CRISTINA GALAFANTE
Galletas, huevos, aceites y, sobre todo, productos lácteos y bebida de soja aparecen en los estantes del supermercado presumiendo de Omega-3. Esta palabra enlazada a un número se repite con frecuencia en los anuncios publicitarios asociada a la salud y el bienestar, aunque muchos consumidores desconocen de qué se está hablando exactamente. Se comunica porque la escuchamos a diario pero quizá no se comprende. Más allá de un reclamo de marketing, ¿qué es?
«La vigesimocuarta letra del alfabeto griego (?) y, por extensión, llamamos Omega a aquello que está en última posición. En el caso de los ácidos grasos es el último átomo de carbono. Para entenderlo con una metáfora sencilla, el último vagón de un tren contando desde el grupo que le otorga ese carácter de ácido, que sería la locomotora. Cuando queremos localizar el lugar donde hay una característica especial en un ácido graso, numeramos sus átomos de carbono, es decir, calificamos de Omega-3, Omega-6 y Omega-9 para identificar dónde aparece el primer doble enlace, que confiere al ácido graso propiedades organolépticas y metabólicas específicas», clarifica Francisco Botella, miembro de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN).
Por su estructura química, las grasas que tomamos de los alimentos se dividen en saturadas (por ejemplo, aceite de coco o de palma, muy utilizados en bollería industrial), monoinsaturadas (aceite de oliva y aguacate) y poliinsaturadas (pescados, aceite de semillas y frutos secos). La doctora Carmen Gómez Candela, Jefa de la Unidad de Nutrición y Dietética del Hospital Universitario La Paz, explica que el Omega-9 pertenecería a la categoría de monoinsaturadas, mientras que el Omega-6 y el Omega-3 son poliinsaturadas. «La legislación europea obliga a reflejar siempre en el etiquetado la fuente de origen de la grasa. Las menos deseables son los ácidos trans, que llevan algunas margarinas y aperitivos».
El Omega-3 del que tanto se habla relacionado con la salud y el rendimiento físico es considerado como esencial debido a que nuestro organismo no tiene la capacidad de sintetizarlo de manera natural. «Es necesario, por tanto, incorporarlo a través de la dieta. Como acreditan numerosas investigaciones, su papel a nivel de crecimiento y desarrollo es muy importante».
Según los expertos consultados por ZEN, el deseable equilibrio entre los ácidos grasos esenciales poliinsaturados (Omega-3 y Omega-6) está alterado, muy a favor del segundo en detrimento del primero. De ahí ese boom de productos que favorecen el consumo de Omega-3.
Deficiencias en la dieta
«Afortunadamente, las grasas trans hidrogenadas, es decir, las artificiales hechas en el laboratorio, ya se están eliminando de las estanterías. La industria apostó por ellas hasta que descubrió los efectos en la salud porque, al meterle hidrógeno, la grasa se hacía automáticamente más sólida y resistente, haciendo que los productos aguantasen durante más tiempo con mejor textura», cuenta Adolfo Lozano, responsable en España de Life Extension Europe. Hoy prácticamente todos los alimentos empaquetados tienen grasas vegetales, razón por la que una dieta occidental estándar tiene exceso de Omega-6 y menos Omega-3 del recomendado. «La proporción ideal es 1:4. Cuando consumimos una mayor proporción de aceites vegetales y nuestra dieta es pobre en pescado y frutos secos se rompe este cociente», afirma Botella.
Se recomienda un mínimo de dos raciones de pescado semanales, aconseja la jefa de la Unidad de Nutrición del Hospital La Paz, pero a veces no llegamos a ese mínimo. Además, la alimentación del animal influye en los ácidos grasos que están presentes en nuestro plato. «Un pescado de piscifactoría no contiene el mismo Omega-3 que uno azul salvaje», describe la médico.
«Hay una tendencia clara que aboga por un estilo de vida saludable. Estas personas se preocupan por lo que comen y ponen el foco muchas veces en los alimentos orgánicos, cuando un huevo de gallina campera puede ser más sano, con mejor tono y vitaminas que uno ecológico, y es más barato», opina Lozano, que justifica así su punto de vista. «A diferencia de las que se alimentan de cereales, pese a ser ecológicos, las gallinas camperas o las vacas de las que obtenemos la carne que comen pasto son menos pobres nutricionalmente. A eso hay que añadir las dificultades que se encuentran los productores para certificar un producto orgánico».
España, Grecia e Italia, como grandes productores de aceite de oliva, consumen menos grasas vegetales, motivo por lo que este desequilibrio nutricional no es tan alto como en otros países. «La dieta mediterránea es saludable, pero muy local. En otras zonas del mundo hay exceso de consumo de aceite de soja o de maíz. Es el caso de Estados Unidos», argumenta este portavoz de Life Extension Europe. De ahí el éxito de los suplementos nutricionales que comercializan empresas como ésta.
«Los nutricosméticos que cuentan en su gama con Omegas ayudan a incluirlos en la dieta de todas aquellas personas que no pueden tomarlos de forma natural o en las dosis en que lo necesitarían», aclara la doctora Isabel Jimeno, del centro Felicidad Carrera y miembro de TopDoctors. Pero, ¿por qué los necesitamos?
Desarrollo y crecimiento
Si tecleamos en Google «Omega-3», las búsquedas arrojan más de 40.000.000 de resultados. Podemos encontrar estudios de su efecto antitumoral o de los beneficios que aporta a nivel cardiovascular. «En pacientes con quimioterapia es un nutriente muy bien considerado. Tiene un efecto muy interesante también en el control de ritmo cardíaco», corrobora la doctora de La Paz.
Los ácidos grasos esenciales son EPA, DHA (ambos poliinsaturados de cadena larga Omega-3) y GLA (poliinsaturado Omega-6), componentes básicos utilizados por nuestro organismo para la producción de unas sustancias responsables de controlar la presión arterial, favorecer la circulación sanguínea y regular el dolor mediante el fortalecimiento natural de la respuesta antiinflamatoria del organismo. «El EPA, ácido eicosapentaenoico, favorece la prevención o contrarresta enfermedades cardiovasculares y del sistema inmunológico y es fundamental en el alivio de procesos inflamatorios y autoinmunes, tales como la artritis y el asma. El DHA (ácido docosahexaenoico) es muy importante para el tejido nervioso y las células cerebrales, tiene que estar muy presente en la dieta de bebés, niños y ancianos. Por su parte, el GLA (ácido gamma-linoleico) mejora la salud epidérmica, el funcionamiento cerebral, el humor, las articulaciones y la salud cardiovascular», añade Jimeno.
Nueces, soja, semillas de lino y los pescados grasos, como el salmón de río, la caballa y la sardina tienen abundante Omega-3. Para contar con las dosis de Omega-6 y 9 tendríamos que consumir carnes rojas, huevos, todo tipo de productos lácteos, sus derivados y frutos secos como las avellanas, pistachos y almendras. A esta lista de la compra deberíamos añadir el aceite de oliva y el aguacate, donde es especialmente abundante el Omega-9.
Desde Puleva, una de las empresas que optan por enriquecer sus productos con Omega-3, informan de que un vaso de leche entera (250 ml) tiene unas 160 calorías. En cambio, la misma cantidad de Puleva Omega-3 posee 137. «El ácido oleico parece que retrasa el vaciado gástrico dando sensación de saciedad. Además, las grasas que la componen son más saludables para el corazón que las saturadas que contiene la leche», justifica el departamento de I+D+i. En un estudio realizado por Puleva Biotech se concluyó que el consumo diario durante cinco meses de un producto lácteo enriquecido con Omega-3 de cadena larga, ácido oleico, vitaminas y minerales modulan positivamente el perfil nutricional y bioquímico y mejoran la absorción de calcio en niños de ocho a 14 años. Insisten, sin embargo, en que «no es una medicina sino un alimento».
«Aproximadamente un 70% de la población española no consume la cantidad diaria que necesita. La leche es un alimento de consumo diario con alta penetración en hogares españoles, lo que la convierte en un alimento ideal para enriquecer nuestra dieta en ácidos grasos Omega-3», aseguran fuentes de la marca.
Para la adición de estos ácidos grasos, se sustituye la grasa láctea -mayoritariamente saturada- por aceites vegetales (ricos en grasas insaturadas, como el oleico) y aceite de pescado purificado, que es el que aportan los ácidos grasos Omega-3 (EPA y DHA). «Partimos de leche desnatada a la que se adicionan los mencionados aceites para conseguir un producto bajo en grasa saturada y enriquecido en Omega-3. Un vaso de esta leche enriquecida aporta el 50% de la cantidad diaria recomendada».
Existen datos científicos y recomendaciones internacionales desde organismos como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) que apoyan la promoción del consumo de fuentes de ácidos grasos Omega-3 por sus propiedades beneficiosas. El marketing de las empresas alimentarias ha sido una herramienta indispensable para su expansión. «El hecho de sacar la grasa de un pescado y suplementar con ella un alimento de otro grupo (como los lácteos, bollería...) forma parte de estrategias industriales incluidas dentro del concepto de productos funcionales», responden desde el SEEN, que aboga por una dieta mediterránea tradicional para garantizar el consumo recomendado.
EL MUNDO, Miércoles 15 de febrero de 2017
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