LIDIA LOZANO GONZÁLEZ
"Siento que ser madre significa que tienes un interés verdadero en el
futuro de tu país". Eso dijo la política británica Andrea Leadsom hace
unas semanas cuando competía con Teresa May para suceder al primer
ministro David Cameron después de los resultados del 'Brexit'. No fue un
comentario privado ni tampoco descontextualizado, sino una respuesta
concreta durante una entrevista para el periódico The Times. La
mujer añadió: "Quizá tengas sobrinos, pero yo tengo hijos que a su vez
tendrán otros, que serán una parte directa de lo que pase después en el
país".
Estas palabras ejemplifican una mentalidad aún muy
extendida: que alguien tiene un valor añadido si ha criado a un hijo,
especialmente si es mujer.
La gravedad de la actitud de Leadsom se
debe, en mi opinión, a tres motivos:
1) ser madre o padre obviamente no
te hace mejor porque la calidad de una persona está en el conjunto de
sus valores; son numerosas las situaciones en las que los que viven por
su cuenta aportan mucho más a la sociedad;
2) el mundo está ya
superpoblado; y
3) algunas personas que no tienen niños no han podido
tenerlos: por problemas para concebir, como es el caso de Teresa May,
porque han cuidado a un familiar, porque no han conocido a la persona
adecuada, porque han tenido una experiencia traumática, porque sus hijos
han fallecido, porque no han podido adoptar o porque son demasiado
racionales.
Algunas personas no tienen hijos por responsabilidad.
Ven lo que algunos padres no llegan a ver: que no están preparadas para
hacerlo bien o que su relación no funciona, y ello podría conllevar
complicaciones para todos.
Por supuesto, otras personas no se
reproducen simplemente porque no quieren, y no tiene sentido decir que
son egoístas, como se suele hacer: en general, dedican más tiempo a
voluntariados, pagan más impuestos y tienen menos ventajas fiscales,
prestaciones, becas y descuentos. Incluso cuando no es así, tampoco son
más egoístas que los padres, ya que estos pueden tener motivos poco
generosos para querer procrear; para algunos, confiere estatus y suele
dar más estabilidad económica.
Está demostrado que una persona que
vive sola tiene mayor riesgo de caer en la pobreza que una pareja con
un niño, incluso si solo trabaja uno de ellos; comparten tareas, tienen
una red social más amplia y uno puede apoyar al otro si pierde el
empleo. La gente que vive sola es la que se enfrenta a más precariedad,
debido al encarecimiento desmesurado de bienes necesarios como la
vivienda, el seguro médico o la educación. Por eso el 80% de los jóvenes
españoles vive con sus progenitores hasta los 30 años.
Por
otra parte, se ha hablado muy poco de la discriminación que soportan en
el trabajo los que no tienen familia propia. A veces cargan con las
tareas de los compañeros que deben ausentarse para atender sus
obligaciones parentales, sin compensación alguna. Deben también ser más
solidarios a la hora de cambiar turnos y de trabajar los fines de
semana. La solución es que las empresas ofrezcan bastante más
flexibilidad horaria y trabajo a distancia para todos, como ocurre en
países como Noruega o Suecia, no que exploten a quien pueden.
Todo
el sistema está pensado para transmitir la idea de que ser padre es
mejor y te conviene más. Cuando una empresa presenta a un empleado en su
página web, a menudo menciona también a su familia. Y una se pregunta:
si un ingeniero aeronáutico está trabajando en el funcionamiento de un
satélite, ¿qué valor aporta que tenga dos niños y una niña? ¿Acaso se
indica su situación cuando es soltero? Estas presentaciones dan a
entender que tener familia cuenta. Aunque esté mal avenida, que es lo
que suele ocurrir si atendemos a los datos sobre divorcio: en la Unión
Europea hay cerca de cinco rupturas por cada diez matrimonios, y en
España seis, según el Instituto de Política Familiar.
La gente
que no tiene hijos no se ha organizado socialmente para reivindicar sus
derechos, a pesar de ser ya un grupo numeroso. Como recoge un estudio de
la Universidad Autónoma de Barcelona, solo el 37% de los hogares
españoles tiene la estructura tradicional de pareja y descendientes; del
resto, una buena parte son hogares sin prole. Existen algunas
iniciativas, por ejemplo, la economía colaborativa de empresas como
Airbnb o Über, que benefician sobre todo a personas que necesitan
agruparse y que se desplazan a menudo, pero aún son formas incipientes
de cooperación.
Por último, se dice que todo es necesario para
fomentar la natalidad y sostener el sistema de pensiones de un país,
pero en el mundo hay un exceso de población: somos cerca de 7.300
millones de habitantes, unos 1.200 millones más que en el año 2000, como
indica el Banco Mundial. Los expertos alertan de que este crecimiento
acelerado repercute en el medioambiente y es un riesgo para la
humanidad, pues los recursos naturales son limitados. En vez de promover
la natalidad, se puede gestionar mejor la inmigración con acuerdos
multilaterales, garantías de seguridad y oportunidades para inmigrantes
de todos los niveles formativos.
Teresa May ha sido, como sabemos,
la sucesora en el puesto de primera ministra del Reino Unido. La
elección no ha tenido nada que ver con quién integra su hogar.
HUFFINGTON POST, Miércoles 10 de agosto de 2016
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