LAURA PERAITA
¡Ya estoy harta! Ya está bien, señores, de seguir aguantando». Así de efusiva y enfadada se mostraba hace unos días Eva Romero, profesora del Instituto Isidro Arcenegui de Marchena (Sevilla), al exponer en el claustro de profesores su indignación «por la mala educación de los alumnos y el proteccionismo de los padres, que quieren que sus hijos aprueben sin sufrir. Me pagan por enseñar, no por aguantar», clamaba.
¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué cada vez más docentes se quejan de que sus alumnos les faltan al respeto? ¿Por qué el profesor Don José es ahora para los alumnos Pepe o Pepito? ¿Quién tiene la verdadera responsabilidad de dotar de buena educación a los niños: los padres o el colegio?
Para María Jesús Álava Reyes, directora del Centro de Psicología Álava Reyes, es evidente que se ha producido un deterioro en la buena educación y el respeto a los demás y «muchas familias no son conscientes del mal que están haciendo a sus hijos al consentir que sean egoístas, que se crean con derecho a todo, que puedan conseguir las cosas sin esfuerzo, a cambio de nada....».
Explica que este cambio en la pérdida de valores se debe fundamentalmente a que los padres suelen trabajar los dos –padre y madre– y pasan menos tiempo con los hijos y cuando les ven, al final del día, piensan «pobrecillos para un rato que les vemos no les vamos a regañar, ni a corregir lo que han hecho mal para no fomentar un enfado».
Francisco Castaño, profesor de Secundaria y cofundador de «Aprender a Educar.org», añade que hay padres que simplemente no educan bien porque no saben cómo hacerlo. «Si un niño no deja de saltar en el sillón no hay que reprimirle a gritos. Es mejor decirle con voz normal que deje de hacerlo porque no está actuando correctamente y anunciarle que después no podrá ver dibujos animados si continúa en su actitud. Y, eso sí, siempre debe cumplir la consecuencia de su mal acto. Sin embargo, los padres entienden que sin broncas no se logran resultados y entran en ellas sin conseguir resultados, o simplemente las evitan para evitar no enfadar al pequeño».
A todo ello se suma, tal y como señala Álava Reyes, que los niños acceden cada vez antes a las redes sociales donde aparentan que juegan de forma inocente, pero, en realidad, les ofrecen modelos en los que el que transgrede las normas es el líder y ellos asumen que también así triunfarán. «Tanto es así –puntualiza Álava Reyes–, que hay padres que acuden a consulta porque son víctimas de una excepción. Piden ayuda porque sus hijos son generosos, sensibles y respetuosos y, por eso precisamente, son rechazados por el resto de niños que no quieren jugar con ellos».
«Hay mucha dejación –asegura esta psicóloga–. Los padres no asumen que es en la familia donde se les debe inculcar el respeto, la empatía, el saber escuchar, el saber estar... y lo dejan todo en manos del colegio donde piensan que les enseñarán todas las normas de conducta».
Estas familias prefieren la vía cómoda y llegan, incluso, a culpar al profesor de no educar a los hijos. «Los niños deben llegar al colegio con una formación cívica y social –asegura Pedro José Caballero, presidente de Concapa–. El docente enseña contenidos sin olvidar que debe guiar a sus alumnos para que cumplan unas normas necesarias para una buena convivencia. Lo ideal es trabajar de forma conjunta tanto familias, profesores y centros educativos, pero también la Administración. Si la Administración no apuesta por la conciliación familiar y laboral no será posible que los padres se impliquen de verdad en la educación de sus hijos y todos los intentos que hagamos los docentes fracasarán».
La educación básica empieza en casa
Añade Caballero que también perjudica mucho el hecho de que hay padres que desautorizan a los profesores. Acuden a los centros y, delante de sus hijos, discuten con el docente llevándole la contraria y diciéndoles que su forma de trabajar no es la correcta. «Es un error. Los hijos, al estar presentes, se crecen y ven de inmediato una pérdida de autoridad en su maestro. El gran perjudicado será el pequeño porque al día siguiente irá a clase y no le respetará y surgirá el conflicto. La educación básica, pese a quien le pese, empieza en casa: enseñarles a dar las gracias, a pedir por favor, a estar en silencio cuando habla un adulto... Pero lo importante –señala el presidente de Concapa– es ir a la par docentes y padres porque ambos quieren lo mejor para el niño».
Francisco Castaño insiste en que la familia es el eje de la vida de los niños. «En el hogar, que es el contexto de referencia, formalizan sus primeros vínculos y afectos, desarrollan sus habilidades y aprenden formas de relacionarse, cuidarse, organizarse y cooperar. En casa deben sentirse seguros y confiados. A posteriori, en la escuela estos hábitos y formas de gestionarse les serán útiles para ampliar su contexto emocional. Los centros educativos, más allá de tener la función de impartir conocimientos, son el primer ámbito de socialización de los más pequeños. Ni los padres pueden educar solos, ni la escuela puede educar sola. La unión hace la fuerza».
El profesor Víctor Arufe, autor del blog Educación, Innovación y Emprendimiento, recomienda a los padres que intenten llevar a los niños a un colegio donde se trabajen todo tipo de valores y convivan diferentes tipos de familias. «Los centros deben garantizar el trabajo y desarrollo de todos los valores, tanto dentro como fuera del aula. De la misma forma, un colegio que sólo acoge un perfil muy definido de familias debe garantizar el trabajo y enfoque correcto de la educación de su alumnado. Habitualmente se suele asociar a los centros públicos como una pequeña representación de lo que es el mundo, y a los centros privados como una burbuja en la cual sólo viven determinadas familias. Sea cual sea el tipo de centro, se debe educar en todo tipo de valores porque privar al niño de determinada información no favorece su pensamiento crítico».
Explica que conforme avance en edad se debe trabajar más intensamente este punto crítico de los valores. «Las familias deben ser conscientes de que a los niños se les debe educar hacia la solidaridad, colaboración con las personas más desfavorecidas, la inclusión educativa... Si se observa que el centro no está trabajando correctamente se debe reforzar el trabajo de valores en casa. A veces se cae en el error de pensar que "si pago por la educación de mi hijo, éste tendrá una mejor educación". Que un niño sepa rechazar los valores negativos existentes en la sociedad es fruto del trabajo familiar y respaldo de los centros. Si desde que nacen, los padres le dotan de una gran autoestima, curiosidad por las cosas, empatía, motivación, sacrificio, juego limpio, etc., conseguirán a un gran adulto».
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