ANA DEL BARRIO
Espiar o no espiar, ésa es la cuestión. Las palabras del juez de menores, Emilio Calatayud, en las que animaba a los adultos a inspeccionar los móviles de sus vástagos han abierto un intenso debate entre partidarios y detractores de ejercer esa vigilancia sobre los nuevos dispositivos tecnológicos.
"Creo que hay que violar la intimidad de nuestros hijos. Antes, nuestros padres nos registraban los cajones, ahora hay que mirar lo que hacen con el móvil...
El caso es que no nos pillen". Así de claro lo dejaba el juez de
menores Calatayud en una entrevista con ELMUNDO. Muchas personas han
alabado la valentía del juez al poner sobre la mesa un tema que trae de
cabeza a numerosas familias. Otras, por el contrario, han considerado
sus palabras "peligrosas" por intentar convertir la vida de los jóvenes
en una especie de Gran Hermano.
Lo cierto es que las
declaraciones de Calatayud han servido de bálsamo para bastantes
progenitores que se sentían culpables o que se lo pensaban dos veces a
la hora de coger a hurtadillas el móvil de sus vástagos y que ahora han
visto legitimados sus deseos de espiar a los retoños. Pero, ¿es ético vigilar los móviles de los niños?
"Sí, yo lo he hecho. Creo que hay que darles confianza,
pero cuando empezaron con los chats y todos esos rollos, preferí
vigilar", confiesa Silvia, madre dos hijos de 14 y 13 años. "Yo no les
he espiado pero de vez en cuando sí que les pregunto y les exijo que me
lean y me enseñen qué escriben y con quién están wasapeando. Y si fuera
menos complicado quizá les cotillearía sus móviles", añade Raquel, con
tres criaturas a sus espaldas.
Para la psicóloga Silvia Álava
vigilar el móvil de los niños no supone una violación de la intimidad. A
su juicio, la mayoría de las veces los menores se dedican a colgar
fotos y mensajes en las redes, luego ya no estaríamos hablando de la esfera privada, sino de la pública:
"Esto no es lo mismo que leer un diario. No se trata de la intimidad
puesto que los contenidos se convierten en algo público".
Una herramienta que se les queda grande
Por
su consulta han pasado numerosos chiquillos que se metieron en líos por
no saber manejar correctamente las redes sociales: "En algunas
circunstancias, los chavales no miden los efectos que
tiene subir una imagen. En el momento en el que la foto está colgada,
pierdes el control y esa imagen ya no es tuya. A veces, la herramienta
se les queda grande y no miden las consecuencias de sus actos. Por eso
es importante formar a los hijos y decirles qué se puede subir y qué no;
con quién se puede hablar...", asegura esta psicóloga, autora del libro
Queremos hijos felices.
Desde el ámbito policial también ven con buenos ojos la propuesta del juez Calatayud. De hecho, en las conferencias que imparten en los institutos,
los agentes ya advierten a los alumnos de que deben dejar que los
adultos les revisen el móvil, ante las quejas de los asistentes.
"Estoy totalmente a favor de que se haga ese tipo de control. No se trata de violar la intimidad, sino de velar por su seguridad.
Cuando llegan los problemas, la responsabilidad legal hasta los 18 años
es de los progenitores. Para prevenir es mejor vigilarles", asevera
Jorge Pérez, subinspector de policía de las Unidades de Prevención,
Asistencia y Protección (UPAP) especializadas en violencia de género.
En ocasiones, los jóvenes incurren en delitos aunque no sean conscientes de ello. Por eso, los policías les alertan en las charlas: "Ojo, que si comienzan los insultos y las vejaciones por whatsapp estamos cometiendo un delito".
La
edad mínima para poder usar whatsapp está fijada en los 16 años y en
otras redes sociales, en los 13; unas normas que muy pocos respetan, ya
que la etapa en la que empiezan a tener móvil es cada vez más temprana. De hecho, este dispositivo se ha convertido en el regalo estrella de las comuniones, que se celebran cuando los niños cumplen 9 años.
La preocupación de la Policía es tal que incluso ha propuesto un contrato para que adultos y menores de 13 años fijen unas normas de uso responsable del teléfono móvil. Entre las reglas establecidas por la Policía figura la de que el joven comenzará a usar las redes con sus mayores y configurará con ellos, las aplicaciones y juegos
y la de que el "nuevo usuario debe asumir que sus padres deberán
conocer sus códigos de acceso y contraseñas para poder ser
supervisados".
Los profesores también valoran de manera positiva
que exista un cierto control, siempre que haya un equilibrio entre la
protección del menor y la mera curiosidad: "El problema están en
delimitar dónde termina el derecho a la intimidad de los menores y dónde
empieza la responsabilidad de los padres. La tutela legal es de los
progenitores y existe la obligación de proteger a los hijos. Los niños de ahora son muy vulnerables
y se dejan seducir fácilmente. Por ejemplo, muchos casos de pederastia
empiezan con mensajes a menores. Si los padres hubiesen espiado sus
teléfonos móviles, a lo mejor se hubieran podido evitar", opina Felipe
de Vicente, presidente de la Asociación Nacional de Catedráticos de
Instituto.
Como botón de muestra, el caso de una madre que relató en un blog en el Huffington Post
que revisó el móvil de su pequeña y lo que vio le dio "escalofríos".
Descubrió que el padre de un amigo del colegio le enviaba mensajes a
todas horas y le invitaba a dormir a su casa. La madre tomó cartas en el
asunto y avisó a la policía, al director del colegio y a las otras
familias, pese a que su hija la odió durante meses.
Mientras crece la inquietud de las familias, proliferan las aplicaciones para monitorizar los móviles de los menores. Una de ellas es Ignore no more, que fue creada por Sharon Standifird, una madre de Texas harta de que su hijo nunca contestase a sus mensajes.
Esta aplicación permite bloquear a distancia el teléfono del joven si
no contesta a las llamadas paternas. No es la única porque las hay de
toda clase y condición: para ver qué tipo de mensajes envía, a qué
lugares va y con quién, qué páginas web visita...
En contra de un Gran Hermano
Sin embargo, muchos expertos están en contra de convertir la
vida de los adolescentes en un espionaje constante. Precisamente, la
mayoría de ellos recurre a los móviles y a las redes porque es el único espacio donde no tienen la presencia constante de un adulto.
"Antes, nosotros podíamos bajar a la calle o a la plaza. Ahora, en esta sociedad sobreprotectora no les dejamos. Las redes sociales se han convertido en el nuevo espacio público de los jóvenes y en su válvula de escape", afirma Javier González-Patiño, psicólogo e investigador en educación y medios digitales.
En
su opinión, los chavales tienen necesidad de relacionarse más allá del
control de una persona adulta y ese deseo debe ser respetado.
González-Patiño critica que siempre se ponga el acento en los peligros de las redes,
pero nunca se destaquen los aspectos positivos como su lado creativo o
las posibilidades de participación que proporcionan: "Nunca hasta ahora
los adolescentes habían podido ser tan visibles en la vida pública".
Además, considera una paradoja que se hable de espiar cuando existe una sobredocumentación de la vida infantil: "¿Para qué vamos a instalarnos programas de rastreo cuando tenemos más información que nunca de lo que hacen los menores?", se pregunta.
Luis Muiño,
psicoterapeuta y escritor, también se opone a la idea de Calatayud: "No
creo en el espionaje ni en una sociedad convertida en Gran Hermano. La tentación la tenemos todos,
pero no es una buena táctica. Si tienes que llegar a espiarles sin su
consentimiento, algo está fallando en la educación. Hay que confiar en
ellos, aunque sea difícil".
En lo que sí coinciden tanto él como el resto de los expertos consultados por ELMUNDO es en la necesidad de dar una formación básica a los hijos cuando empiezan a navegar en Internet.
No
se trata de soltarles una charla para cumplir el expediente sino de
acompañarles, aprender las herramientas, crear juntos las cuentas en las
redes, comentarles que nuncan den sus datos personales
ni chateen con desconocidos ni compartan fotos íntimas u ofensivas...
En definitiva, igual que se enseñan modales en la vida real se deben
impartir unas normas de educación para la virtual. Al fin y al cabo, la
formación suele ser más efectiva que la vigilancia.
EL MUNDO, Lunes 29 de agosto de 2016
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