ISABEL SERRANO ROSA / ANABEL LEÓN PINTO
No existe una batería de preguntas mágicas que sirva para detectar el
acoso escolar. Será un tenso silencio lo que se encuentre ante
cualquiera de sus demandas. Marcos, de 11 años, lo expresa claramente
ahora que su infierno escolar de un año ya ha concluido: "Yo me decía a
mí mismo que si respondía a las preguntas de mi madre todo podría
empeorar". Se impuso el silencio como estrategia para enfrentarse al terror del colegio.
Temía las represalias de un grupo de compañeros que cada día le
arrinconaban en el recreo, le llamaban pringao, se reían de él y no le
dejaban participar en los juegos. Su delito era ser el más pequeño, gustarle los dibujos animados y ser el empollón.
Él y su amigo Nico, compañero de acoso, pasaban los días jugando
invisibles con sus Nintendo DS y soñando con ser aceptados en algún
partido de fútbol.
María, su madre, se dio cuenta de que su hijo
había cambiado de repente. Casi no hablaba mientras que antes
"charloteaban mucho", cualquier pregunta se saldaba con un "bien" con la
mirada en la 'tablet' o un "déjame ya". Decidió observar y escuchar con atención lo que su hijo hacía y decía cuando no se sentía observado pero de una manera afectuosa, sin presión.
Síntomas del acosado
Comenzaron a aparecer los síntomas del acoso. Costó juntar las piezas.
Le cambió el carácter, parecía siempre tristón y distraído. La
tendencia a aislarse: nada más llegar a casa se encerraba en su cuarto y
sólo bajaba para comer, de hecho aumentó de peso, la ansiedad y la
falta de ejercicio mostraban su peor cara (también puede haber
disminución del peso). Por las mañanas estaba nervioso y no quería ir a
clase, le dolía la tripa y la cabeza, los problemas psicosomáticos son
habituales. Fallaba en el colegio en asignaturas que antes le encantaban.
Empezó
a tener pesadillas, soñaba que alguien vestido de negro le perseguía y
al despertar pensaba que el hombre de negro podía estar en algún lugar
de su casa. Tuvo conductas regresivas y volvió a dormir rodeado de sus
peluches, luego confesó que sentía que eran sus únicos amigos y con
ellos se evadió en su fantasía y creó tres mundos paralelos donde él era
el protagonista. Una tarde dibujó a su familia y en el centro estaba aquel hombre de negro. María
le dijo: "Hijo, ¿quién es? ¿Tienes miedo? Ya sabes que estamos aquí
para apoyarte". Su pregunta afectuosa le derrumbó. Esa mañana, le habían
invitado a jugar un partido, pero no se veía en el puesto de defensa
que le asignó el acosador. Recibió un guantazo en plena cara seguido de
un !¿Lo ves ahora?". Su madre se tomó muy en serio lo que
contaba su hijo, no era el momento de quitarle peso a sus palabras,
aquello no eran "niñerías".
El 'Bullying' o acoso escolar
es un fenómeno muy antiguo, aunque ha sido investigado desde los años
70. Un estudio de la Universidad de Valencia asegura que cada semestre alrededor de 50.000 niños podrían convertirse en nuevas víctimas de acoso escolar en España.
Se considera una conducta de agresión mantenida en el tiempo que tiene
como objeto hacer daño al otro. Se da sobre todo alrededor de los 11 ó
12 años, un momento de cambio psicofísico pero se conocen casos desde
los tres años hasta la adolescencia. Cualquier niño puede ser acosado,
si bien, las diferencias suelen ser el pretexto bajo el cual se esconde
el deseo de agredir. Muchas veces son buenos niños, que anhelan ser
aceptados, cuya amabilidad es percibida como debilidad. O bien chicos
inquietos que provocan tensión a su alrededor.
Características del acosador
Si
hablamos del acosador podemos reconocer algunas características
comunes. La primera, su fuerte necesidad de dominar y de sentir que es
el que manda a través de someter a otros compañeros. Toleran mal la
frustración por lo que han de salirse siempre con la suya. En muchos
casos tienden a desafiar a los adultos, como en el llamado Síndrome del
Emperador. Los niños suelen ser más fuertes físicamente que sus víctimas
por lo que agreden directamente. Las niñas pueden obrar de manera más
velada a través de desprecio, manipulaciones o difusión de bulos. Pueden
provenir de familias disfuncionales donde existe violencia o bien han
crecido sin límites, sobreprotegidos. Y se dan muchos casos de ex amigos. A
Marcos le agredió un grupo de niños liderados por su ex mejor amigo,
Nacho, un niño con conducta problemática en el aula pero con una elevada
inteligencia con la que se ganaba a los profesores. En esta historia la
realidad supera la ficción: un día el padre de Nacho llamó a Marcos
para pedirle que ayudara a su hijo por su amistad. ¡La víctima debía
cuidar del agresor! A la vergüenza y el miedo se sumó la culpabilidad:
"No he podido hacer nada por él", le dijo a su madre y se derrumbó. Su autoestima estaba tan mermada que llegó a pensar que merecía ser tratado de forma hostil ya que no sabía ayudar a un buen amigo con problemas. Romper el silencio fue el principio del fin de su tormento.
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