HECTOR G. BARNÉS
Una de las grandes dificultades de ser padre –y no es que, por lo general, sea un rol precisamente sencillo– es ser capaz de encontrar el equilibrio entre la corrección de las malas conductas del niño
y el empleo de herramientas de disciplina que no le perjudiquen. El
castigo físico es una frontera que hoy en día muy pocos padres se
atreven a franquear. Sin embargo, hay un gran número de actos de
disciplina que no tienen nada que ver con propinar un cachete a los
hijos y que pueden resultar incluso peores.
Una noticia publicada en 'The Washington Post' ha conmovido a la sociedad estadounidense, ya que plantea un nuevo límite de la crueldad parental. Como señala el rotativo, el pasado 12 de julio, un hombre llamado Mark Simmons decidió
castigar a su hijo de seis años a través de una de esas perversas
estrategias de adoctrinamiento que no implican ningún contacto físico
pero pueden resultar tremendamente traumáticas para el niño.
La idea de Simmons fue sacar a su retoño a salir al patio y obligarle a que “permaneciese de pie sobre el suelo totalmente descalzo”.
Así visto, puede sonar bastante inocuo, pero da la casualidad de que la
familia Simmons vive en Phoenix, y que la temperatura de la ciudad de
Arizona el pasado día 12 era de 110 grados fahrenheit, es decir, 43
grados celsius. En definitiva, una temperatura más que suficiente para quemar las plantas de los pies del niño.
Para qué debe servir un castigo
Es
evidente que el de la familia Simmons es un caso excepcional, más
cercano del abuso físico que del castigo tradicional. Además de obligar
al pequeño a permanecer durante 10 minutos sobre el pavimento, el padre
reconoció a la policía que había utilizado un cinturón para golpearlo,
como confirmaron los moratones que mostraba el cuerpo del pequeño. Por
su puerta, un presentador de la cadena de televisión 'KNXV-TV' hizo la
prueba y apenas pudo mantenerse más de dos segundos sobre el pavimento.
La historia se pone cada vez más tétrica a medida que se conocen los detalles de la misma. La madrastra, Sarah Simmons,
de 30 años, sabía perfectamente lo que su pareja estaba haciendo a su
hijo. No solo eso, sino que como afirman los papeles del juzgado, fue la
que cortó los pellejos que habían causado las ampollas originadas por el calor abrasador. Al parecer, la madrastra amenazó al pequeño con que, si no dejaba de llorar mientras lo hacía, volvería a sacarlo al sol
y se quemaría aún más. La mujer decidió no recurrir al médico, porque
temía que el abuso fuese descubierto, y en su lugar utilizó un espray
para tratar el dolor del niño.
“Fue solo una vez que las heridas
de la víctima se infectaron y su empeine se puso rojo cuando Mark
decidió llamar al departamento de bomberos para buscar ayuda médica”,
señalan los documentos de la denuncia. El final de la historia es agridulce:
los irresponsables padres han sido arrestados y denunciados por abuso
infantil, ante la indignación de los vecinos y del cuerpo de policía.
“Deberían meterlos en la cárcel, porque ningún niño merece algo así”,
señalaban.
Los límites del control
Cada vez son más las investigaciones que recuerdan que cualquier abuso físico, por pequeño que sea, causa daños irreversibles en el niño que los recibe. Como señalaba una investigación publicada en 'Pediatrics',
entre el 2% y el 7% de los problemas mentales tienen su origen en los
abusos físicos que los pequeños reciben durante su infancia. Por lo
general, muchos padres consideran que el límite se encuentra en los
considerados como abusivos y piensan que otros como los simples azotes
eran rápidamente olvidados.
La
intensidad del castigo varía, pero quizá el punto de partida (el dolor
como herramienta coercitiva) no sea tan diferente a la de los Simmons
El estudio ponía de manifiesto que incluso esta clase de correctivos provoca a la larga “malas respuestas psicológicas”.
Según su estudio de 35.000 adultos, el 5,9% de encuestados que señalaba
que habían recibido “golpes, empujones o bofetadas propinadas por sus
mayores” presentaba más problemas en su vida adulta. No digamos ya si se
trata de casos manifiestamente abusivos como el que ha tenido lugar en
Arizona que, sin embargo, nos pueden hacer reflexionar sobre las
herramientas que empleamos para corregir las actitudes de los niños. La intensidad puede variar, pero quizá el punto de partida (el dolor como herramienta coercitiva) no sea tan diferente.
EL CONFIDENCIAL, Martes 2 de agosto de 2016
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