CARLOTA FOMINAYA
Este mes de marzo que acaba, Javier Huete está de
aniversario. Hace justamente un año que llegó a su despacho como Fiscal de Sala
Coordinador de Menores, una atalaya privilegiada para realizar un minucioso
balance de los problemas a los que se enfrentan los niños y adolescentes de
nuestra sociedad. Nada más empezar, recuerda cómo su nombramiento coincidió con
el terrible suicidio por acoso escolar de una chica en un instituto de Madrid,
y aprovecha para lanzar una advertencia a los medios de comunicación. «Si a las
puertas del centro escolar acude la prensa gráfica, la televisiva, la
escrita... e invita a los niños a hablar, no permiten que se siga un cauce de
apaciguamiento y sosiego. Los menores buscan notoriedad y, en esas situaciones,
resultan muy vulnerables y sus reacciones pueden ser poco fundadas».
—Aquella chica que
se suicidó estaba siendo acosada por sus compañeros de clase. ¿Está usted de
acuerdo con que la edad penal sea de 14 años?
—Siempre que se plantea la reforma es por
cuestiones mediáticas como aquel suceso: hay un hecho que tiene mucha
trascendencia e, inmediatamente, se plantea que sería bueno bajarla a doce. La
edad a partir de la cual la responsabilidad penal es exigible tiene que estar
muy meditada y, a mi modo de ver, los 14 años es una edad que permite tener
cierta conciencia.
—En 2015 la Ley
orgánica de Protección de Infancia y Familia y Adolescencia recordó los
derechos del menor, y por primera vez estableció deberes. ¿De verdad era
necesario que se precisaran?
—Está bien que se concreten de cara a la
sociedad, a la familia, al entorno. Que se les recuerde a los niños que no
solamente tienen derechos, sino también responsabilidades. Todo esto, por
supuesto ajustado a cada edad y a cada fase.
—En este sentido,
seguro que hay algo que recordarles a los padres.
—A los padres habría que recordarles que a
los niños se les manda al colegio a que los formen, pero no a que los eduquen.
La educación es algo mucho más complejo, pero que tiene que aparecer desde el
principio y fundamentalmente en la familia. A los niños les enviamos al colegio
para que reciban una formación académica, para que aprendan a tratarse los unos
a los otros. La primera educación es en el seno de la familia.
—Lo dice usted
como si a la sociedad se le hubiera olvidado.
—Obviamente. El primer lugar donde se
debe decir no a un niño es en la familia. Los padres no sabemos decir
no a nuestros hijos. Recomiendo la charla de Carles Capdevilla, donde cuenta la
historia del niño que le pide una piruleta a su padre. Este le dice que no, y
el pequeño se pone amarillo, morado, verde, se le sale la lengua... hasta que
el padre le acaba dando la piruleta. ¿Cómo será ese niño cuándo llegue al patio
del colegio? Pues dirá: «en mi casa te tienes que jugar la vida pero al
final consigues la piruleta». Por
esto debemos aprender a decir no, y además, a mantenerlo en el tiempo. Un
niño es una personalidad en formación pero no tiene ni un pelo de tonto. Sabe
que en casa llegando a un extremo sus padres ceden, aunque pronto se dé cuenta
de que socialmente no puede tensar la cuerda. Ni en el trabajo, porque te echan
a la calle, ni en una facultad con el catedrático de turno. Es esencial
que los chavales aprendan que «no» es «no».
—¿Qué es lo que
está fallando a la hora de educar desde las familias, la falta de tiempo, de
conciliación...?
—Es un cúmulo de circunstancias. El que se atreva
a apuntar un factor determinante se equivoca. Primero, esta es una sociedad que
cada vez se vuelve más inhóspita, porque exige de ambos padres unas
jornadas que no son compatibles con los horarios académicos o familiares de sus
hijos. Además, es una sociedad que es muy competitiva. Estas últimas
generaciones están siempre necesitadas de formación complementaria, lo que nos
lleva a sobrecargarles de actividades. Y los fines de semana se convierten en
una tensión. Unos necesitan descansar, y otros necesitan acción. Y no hay cosa
más reñida que el cansancio con la actividad frenética que necesitan unos niños
pequeños.
—Las nuevas
tecnologías no ayudan mucho a educar.
—Esto también tiene una
traducción: no estamos, no hablamos, no conversamos, no hacemos cosas juntos y
nos refugiamos en las tecnologías. Los niños de hoy están delante de las
pantallas continuamente, ya sean los móviles, las tablets, el ordenador o la
televisión. El colmo son ya las comidas con el teléfono encima de la mesa. Ahí
de nuevo falla el «no». ¿Cuál es la norma? No se come con los móviles encima de
la mesa. Pero el primero que lo tiene que poner en práctica es el padre, que no
debería siquiera tenerlo en el bolsillo. Si estás comiendo, estás
comiendo y si suena, no se coge.
—Esta es la
primera generación de padres con hijos «millenials», y muchos llevan una vida
exclusivamente virtual. ¿Qué puede hacer la familia?
—Cuando son más pequeños, crearles actividades
distintas a las que requieren el uso de las pantallas. Entre otras cosas,
porque se van a quedar sin olfato. Sin vista, seguro, y sin oído, también. Como
no existe esa relación personal, el tacto se les va a reducir a los pulgares.
No van a tener esas percepciones y sensaciones que son esenciales para el ser
humano. Muchas de las relaciones personales se basan en la química, pero esa
información hay que aprender a manejarla, y la están perdiendo.
—Por contra, hay
muchos padres superados por la técnica.
—Es cierto, pero por este motivo, es fundamental
explicarle qué conducta tienen que tener en internet. Es
nuestra obligación enseñárselo. Decirles: «no te oculto en la red vas a
encontrar lo que quieras, pero debes saber por qué no hay que hacer o entrar en
según qué páginas. Primero, porque para que tú veas esas imágenes, han
violentado a una mujer, o a un niño, o maltratado a un mendigo, o fomentado el
odio hacia el distinto. Y, segundo, porque puedes ser objeto de una persecución
legal». Hay valores que tienen que adquirirse previamente como propios, porque
son los de tu entorno y los de una sociedad democrática. Los menores tienen que
saber que internet no es un mundo de yuppies. Es un mundo paralelo y, aun
existiendo, no se debe entrar. No por miedo a que te descubran, que ya sería un
miedo suficiente, sino porque lo que hay de trasfondo es muchísimo más grave de
lo que se pudieran imaginar.
—El juez
Calatayud señala siempre que los niños no deberían tener móvil antes de los 14
años, pero muchos menores reciben un smartphone como regalo de Primera
Comunión, con apenas 9 o 10 años.
—No nos damos cuenta de que lo que le estamos
dando a un niño de diez años no es un teléfono únicamente para hacer o recibir
llamadas. Le
estamos dando un ordenador con conexión de datos. Desde un paquete más o
menos amplio, hasta llegar al ridículo de regalarle literalmente una tarifa
plana. Esto es impensable. Porque con diez años no se está en condiciones de
tener una herramienta de la potencialidad y el riesgo que eso comporta. Esto es
un error y sería lo primero que habríamos
de corregir.
—Muchos discuten
con la frase de «es que todos lo tienen».
—Ese argumento no me vale. Habrá que empezar a
decir «pues este no lo tiene». Porque también hay que tener en cuenta que con
esto empiezan la competición: a ver quién sube más fotos a Instagram,
a ver quién tiene más amigos en Facebook,
a ver quién tiene más seguidores en Twitter,
o en Tuenti. Al final es un concurso en el que todo es superficial.
—Los padres,
¿somos conscientes de la responsabilidad que tenemos?
—Desgraciadamente, muchas veces no. Tenemos una
obligación de vigilancia y de cuidado a nuestros hijos por responsabilidad
civil, es cierto, pero no somos muy conscientes de que nuestra responsabilidad
es anterior: familiar
y ante la sociedad. Porque nuestros hijos no nos pidieron venir al mundo. Los
trajimos porque fue consciente y voluntariamente nuestra decisión como padres.
Eso, que parece de cajón de madera de pino, conlleva unas exigencias de
educación, de formación, de seguridad, de estabilidad... No se trata solamente
del estricto cumplimiento de leyes. Es algo más. Es tratar a un niño como lo
que es, una personalidad en formación que está a nuestro cuidado y que nosotros
tenemos obligación de que se desarrolle de manera que luego pueda vivir de forma
autónoma en sociedad.
ABC, Jueves 31 de marzo de 2016
Siento CONTRA DECIRTE PERO DAME UN SER HUMANO QUE HA SIDO ENGENDRADO EN FORMA CONSCIENTE Y VOLUNTARIA ESPECIALMENTE EN EL MUNDO IBEROAMERICANO ,SOMOS PRODUCTO DE LAS HORMONAS Y DE LA PASION. TRATEN DE SER MAS OBJETIVOS NO SOMOS TAN TONTOS QUIENES LES LEEN. GRACAIS!
ResponderEliminar