BEATRIZ PORTINARI
Todo empieza con los cereales industriales, galletas o magdalenas del
desayuno y el sándwich con zumo envasado que metemos en la mochila para
el recreo. Que se suma a una lata de bebida carbonatada, batidos, algún
bollo industrial para la merienda y en ocasiones pizza, salchichas,
hamburguesas y sus salsas, conservas o cualquier otro producto procesado
que nos permite solucionar rápido una cena. Las prisas hacen que no nos
fijemos en la cantidad de azúcar añadido que estamos sumando
gratuitamente a la dieta de los más pequeños y pone en riesgo su salud.
No se trata solo de caries y obesidad, sino de las enfermedades
derivadas que -según la comunidad científica- van a provocar la primera
generación de jóvenes con una esperanza de vida menor que sus padres por
los malos hábitos alimentarios.
“El problema que tenemos en España es una falta de conciencia crítica
y falta de costumbre de leer e interpretar los etiquetados de los
productos. Asociamos el azúcar al que se toma a cucharadas, pero no nos
damos cuenta de que existe otro azúcar peligroso que está escondido y
disimulado. Incluso los productos que dicen “sin azúcar añadido” son
engañosos porque si vemos su composición comprobamos que no es verdad.
Es imposible que un zumo envasado no lleve algún edulcorante. La
legislación del etiquetado debería ser más restrictiva para que obligase
a las compañías a declarar la cantidad de estos compuestos y su riesgo
para la salud”, señala la doctora María Ballesteros, miembro de la
Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN).
Y añade: “Con estos malos hábitos, que estamos inculcando a los niños,
ponemos en riesgo su salud. Hay tipos de obesidad muy dañinos que tienen
signos menos evidentes: no se trata solo de coger unos kilos. Además de
la tremenda tasa de obesidad infantil que tenemos, los estudios han
demostrado que estos azúcares añadidos aumentan las posibilidades de
sufrir síndrome metabólico y enfermedades derivadas como cardiopatías,
hipertensión, diabetes y cáncer que reducirán su esperanza de vida”.
¿Sabemos realmente a cuántas cucharas de azúcar equivalen los
productos que consumimos? La respuesta es no. En muchas etiquetas solo
se advierte en general la presencia de sacarosa, fructosa, dextrosa,
pero no la cantidad exacta. Algunas iniciativas -como esta cuenta de Instagram-
señalan la equivalencia, pero recomiendan revisar siempre el
etiquetado. Por ejemplo, una cucharada de salsa de tomate para
hamburguesa equivale a cuatro cucharas de azúcar, mientras un refresco
contiene entre 20 y 30.
La muerte edulcorada
La Asociación Americana de Corazón acaba de publicar en la revista Circulation el estudio Added Sugars and Cardiovascular Disease Risk in Children,
con la recomendación de reducir en niños el consumo de azúcares
añadidos -sólidos o líquidos-a menos de 25 gramos al día, lo que
equivaldría a 100 calorías o seis cucharitas de azúcar. La
investigación, dirigida por Miriam Vos, experta en nutrición y profesora
asociada de pediatría en la Escuela Universitaria de Medicina de Emory
(Atlanta, Georgia), también recomienda reducir el consumo de bebidas
azucaradas a menos de 23 centilitros semanales. Una sola lata ya
contiene 33 centilitros.
Estos datos siguen la línea de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en 2015 lanzó una directriz mundial para reducir la ingesta de “azúcares libres”
(distintos de los “intrínsecos” y saludables que encontramos de forma
natural en frutas y verduras) al 10% y 5% de la ingesta calórica total.
También confirman las advertencias del estudio
publicado el año pasado que cifraba en más de 180.000 muertes anuales
derivadas del consumo de bebidas azucaradas. Precisamente un equipo de
investigadores españoles pertenecientes a la red CIBEROBN del Instituto
de Salud Carlos III acaba de publicar en la revista Journal of Nutrition
un informe en el marco del Estudio PREDIMED (Prevención con Dieta
Mediterránea), que señala directamente a las bebidas azucaradas
-incluyendo bebidas light y zumos de fruta envasados- como causantes del aumento del riesgo a sufrir síndrome metabólico.
“Estamos en un contexto casi de tintes bélicos en el que observamos
por una parte a las empresas con intereses económicos en la industria
azucarera y de productos procesados, que nos fuerzan a consumir más
azúcar a pesar de conocer las enfermedades metabólicas que vamos a
sufrir en un futuro. Y por otra parte tenemos las administraciones con
su política de brazos caídos que no controlan ni legislan para evitar
este consumo masivo”, advierte Juan Revenga, Biólogo miembro de la
Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN) y profesor de Ciencias de la Salud de la Universidad de San Jorge.
Los científicos no dejan de lanzar advertencias y demostrar los
peligros de estos productos, pero ¿por qué nadie interviene ni controla
el consumo de esta droga legal? Revenga encuentra un motivo claro: el
dinero. “Cuando los directivos de estas empresas se han planteado
reducir los compuestos nocivos ven que reducen también los ingresos. Les
interesa dar al consumidor lo que este pide: más azúcar, más
beneficios. El colmo está en los acuerdos entre hospitales y
laboratorios que se dejan financiar por cadenas de comida rápida,
colegios que aceptan máquinas de vending porque las marcas les van a construir un polideportivo o el caso más irónico: el Plan Havisa
(Hábitos de Vida Saludables), publicitado por el gobierno y financiado
por un grupo de empresas de productos procesados. Lo más sangrante es
que estos empresarios y políticos no consumen esos productos porque
saben los riesgos que conllevan, como se explica en el demoledor libro Adictos a la comida basura del Premio Pulitzer Michael Moss”, afirma Revenga, que en su blog ha denunciado varios casos de esta intoxicación edulcorada y lo asemeja al surrealismo de un hipotético congreso de bomberos financiado por pirómanos.
Impuestos contra el azúcar
¿Qué pueden hacer las familias para evitar este consumo masivo de
azúcar? Los nutricionistas encuentran una solución clara: más compras en
el mercado de proximidad y menos en el supermercado. Los “alimentos
silenciosos”, como frutas, verduras y pescados, no necesitan un
etiquetado que justifique su composición. Son la única forma de evitar
los compuestos añadidos disimulados que se encuentran en los productos
procesados. “En consulta encuentro a madres que me dicen que solo dan un
zumo envasado a su hijo para merendar, con la esperanza de que sea
sano. ¿Cuánta cantidad de fruta real contiene? Muy poca. No nos podemos
dejar engañar. La mejor forma de consumir fruta es a mordiscos o zumos
exprimidos en casa. Si a una dieta equilibrada con más verduras añadimos
pasta, legumbres y arroz aportaremos el azúcar de lenta absorción que
va a garantizar el aporte de energía necesario para los niños. No como
los picos de azúcar de todos esos productos artificiales que además
tienen poco contenido alimenticio”, explica María Jesús Pascual,
pediatra del Hospital Nisa Pardo de Aravaca de Madrid.
Ante la epidemia de obesidad infantil algunos países como México,
Francia o Italia han puesto en marcha impuestos elevados sobre productos
edulcorados para reducir su consumo. Reino Unido
impondrá esta medida a las bebidas azucaradas dentro de dos años. En
España estos impuestos ni están ni se les espera por las presiones de la
industria alimentaria: el lobby azucarero es más fuerte que la presión social y el compromiso político para proteger la salud de los niños.
EL PAÍS, Miércoles 24 de agosto de 2016
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