MARÍA MARTÍNEZ
Un día, mi hijo mayor jugaba con uno de sus hermanos. Sin saber que yo escuchaba, le dijo: "No quiero ser un adulto. Cuando lo sea, los abuelitos ya no estarán y no me imagino la vida sin ellos".
Sentí una pena infinita, pero disimulé y le expliqué que debía
disfrutar el tiempo que tuvieran juntos, sin angustiarse. Velaba por su
bienestar emocional, algo frágil, como el de muchos TDAH.
Fue diagnosticado a los cinco años por Fernando Mulas,
director del Instituto Valenciano de Neurología Pediátrica. Le pautó
metilfenidato, hasta hoy, tres años después, que las necesidades
académicas son otras y toma Elvanse (lisdexanfetamina dimesilato). Le ayuda a centrarse.
Precoz en lectoescritura, su cabecita es un caos que hay que estructurar. Son muchas horas de trabajo,
sentándonos con él a leer, a subrayar y a ayudarle a ver lo que es
importante. Pero hay recompensa: ¡un 10 en 'Science' (ciencias, que se
da en inglés)!
Otras veces no es así. En el colegio no siempre
ven que necesita supervisión de la agenda y del material. Algún examen
sin anotar, libro sin traer a casa, suspenso y, para él, un fracaso. Aun así parece un milagro que su rendimiento sea tan bueno.
Donde
sí tiene carencias es en el ámbito emocional, con los desajustes de un
TDAH, como la baja autoestima, la necesidad de aprobación continua y las
reacciones desproporcionadas. Si se me olvida llevarle los guantes de
portero al fútbol, su gran pasión, puede enfadarse y en alguna ocasión nos tenemos que ir a casa para calmarlo. "¿Eso le haces a tu hijo?". Me entran ganas de llorar. Desgasta. Luego pide perdón. "Soy un mal niño"... Y me parte el alma. Ahí su padre tiene un papel vital. Es menos emocional que yo y relativiza, sin dejar de ocuparse de él".
Trabajo constante
Cada tres meses va a la unidad de Salud Mental Infantil, con una psiquiatra de la Seguridad Social, porque así lo pidió su pediatra. Nosotros lo complementamos con un gabinete privado, que colabora con la asociación de padres de niños TDAH de nuestra ciudad.
Todos
coinciden en que es soñador y bondadoso, pero demasiado inocente. En un
entorno conocido y protegido, como su colegio, todo va bien. "Él es diferente. Los demás niños lo notan. Le quieren y le protegen, es intocable", nos dice su tutor. Otra profesora cree que de él tenemos que aprender todos, "niños y mayores".
Pero tanta bondad tiene una 'cara B' y es que, en su inocencia, le cuesta captar las ironías o ser consciente de si se ríen de él.
Esta Navidad fue a un curso de inteligencia y bienestar emocional. Lo
retrataron a la perfección: bondadoso como ninguno, pero si no trabaja
ahora, como prevención, su excesiva inocencia, puede convertirse en carne de acoso más adelante. Fuera de su entorno protegido, hay niños y adolescentes sin tanta piedad.
Nos
aconsejaron que trabaje su autocontrol emocional y sus habilidades
sociales. Así será, aunque se resista: "¿Más talleres, mamá? Quiero ir al patio a jugar con mis amigos".
Luego lo acepta de buen grado, igual que la charla a la que iremos
sobre 'mindfulness' (meditación basada en la atención plena) en niños
TDAH.
Como padres, nos duele que sea su hermano mediano, dos años
menor, el que esté al tanto de lo que le pasa y nos lo cuente. También
sabemos que es para toda la vida. A diario cansa y dan ganas de
relajarse. Pero él es tan trabajador y cariñoso, que con un abrazo espontáneo y un gracias de los mil que da se pasa todo. ¡Estamos súper orgullosos de él!
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