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Sin ordenadores ni wifi: así son los colegios que triunfan en Silicon Valley

RITA ABUNDANCIA
Los gurús de Silicon Valley, los cerebros detrás de Apple, Google, Yahoo o Hewlett-Packard, los que inundan el mundo con nuevos softwares y aplicaciones, envían a sus hijos a escuelas en las que los ordenadores brillan por su ausencia y el material escolar se parece más al de una comunidad Amish que al de una oficina en el laboratorio tecnológico de ideas más grande del mundo. Los mismos que diseñan tablets, juegos interactivos y programas informáticos para niños, eligen una infancia sin pantallas para sus retoños, en escuelas alternativas, libres de wifi.
La Waldorf School de Península, en California, es uno de los centros que concentran más hijos de la tecnología, con una pedagogía que apuesta por la experimentación en el mundo real, una vuelta al papel y al lápiz y un énfasis en fomentar la creatividad, curiosidad y habilidades artísticas innatas en los más pequeños. De hecho, muchos empiezan a cuestionarse el papel de la informática en las aulas. Como apuntaba The Guardian en un artículo al respecto, la Organisation for Economic Co-operation and Development (OECD), sugiere en un informe global que los sistemas de educación que han invertido mucho en ordenadores han registrado una “insignificante mejora” en sus resultados de lectura, matemáticas y ciencias, en los test del Programme for International Student Assessment (PISA); mientras, en palabras del director de educación de la OECD, Andreas Schleicher, “los mejores sistemas educativos, han sido muy cautos a la hora de usar tecnología en las aulas”.
Beverly Amico, líder de la asociación de escuelas Waldorf de Norteamérica, comentaba al mismo periódico que “sus centros enseñan a los alumnos las nuevas formas de pensar que muchos empresarios demandan” y añadía que “los estudiantes criados con tecnología acusan a menudo poca disposición para pensar de forma distinta y resolver problemas. Habilidades como tomar decisiones, la creatividad o la concentración son mucho más importantes que saber manejar un iPad o rellenar una hoja de Excel, sin contar con que la tecnología que utilizamos ahora, resultará primitiva y obsoleta en el mundo del mañana”.
Nuestro país se sitúa a la cabeza de Europa en cuanto a índices de fracaso escolar y abandono educativo, conceptos distintos. Los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), correspondientes al 2015, pero publicados el pasado enero, alardeaban de un ligero descenso de seis puntos en la tasa de abandono educativo temprano. Algo que los expertos atribuyen al paro y a la decisión de seguir con los estudios al no haber trabajo. Aún así, España no solo sigue a la cabeza de la UE en este aspecto, sino que además duplica la media europea. Ésta y otras razones son las que han hecho que muchos padres se replanteen la educación de sus hijos y opten por escuelas alternativas, con programas educativos y planes de estudios heterodoxos, que huyen de la uniformidad, los libros de texto y la división de los alumnos por edades.

El auge de las pedagogías alternativas
Almudena García, madre y programadora informática en Girona, es la creadora del portal Ludus, un directorio de pedagogías alternativas que inició hace año y medio. García sustituyó la impersonal guardería por un grupo de crianza, en el que madres e hijos compartían un espacio de juego libre, y ahora piensa a qué colegio llevará a su hija cuando ésta cumpla los 6 años. “La economía es la que marca le educación”, comenta Almudena, “la escuela tradicional, que todavía tenemos, nace con la época industrial, en la que se demandaban individuos homogéneos, con una cultura y preparación muy similar y aptos para cumplir órdenes y no cuestionarse demasiado las cosas. Con clases en las que el profesor era el único protagonista, basadas en libros de texto y en la capacidad para memorizar determinadas enseñanzas. La pedagogía alternativa propone todo lo contrario, un trabajo basado en proyectos en los que el niño es el autor de su propio aprendizaje”.
Muchas de estas nuevas filosofías educativas florecen en la escuela infantil, lo que antes se llamaba preescolar, pero son menos las que continúan hasta una edad más avanzada, en parte por problemas legales. Según Almudena, “hasta los 6 años la ley no dice nada, pero a partir de esa edad y hasta los 16, la normativa obliga a escolarizar a los niños en un colegio homologado. Homologar un centro educativo requiere de una serie de requisitos que no están al alcance de todos, por razones económicas (polideportivo, cancha de baloncesto, tener un determinado número de váteres, un aula para cada edad o grado…), lo que hace que muchas escuelas no entren en esta categoría. Esto depende de las diversas comunidades autónomas y, la mayor parte de los casos no ocurre nada, pero si hay problemas o inspecciones, los padres son los culpables. Hace poco, los servicios sociales enviaron cartas a los padres de los alumnos de una escuela no homologada, en las que se les instaba a que los pequeños abandonaran el colegio, con la amenaza de retirarle la custodia de sus hijos; ya que tener el niño en un centro no homologado equivale al absentismo escolar. Si hay planes de que el estudiante ‘alternativo’ continúe en el mundo académico, lo que se suele hacer es matricularlo en el último curso de ESO, para que se reincorpore a la educación ortodoxa”.

Alternativas a la vieja escuela
El Tomillar, en Torrelodones, es lo que se denomina una escuela constructivista, y acoge niños hasta los 6 años, pero también un colegio público de la Comunidad de Madrid. Según Pilar Pozo, directora del centro, “en vez de que el niño se adapte al colegio, aquí pensamos que somos nosotros los que tenemos que adaptarnos al alumno y los profesores son meros mediadores en el proceso de aprendizaje. Aquí no hay libros de texto, ni fichas. No todos los niños trabajan en la misma cosa a la vez y respetamos los tiempos de aprendizaje de cada uno. Tratamos de enseñarles procedimientos en los que irán profundizando a medida que se hagan mayores. Por ejemplo, podemos hablar de los castillos y ellos deben buscar cosas, hacer dibujos, preguntar a sus padres. Empezar a investigar en la medida de sus posibilidades”.
El Bosque Escuela Cerceda, en el municipio de Cerceda, Madrid, renuncia a las aulas para que los niños aprendan en plena naturaleza. Una tendencia que nació en Alemania, donde ya hay más de mil centros de este tipo. Esta escuela admite niños de entre 3 y 6 años y cuesta 387 euros mensuales. Según Philip Bruchner, licenciado en ciencias forestales, educador infantil y director gerente y promotor de la idea, “los planes de estudios son los mismos que en un colegio normal, la diferencia es que aquí las clases son al aire libre y los niños no cargan con libros sino con una pizarra, que llevan en su mochila, además de una cantimplora, el almuerzo y ropa para la lluvia”.
Según Philip apunta, “se ha demostrado que el contacto con el aire fortalece el sistema inmunológico. En Suecia se hizo un estudio que reveló que los niños que pasan más tiempo fuera tienen menos enfermedades y faltan a clase un 8% menos que el resto. Aún así, tenemos una cabaña para los días que hace muy mal tiempo. En un medio natural se fomenta más la fantasía, la creatividad, la concentración y la autonomía a la hora de resolver conflictos”, señala este educador.
Ojo de Agua, en Alicante, más que un colegio es, como a sus miembros les gusta llamarlo, un ‘ambiente educativo’. Nació en 1999 y forma parte de la red de educación democrática. Su principal característica es que los alumnos, de entre 3 y 18 años, eligen las actividades que quieren hacer, en función de sus intereses. Según Javier Herrero, codirector del centro, los niños no solo están interesados en el baloncesto o la música, “las demandas son muy variadas: hacer una revista, idiomas, cursos de supervivencia, pero también nos piden aprender reglas de ortografía, matemáticas, grupos de lectura. Hay actividades más estructuradas para que todos los estudiantes salgan con unos conocimientos básicos y, además, preparamos para los exámenes de acceso a escuelas o a la universidad”. Como casi todos los colegios alternativos, este centro no divide por edades y dedica mucho tiempo a los padres. “Lo que fomentamos, teniendo en cuenta las diferentes individualidades, es la seguridad en uno mismo, la alegría de vivir, la iniciativa, empatía, capacidad de diálogo y escucha”, afirma Herrero. La escuela es privada y cuesta 400 € al mes.

¿Educar para un mundo feliz?
Algo en lo que casi la totalidad de los profesionales de la educación coinciden, es en la urgencia de reformar el sistema educativo español. Estela d’Angelo es psicóloga y pedagoga, además de profesora, dentro del departamento de didáctica y organización escolar, de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. D’Angelo opina que “el sistema se niega a cambiar y obliga a que los alumnos sean los que deben adaptarse a él, cuando lo deseable sería lo contrario”. A grandes rasgos las críticas de esta experta se concentran en una mejor y nueva formación de los profesores; en la necesidad de dejar margen, en el sistema educativo, a la diversidad y en crear otros ambientes de aprendizaje. “Se aprende en interacción y esto es algo aceptado ya en todo el mundo. Sin embargo, la aulas todavía miran para delante, el profesor es el eje central y se trabaja muy poco en equipo”.
Según Estela los propios espacios hablan por si mismos, en un país en el que, desde fuera, los colegios se asemejan a prisiones de máxima seguridad. “En Finlandia, nación que siempre se toma como referencia del ideal educativo, las escuelas se asemejan mucho a las casas, con lugares comunes, que recuerdan a saloncitos, o cocinas donde los propios alumnos recogen y ordenan las cosas. Aquí hay un excesivo control, en aras de la seguridad, que vuelve a los niños muy dependientes. Pero, a veces es un control en cosas sin importancia o más arbitrarias, mientras luego se ven casos de acoso que no han tenido la atención necesaria”.
Por todo lo anterior D’ Angelo comprende el giro de muchos padres hacia la educación alternativa, pero apunta también un riesgo en algunas de estas escuelas, “el hecho de crear situaciones ideales y contextos en los que el alumno es siempre tenido en cuenta, respetado y donde se aceptan siempre sus gustos. A veces, algunos centros actúan como invernaderos, que aíslan a los chicos del mundo exterior y les brindan un ecosistema ideal, pero la vida real no es así y puede que cuando salgan registren un choque importante”, puntualiza esta pedagoga.
EL PAÍS, Miércoles 2 de marzo de 2016

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