así se llegaba más a los niños, pero solo hay que asomarse a una sala de conciertos cualquiera y contemplar la edad media del respetable para darse cuenta del fracaso calamitoso de aquella estrategia".
Hace unos meses el conjunto La Spagna/ que dirige tocó en el Congreso en un homenaje a Cervantes. Podemos cedió su bancada a los niños. El espectáculo, con música y teatro, incluía una crítica al "maltrato que sufre la cultura en nuestro país desde hace siglos". Un texto para adultos lleno de bromas y dobles sentidos. Explica Alejandro que el espectáculo no era para niños y que es imposible que entendieran más del 20% de lo que se dijo, pero "estaban fascinados y aplaudieron a rabiar". La razón es que se sentían unos privilegiados por estar allí. Y se pregunta: "Si cuando se trata a los niños como majaderos ellos adoptan ese rol con tanta perfección, ¿por qué no probamos a tratarlos como a personas normales limitándonos a explicarles aquello que necesitan saber para disfrutar de un concierto? Que, dicho sea de paso, es bastante poco".
La poesía está lejos de rimar "quesito con ratoncito"
Luis García Montero escribió Lecciones de poesía para niños y niñas inquietos cuando vio que en los colegios se les consideraba, en ocasiones, tontos. "Hay que recuperar la meditación de Juan de Mairena, pseudónimo de Antonio Machado, que dice que ninguna cosa importante de la vida está ajena a los niños. Se trata de encontrar el lenguaje adecuado y lograr esa comunicación".
La poesía está lejos de "rimar quesito con ratoncito" y cerca de los sentimientos. Luis propone hablar de conceptos como el tiempo o la melancolía. "A mi hija le expliqué un día que aquello que sentía de alegría por pasar de curso y de tristeza por dejar atrás a su profesora tenía que ver con la poesía. Caminar con los niños, enseñarles formas de mirar. Creo que el libro se tendría que llamar ahora Lecciones de poesía para personas inquietas porque vivimos un proceso de infantilización tremenda en la sociedad, existe una falta de madurez y un responder a los instintos. La poesía no es el instinto bajo, sino el sentimiento cultivado que te ayuda a comprender las cosas. El lenguaje se empobrece cuando se empobrece el lenguaje colectivo. Con un ok no basta. Con un ok se pierde patrimonio".
"Los colegios no tienen alumnos, tienen clientes"
Los ingleses tienen una frase que dice que uno no es completamente inglés hasta que no lee completamente a Shakespeare. El poeta Benjamín Prado cree que en España debería ser extrapolable con Cervantes y que se ha resentido el concepto de cultura general. "Se trata de leer a Quevedo o El Quijote, no solo un capítulo o darles unos poemas bajados de internet".
Benjamín recuerda que cuando él estudiaba había más vocaciones y cree que ahora solo se estudia en función de las salidas que tenga. "Se considera que los niños no van a formarse al colegio, sino a aprobar; y que a la Universidad no se va a buscar una formación, sino trabajo", afirma. La extinta cultura del esfuerzo tiene mucho que ver. Parece que ha cundido el mantra de, ¿para qué nos vamos a esforzar si no vamos a obtener recompensa? La relación con los docentes también ha cambiado. La figura del profesor se ningunea y el respeto brilla por su ausencia. "Los colegios no tiene alumnos, tienen clientes", sentencia el poeta, convencido de que en España hay un desprecio por las humanidades. Hace 20 años que acude a dar charlas a chavales en institutos después de que se hayan leído algún libro. "Solo pongo una condición para acudir, que el alumno se haya leído el libro. La reacción es buenísima, de tontos nada, se sienten súper orgullosos y valorados", explica.
Alejandro coincide con Luis en que los adultos están cada día más infantilizados: "Mi madre, que es psicóloga, dice que no hay que tratar a los locos como si fueran tontos ni a los viejos como si fueran niños; yo siempre añado que tampoco hay que tratar a los niños como si fueran idiotas. Se les habla a menudo con voz impostada, en un registro lingüístico muy inferior al que sería necesario. Nunca sé si es porque se les subestima o porque es más fácil eso que despertar su interés real por las cosas más allá del fútbol o los videojuegos".
Alejandro explica que alguien que no sepa quién escribió Romeo y Julieta o quién pintó el Guernica es considerado, con toda razón, un analfabeto. "¡Pero cuánta gente culta no sabe lo que es un cuarteto de cuerda! La música en España no forma parte de la cultura general; se considera, más que un arte, un espectáculo -según el género, de masas o de élites- y eso es un disparate". La escasez de cultura del esfuerzo se comprueba fácil en una escena habitual para este músico. "Cuando me llega un alumno nuevo acompañado por sus padres hago un test que consiste en observar quién carga con el violonchelo: si lo lleva el niño, quizá tenga la capacidad de sacrificio suficiente como para convertirse en violonchelista alguna vez, pero si lo llevan los padres...". Alejandro opina que los niños que llevan su propio cello desarrollan una relación diferente con su instrumento: una mayor responsabilidad y una mayor implicación.
Es con el ejemplo como se educa. O dicho de otro modo, sin el ejemplo, lo que digas cae en saco roto. Hay que recuperar el valor del esfuerzo y el espíritu de superación. Leer, escuchar música, ir al teatro, a museos, estudiar matemáticas o física, viajar y nutrirse no solo del impacto momentáneo sino de la riqueza inmensa de la cultura. Para que nadie nos diga lo que tenemos que pensar, sacar nuestras propias conclusiones y aparcar el discurso unívoco. La verdadera revolución siempre comienza en las aulas con docentes y familias comprometidos. Mientras tanto, por favor, dejemos de tratar a los niños como imbéciles. A no ser que queramos que lo sean de adultos.
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HUFFINGTON POST, Lunes 13 de febrero de 2017
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