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Aprender a quererse a uno mismo y, sobre todo, a perdonarse. Esta es una de las bases que, María Jesús Álava Reyes,
psicóloga y directora de Apertia Consulting y de la clínica de
psicología Álava Reyes, asegura que puede acercar a las personas a la
felicidad. Sin embargo, la educación que los padres dan a sus hijos también es clave no solo para alejar a los niños del sufrimiento, sino también a los adultos.
Álava
Reyes, autora de varios libros relacionados con su materia, partcipa en
Santander en el curso «Cómo mejorar el estado de ánimo y la calidad de
vida», organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Durante sus ponencias, trata de acercar a los asistentes al Palacio de la Magdalena a la felicidad, transmitiéndoles las claves para lograr afrontar el sufrimiento.
¿Cómo se puede evitar el sufrimiento?
Siendo conscientes de nuestros pensamientos, de que la mayoría de las
veces sufrimos por temas que no son tan importantes, son evitables, y
que no son las circunstancias las que condicionan nuestra vida, sino la
actitud con la que afrontamos el día a día. Ante circunstancias muy
difíciles, hay gente que las vive bien, y hay personas que con una vida
regalada son tremendamente infelices.
¿De qué manera se puede controlar esa actitud con la que afrontamos el día a día?
Primero,
lo que tenemos que hacer es intentar conocernos mejor, conocernos en
profundidad. Y para ello, deberíamos llevar siempre un lápiz o
directamente en el móvil, para apuntar, cada vez que nos sentimos mal,
qué estamos pensando en ese instante. Y lo mismo cada vez que nos
sintamos bien. Al cabo de un par de días veremos que la mayoría de las
veces, cuando nos hemos sentido mal, los pensamientos que hemos apuntado
no son demasiado racionales, a veces son poco objetivos, a veces
incluso distorsionados. En muchas ocasiones son interpretaciones
erróneas que hacemos. Pero nuestra mente, nuestro cerebro, se cree
fielmente lo que pensamos y es el pensamiento el que produce la emoción,
el que produce el sufrimiento. Si nosotros conseguimos modificar esos
pensamientos, pararlos cuando están en automático y luego reconvertirlos
para que luchemos contra las dificultades y no nos dejamos hundir,
cambia nuestra actitud frente a la vida, y con ella nuestro estado
emocional. Si controlamos nuestros pensamientos, seremos dueños de
nuestras emociones.
¿Y cómo se pueden llegar a controlar esos pensamientos?
Una
vez que eres consciente, hay una serie de técnicas que podemos aplicar,
que intento detallar mucho en «La inutilidad del sufrimiento», uno de
mis libros, que es, cuando nos afecta mucho, tenemos que parar el
sufrimiento. Y la mejor forma de pararlo es intentar llevar nuestro
pensamiento a otro sitio. Puede ser algo que nos interese mucho, pero
que no nos cause tensión, o algo simplemente que nos distraiga. A veces
nos podemos hacer incluso pequeñas preguntas mentales, juegos de
palabras… etc. Trasladar nuestro pensamiento a otro sitios, nos
centramos en la actividad que tengamos en ese momento, dándonos órdenes a
nuestro cerebro. Sea la actividad que sea, aunque sea cenando, da
igual. Es decir, lo que tenemos que hacer es dar órdenes a nuestro
cerebro para que se centre en lo que está haciendo, porque si no le
damos órdenes, cuando nos sentimos mal de nuevo va a ir al pensamiento
que nos hace causarlo.
Luego hay que tener siempre que podamos
una interacción con los demás (preguntar algo a alguien, llamar a
alguien por teléfono…) o hacer un poquito de ejercicio. El ejercicio
físico produce una modificación en nuestros neurotransmisores que hace
que nos sintamos bien. Pero si intentamos hablar con una persona que nos
caiga bien, un amigo, normalmente cambia también nuestro estado de
ánimo. Y hay un tema que es fundamental: tenemos que aprender a ser
nuestros mejores amigos, porque somos las únicas personas que vamos a
estar permanentemente a nuestro lado. Y para ser nuestros mejores
amigos, una de las cosas que deberíamos hacer, es cada hora, por
ejemplo, decirnos algo agradable, porque cuando estamos mal en un
espacio de una hora son tantos los pensamientos negativos que nos vienen
a la cabeza que tenemos que intentar contrarrestar, tener una actitud
de cierta positividad ante la vida, de tal manera que ante las
dificultades, veamos que son una oportunidad siempre para aprender. Y
cuando fallamos, somos personas y cometemos errores, y eso es algo que
tenemos que saber asumir. Para ser felices, tenemos que aprender a
perdonarnos. Tenemos que perdonarnos bien, querernos mejor, y coger las
riendas de nuestra vida.
En este aspecto, ¿qué papel juega la inseguridad de cada uno?
La
inseguridad, como la poca confianza en uno mismo, es un elemento muy
perturbador. La inseguridad mina nuestras defensas, nos impide creer en
nosotros mismos. Ante cualquier dificultad, inmediatamente la agranda,
ve peligros por todas partes, y hace que nuestros pensamientos sean muy
inseguros. Siempre decimos que tenemos que empezar por conocernos bien,
en profundidad, y cuando tenemos inseguridad, miedo, desconfianza, es lo
primero que tenemos que empezar a trabajar. Por eso comentaba que nos
tenemos que perdonar, porque hay gente que sienta mal porque tiene un
fallo, que a lo mejor hace mucho tiempo pero sigue presente en él,
entonces te tienes que aprender a perdonar. Y a partir de ahí realmente
dirigir tu vida. Si no, la gente que tiene mucha inseguridad, es muy
manipulable, tremendamente manipulable, y esto es una de las cosas más
trágicas que puede suceder. Los jóvenes actuales tienen una inseguridad
en sí mismos, y cuando hemos analizado por qué, entre otras cosas es
producto de una educación donde les hemos sobreprotegido en exceso. Y
esa sobreprotección ha hecho que les hayamos impedido enfrentarse a las
dificultades, no tienen resistencia ante la frustración. Y ante las
primeras dificultades fuertes ante las que se encuentran solos, no
tienen recursos para afrontarlas. Y esto es un auténtico drama. Cuanto
más insegura es una persona, más débil, más frágil, más vulnerable y más
manipulable.
Entonces, ¿cuál es la clave para que unos padres consigan que su hijo sea una persona segura de sí misma?
Siempre
es un equilibrio entre una serie de límites que hay que poner
clarísimos. Es decir, con los niños hay que empezar desde bebés, tenemos
que considerar que en los seis primeros años se forman un poquito las
bases de lo que va a ser la personalidad y el carácter. Entonces los
padres tienen que saber muy bien, primero qué etapa está atravesando su
hijo, y cómo fortalecerle. Cuanto más claros estén los límites, las
pautas, las normas que tengan establecidas, más seguro se va a sentir un
niño, pero también un adolescente. Hay normas con las que a lo mejor se
puede intentar dialogar, pero hay límites que no se deben de mover.
Desde pequeños, les tenemos que dar confianza en lo que realmente valen.
Los que tienen dificultades, hacer que lo asuman como una parte de su
vida, hay que enseñarles cómo es la vida en realidad, con sus
dificultades, con sus problemas, con gente maravillosa, con gente
tremendamente egoísta, con gente manipuladora y con gente agresiva, para
que aprendan a enfrentarse contra ellos. Y saber que cuando algo no
sale bien, si seguimos luchando, normalmente terminamos consiguiendo el
objetivo. Pero que a veces las cosas no salen como nos gustaría o llegan
mucho más tarde, que lo importante es el esfuerzo, no tanto el éxito.
Los
padres tienen que saber poner límites y enseñarles a que den valor a
las cosas. Los niños empiezan por no dar valor a las cosas y terminan
por no dar valor a las personas. Las cosas se consiguen con esfuerzo, lo
que se regala realmente ni se valora ni te produce felicidad, y ese
esfuerzo es el que ellos tienen que aprender a desarrollar, sabiendo que
muchas veces no obtienen lo que van a intentar buscar.
¿Y esa educación que se da hoy en día a los niños provoca que cada generación sea más infeliz que la anterior?
Hay
un drama ahí. La educación no está contribuyendo a desarrollar la
inteligencia emocional, es decir, los niños, los jóvenes de ahora, son
los que tienen más nivel de aprendizaje, han crecido mucho en
conocimientos generales, y sin embargo han bajado en inteligencia
emocional. Están menos preparados para la vida, valoran menos lo que
tienen, tienen menos recursos, menos defensas para enfrentarse a las
dificultades, y les hemos educado casi en una insatisfacción permanente.
Esto es un error enorme. Hace unos años, quizás dábamos más importancia
a ese esfuerzo desde que eran pequeños, ahora mismo es uno de los
principales errores que hemos podido cometer.
Es verdad que los
niños al principio son muy felices, que a veces cuando llegamos a la
adolescencia y a la juventud hay un momento más delicado, y que luego a
medida que cumplimos años, a partir de los 55 o así, la gente vuelve a
ser más feliz, entre otras cosas porque son capaces de relativizar más
las cosas, porque son más tolerantes y mucho más flexibles. Es normal
que un adolescente no sea flexible, está en esa etapa. Lo que no tenemos
que dejar es que realmente su agresividad traspase todos los límites, y
no podemos caer permanentemente en sus provocaciones, o que sea él
quien dirija su vida, en una etapa en la que aún no está preparado para
ello.
¿La facilidad de acceso de los niños a las nuevas tecnologías puede afectar también a su estado de ánimo?
Las
nuevas tecnologías pueden ser un avance fantástico y un peligro brutal.
Hay que saberlo dosificar. El problema es que la mayoría de los padres
no están controlando el uso y el acceso que tienen los niños ahí. Muchos
han perdido completamente la información de lo que hacen sus hijos.
Muchas veces nos vienen casos muy dramáticos donde los hijos han tenido
vidas en paralelo y los padres no se han enterado en absoluto. Y las
nuevas tecnologías en muchos casos producen enormes aislamientos, chicos
con dificultades para relacionarse que se pasan la vida delante del
ordenador. Y están desarrollando nuevas adicciones difíciles de tratar. Y
en este sentido, cuanto antes se detecten mucho mejor.
¿Es necesaria la sobreprotección en este caso?
No,
nunca. Cuanto más sobreprotección, más van a hacer los hijos lo que
quieren, entre otras estar enganchados todos los días. Los padres, lo
que tenemos que hacer, es ir al lado, en paralelo, viendo las
dificultades e intentando prepararles para que las puedan afrontar. La
sobreprotección en este punto siempre es negativa. Cualquier cambio
repentino en nuestros hijos debería ser señal de alarma. Cuanto antes
intervengamos, mayores posibilidades de éxito.
¿Y cuál es la actitud que deben tomar los padres ante estos cambios repentinos?
Inmediatamente
tienen que dar la señal de alarma, ver si en el resto de las áreas de
su vida, como en los estudios, se ha producido algún cambio o
modificación, y cuando estén algo perdidos tienen que pedir ayuda
psicológica de forma inmediata.
En general, ¿somos mayoritariamente infelices?
No
exactamente, pero los españoles, cuando se les hacen encuestas, la
mayoría dicen que son muy felices, y hay muchas personas que mienten.
Les da miedo reconocer que no son realmente felices. Los niños en
general son felices, los adolescentes están en una etapa de crisis en la
que les cuesta identificarse con ellos mismos, los jóvenes se
encuentran ante un futuro en el que a veces les faltan recursos, y en la
madurez el problema es que hay muchas personas adultas que se quedaron
en la adolescencia y siguen teniendo una insatisfacción permanente. En
términos generales, podríamos decir que además de los niños, son algo
más felices los hombres que las mujeres, y si pensáramos por qué, es por
dos temas fundamentales: los hombres perdonan bien en general, y a sí
mismos, mientras que a las mujeres nos cuesta perdonarnos, y además nos
llenamos de responsabilidades hasta un extremo casi imposible. Y hay
algo que las mujeres hacemos muy mal, no nos dejamos tiempo para
nosotras mismas, no nos dejamos de media una horita al día, cosa que los
hombres suelen hacer, y lo hacen bastante bien. A veces a las mujeres
nos puede nuestra complejidad. Los hombres en este sentido son más
pragmáticos, y tienen un sentido de la vida algo más positivo.Cuando hay
una dificultad, intentan afrontarla pero no se enredan dando tantas
vueltas.
¿Tan importante es ese tiempo para uno mismo?
Es
fundamental. Si no nos lo damos, el esfuerzo del día a día nos va
vaciando nuestra hucha emocional. Cada día nos tenemos que buscar ese
tiempo, no solo el fin de semana, e ir llenando nuestra hucha emocional.
Si no reflexionamos, no aprendemos. Esta es una tragedia que no nos
podemos permitir, y para reflexionar tenemos que tener ese espacio de
tiempo con nosotros mismos.
¿Considera que le damos la suficiente importancia a nuestra salud mental?
No,
desgraciadamente no. Las personas que necesitan ayudan psicológica
desde el sistema público de salud tienen el acceso muy restringido. No
le estamos dando la importancia que necesita.
Y pese a estas dificultades, ¿hay alguna manera en que nosotros mismos podamos cuidarla?
Primero,
yo le diría a la gente que cuando se sienta mal vaya a su centro de
salud y pida que le deriven a salud mental, que aunque sea un camino
largo, lo haga, que lo intente. Pero podemos hacerlo, protegiéndonos,
conociéndonos de verdad y haciéndonos ese traje a medida que nos haría
un psicólogo profesional. Viendo dónde están nuestras debilidades, cómo
podemos luchar contra ellas, nuestros puntos de mayor vulnerabilidad… y
trabajando para que alcancemos la seguridad y la estabilidad emocional
que la mayoría necesitamos. Y eso lo podemos hacer. Y yo le diría a la
gente que de la misma forma que no le importa ir al médico cuando se ha
roto un brazo o cuando tiene un dolor agudo, una infección… que el
hábito de empezar a ir al psicólogo sea algo normal en sus vidas, que no
esperen a estar muy mal.
ABC, Jueves 4 de agosto de 2016
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