CONSTANZA MICHELSON
Psicoanalista
"Las mamás que criamos con
apego también nos cansamos". Así se titula un artículo con el que me
topo en las redes sociales, y que genera en mí la inmediata pregunta: ¿y
cuáles son las madres que crían sin apego? ¿Las que trabajan? ¿Las que
no amamantan? ¿Las que no son parte del taller de tal o cual nuevo
instructivo new age para la maternidad?
Desde hace algún
tiempo -y por supuesto que asumo que con las mejores intenciones- ha
aparecido está obsesión por los ¿nuevos? saberes sobre la crianza. Y que
en materia de apego, en instituciones relacionadas a niños, claro que
hay un tremendo aporte. Que se incorpore la idea de que un bebé
abandonado no requiere sólo alimento, sino que también brazos que lo
contengan, puede marcar una vida. Sin embargo, no deja de ser llamativo
por qué a tantas mujeres jóvenes las ha convocado -a algunas, con
alegría, a otras, con mucha ansiedad- la idea de acercarse a una especie
de profesionalización de la maternidad, donde se paga incluso por la
incorporación de saberes sobre la crianza. ¿Qué nos pasó? ¿Nuestras
madres lo hicieron muy mal? ¿Qué queremos evitar a toda costa con
nuestros hijos? ¿Qué queremos programar en ellos? ¿Por qué entendimos
que hay que leer un manual para criar a un hijo? ¿No es la comunidad en
su conjunto la que también aporta al desarrollo de un niño y no sólo una
madre?
Lo complejo es que, en algún momento, la teoría del apego
pasó de ser un saber de la psicología del desarrollo a una obsesión que
hoy se está instalando como operador biopolítico. Lejos de negar la
importancia del apego como conducta, me preocupa el modo en que el
concepto se instala, ahora como un ordenador de madres: las de crianza
con apego, y las otras, las desnaturalizadas. Autodenominación que
violenta la diversidad del ejercicio del rol por cierto parcial-
maternal de una mujer. Además, alude a una especie de retorno a una
naturaleza versus la alienación cultural; el problema es que
desconoce que este concepto de naturaleza está cargado de ideología, en
este caso a una que apunta a qué mujer ser, a cuál es la madre según la
norma, el padre según la norma, el hijo normal. Todo en un naturalismo de semblante libertario, pero de corazón totalitario.
Lo
peor es que ha provocado otra fractura más entre las mujeres, y hay que
reconocer que la fraternidad femenina nunca ha sido una cuestión fácil.
Ahora estamos las buenas y las malas madres. Sí, en pleno siglo XXI.
Cada
mujer puede resolver su maternidad de la mejor forma que pueda, con o
sin ayuda. Sin embargo, cooptar la idea de quiénes son las portadoras
del bien -llámese apego, crianza consciente o el nombre que se ponga de
moda- es una desfachatez respecto del saber que cada una de nosotras
porta.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico hoyxhoy
Seguir a Constanza Michelson en Twitter:
www.twitter.com/psicocity
Comentarios
Publicar un comentario