THE CONVERSATION/CHRIS HAMMOND/KATIE WILLIAM
Durante el último siglo, la miopía (o vista corta) ha crecido hasta
alcanzar proporciones epidémicas. En el sureste de Asia, afecta ahora a
casi el 90% de los estudiantes al acabar la educación obligatoria. En Occidente las cifras no son tan exageradas, pero parece aumentar de forma similar. Hemos descubierto
que casi la mitad de los europeos de 25 a 29 años son miopes, y el
porcentaje se duplica entre los nacidos en la década de 1960, si se los
compara con los nacidos en la de 1920.
De modo que ¿cuál es la causa de la miopía? ¿Por qué se está
volviendo tan extremadamente frecuente? ¿Y qué se puede hacer para
reducir el número de personas afectadas por este problema?
La vista corta suele aparecer durante la infancia, y se produce
cuando el ojo crece demasiado a lo largo (“miopía axial”). La
consecuencia es una visión lejana borrosa que exige una corrección con
gafas, lentes de contacto o cirugía refractiva con láser, lo que
conlleva molestias y gastos. Además, ser miope eleva el riesgo de
padecer enfermedades que afectan a la visión como el desprendimiento de retina y la degeneración macular miópica (disminución de grosor de la zona central de la capa del ojo que capta la luz).
El aumento de la incidencia de la miopía provocará más casos de ceguera en el futuro.
Unos cuantos sospechosos
Aunque los genes son importantes a la hora de predecir el riesgo de
miopía, no explican por sí solos la reciente epidemia. Algunos de los
factores de riesgo de la miopía son la educación superior, el esfuerzo visual a corta distancia, vivir en una ciudad, y pasar poco tiempo al aire libre.
Antes se pensaba que el esfuerzo visual a corta distancia, que
conlleva una lectura prolongada en la que se enfocan los objetos de
cerca, era el principal culpable. Pero el tiempo de lectura
no parece ser un factor de riesgo considerable, ya que no se relaciona
claramente con la aparición ni la evolución de la miopía, según las
investigaciones. El tiempo que se pasa al aire libre
parece ser más importante, pero no se sabe con certeza por qué ejerce
un efecto protector. ¿Podría tener algo que ver con la luz solar
brillante, el hecho de enfocar los objetos de lejos o incluso la
producción de vitamina D en la piel? No lo sabemos. La cantidad de
tiempo que se dedica a la educación parece ser muy importante; el riesgo
de miopía se duplica entre quienes tienen formación universitaria,
comparado con el de quienes dejan de estudiar a los 16 años.
Pero ¿explican estas relaciones el hecho de que la miopía se esté
volviendo tan frecuente? Debe de haber algo en el estilo de vida moderno
que propicie esta epidemia. Los seres humanos hemos sufrido muchas
adaptaciones evolutivas beneficiosas para garantizar que estamos bien
adaptados a nuestro modo de vida. De modo que ¿están nuestros ojos, y
quizá nuestro cerebro, adaptándose al estilo de vida urbanita, con sus
largas horas ante el ordenador, su intensa formación y su menor cantidad
de tiempo al aire libre? (Está claro que ya no tenemos que otear el
horizonte en busca de comida). La respuesta es: probablemente no. El
fenómeno de la adaptación evolutiva tiene lugar durante intervalos de
tiempo mucho más largos, pero nos lleva a preguntarnos por el efecto que
la vida moderna ejerce sobre nuestros ojos.
Es probable que la tecnología, como los ordenadores, las tabletas y
los teléfonos móviles, no tenga la culpa; la tendencia abarca el siglo
XX y, en el Asia urbana, la epidemia ya era evidente en la década de
1980. El nivel educativo ha aumentado durante el último siglo, pero el
“nivel de formación más alto alcanzado” no explica por sí solo la
tendencia. Puede que hayamos llegado a un equilibrio peligroso de
cercanía frente a lejanía y de interior frente a exterior.
La búsqueda continúa
Aunque nosotros no propondríamos que se limitase la formación
superior ni el esfuerzo visual de cerca para reducir la incidencia de la
miopía, algunos cambios en las prácticas educativas sí podrían ser de
ayuda. Por ejemplo, en estudios llevados a cabo en el sureste de Asia,
donde los niños suelen tener muchas clases extraescolares, se ha visto
que los recreos más largos al aire libre contribuyen a que se reduzca la
incidencia de la miopía. En un estudio llevado a cabo en China,
se vio que los niños de primaria que pasaban 40 minutos más al aire
libre tenían un 23% menos de probabilidad de sufrir miopía (durante un
periodo de tres años) que los que no lo hacían. Así que tal vez
podríamos plantearnos el objetivo de dos horas diarias al aire libre.
No cabe duda de que se están produciendo cambios en la anatomía de
los ojos como consecuencia directa de la vida moderna; había menos
miopía cuando la gente llevaba una vida más rural y antes de la
educación masiva de la segunda mitad del siglo XX. Existe una necesidad
acuciante de entender el modo en que nuestro entorno, posiblemente en
conjunción con los genes, aumenta el riesgo de sufrir miopía. Nosotros y
otros investigadores estamos tratando de responder a estas preguntas, con la esperanza de reducir la carga cada vez mayor de la miopía en el futuro.
Chris Hammond es profesor de oftalmología en el King's College London.
Katie Williams es investigadora de oftalmología del MRC, en el King's College London. . Traducción de News Clips.
EL PAÍS, Miércoles 3 de agosto de 2016
Comentarios
Publicar un comentario