JOSÉ ANTONIO MARINA
El 21 de septiembre de 2004, Jokin, 14 años, se suicidó en Fuenterrabía incapaz de soportar el acoso escolar. El 14 de octubre de 2015, Diego, 11 años, se suicidó, presuntamente por las mismas causas. Entre ambos sucesos hay otros nombres -Carla,
Arancha, Alan...- y una pregunta: ¿hemos hecho algo para solucionar el
problema que provoca esas muertes? En 1983, tres adolescentes noruegos
se suicidaron, lo que llevó al Ministerio de Educación a iniciar una
campaña nacional contra el acoso en la escuela. El profesor Dan Olweus
fue el encargado de elaborar un plan. Con gran éxito. En Finlandia, los
investigadores de la Universidad de Turku han diseñado el programa KiVa, que reduce espectacularmente los casos de violencia. En 2006, publiqué un plan contra la violencia escolar, aprovechando lo que los mejores especialistas nos enseñan. Nunca se puso en marcha.
Este doloroso tema
ejemplifica claramente los problemas de la educación española. En
primer lugar, nos indica que las situaciones son complejas. En los casos
de acoso hay tres protagonistas: la victima, el acosador y los espectadores. Tanto
el programa de Olweus como el KiVa se centran en este último grupo, el
más numeroso y el que podría servir de freno. Pero hay otros elementos
importantes. El gran encubridor de los acosadores es el silencio de las víctimas.
Unas veces es por miedo a las represalias, pero otras es por algo más
sutil. Con frecuencia decimos que es de chivatos acusar, o es de
cobardes pedir ayuda. Muchas veces, los padres no creen que sus hijos
puedan ser acosadores. O piensan que el acoso ha existido siempre y que
ellos lo experimentaron y no les pasó nada. Y en las escuelas no tenemos
procedimientos fiables para detectar los casos. No olvidemos que el
mayor número de casos suceden en los recreos o en la salida del colegio.
Fuera de las aulas.
El tiempo no es la solución
Los
problemas no se resuelven solos. Nuestro vicio nacional no es la
envidia, sino la procrastinación, el dejar las cosas para mañana. Todo
se nos vuelve crónico. Tenemos la idea de que el tiempo
es el que arregla las cosas. En cierto sentido es verdad, porque dentro
de 100 años todos estaremos criando malvas. Pero no es la mejor
solución.
Los problemas educativos -incluido el 'bullying'- pueden arreglarse, pero hay que enfrentarlos con sabiduría y resolución.
Las escuelas tienen protocolos de actuación en caso de incendio. Deben
tener también protocolos para prevenir la violencia. La escuela debe ser
el centro de una gran revolución educativa. Y este problema es un buen
ejemplo. Los centros educativos son los que deben iniciar el proceso,
pero no pueden hacerlo solos. Necesitan asesoramiento y ayuda, para
poder implicar a las familias, al entorno, a las organizaciones del
barrio, a la sanidad, a los municipios. Las escuelas no pueden ser solo
establecimientos para educar a sus alumnos, sino centros de irradiación
educativa. Y las familias deben colaborar con ellas, y no mantener el
distanciamiento receloso que mantienen ahora.
La pasividad no arregla nada. La legislación, tampoco. Está muy bien que el Consejo de Ministros haya aprobado el Plan Estratégico de Convivencia en los Centros.
Pero por experiencia sabemos que lo difícil es pasar del BOE al aula.
Hay que implicarse en la gestión de los problemas, aprender de quienes
saben resolverlos, tener humildad y tenacidad. En Finlandia se habla
mucho en las aulas sobre el 'bullying', y se tienen clases sobre el tema
un par de veces al mes. A riesgo de resultar pesado, volveré a repetir
que en educación no hay milagros: hay conocimiento y constancia. Espero
que, para no tener que lamentarnos de nuevo ante casos como el de Jokin o
el de Diego, nos pongamos manos a la obra.
EL CONFIDENCIAL, Martes 26 de enero de 2016
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